El Papa emérito Benedicto XVI, en su carta a los profesores y seminaristas de la Pontificia Universidad Urbaniana, afronta directamente la cuestión de la necesidad de anunciar la Verdad, anunciar a Cristo, como hicieron los primeros cristianos, y como ha hecho la Iglesia a lo largo de toda su historia, de una manera o de otra
«La identidad de la Iglesia no consiste en mirar al “mundo”, ni en mirarse a sí misma, ni en tratar de contemplar el propio futuro; consiste más bien en “Mirar”, como hacen los ángeles, el Rostro del Padre que está en los Cielos».
«En la Iglesia se habla quizá demasiado de su misión, de sus deberes, de su puesto en el mundo, etc., en vez de hablar de seguir a Cristo, del amor de Dios y del prójimo, del pecado, del perdón, de la resurrección de los muertos y de la vida eterna».
Estos comentarios de Robert Spaeman, filósofo alemán, en 1990 siguen teniendo, por desgracia, mucha actualidad, y a mí me han venido a la memoria al comenzar a escribir sobre la reciente Lección magistral de Benedicto XVI.
Después del cúmulo de comentarios, discusiones, que han surgido en ocasión de del desarrollo y del final de este pre-sínodo que acabamos de vivir, y en especial con motivo de la primera Relatio, −verdaderamente penosa, desde muchos puntos de vista− barrida a Dios gracias por la Relatio final; la voz suave y serena de Benedicto XVI, el Papa emérito, ha elevado el tono de la conversación.
En el primer mensaje público como Papa emérito, Benedicto XVI ha querido agradecer a la Pontificia Universidad Urbaniana, que hayan puesto su nombre a la recién restaurada Aula Magna. Y lo ha hecho dirigiendo una carta a los profesores y a los seminaristas, de África, de Asia, de América del Sur, principalmente, que cursan allí sus estudios.
¿El tema de fondo? Animarles a estudiar y profundizar la Verdad y la Doctrina católica, para transmitir la Verdad de Cristo a todo el mundo.
El Papa emérito afronta directamente la cuestión de la necesidad de anunciar la Verdad, anunciar a Cristo, como hicieron los primeros cristianos, y como ha hecho la Iglesia a lo largo de toda su historia, de una manera o de otra. Y les pone en guardia contra un peligro:
«La opinión común es que las religiones están, por así decirlo, una junto a otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Esto no es verdad. (...) Nosotros cristianos estamos convencidos de que, en el silencio, todas las religiones esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia. Es el ingreso en algo más grande, hacia lo que están en camino. El encuentro es purificación y maduración. Y es, de alguna manera, recíproco, porque Cristo espera su historia, su sabiduría, su visión de las cosas».
Toda la historia de la predicación católica en todo el mundo es una confirmación a estas palabras. Y tiene que seguir siendo así. El anuncio de Cristo no es un simple “diálogo” que se concluye de cualquier manera. Es un anuncio con afán de convencer de la Verdad. No es ninguna imposición; es una exposición de una Verdad que no se pone en discusión.
«¿No sería más apropiado encontrarse en diálogo entre las religiones y servir juntos a la causa de la paz en el mundo?, se preguntas algunos». «Este modo de pensar, recuerda Benedicto XVI, presupone, la mayoría de las veces, que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad». «Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y es letal para la fe».
«Jesús es la Verdad, la Luz, que todas las religiones esperan», les viene a decir el Papa emérito a los futuros sacerdotes que predicarán en los cinco continentes. Afirmar que todas las religiones son iguales es lo mismo −en definitiva− que decir que todas son un invento de los hombres. O sea, que Dios no ha venido a la tierra, que Cristo no es el Hijo de Dios, que el Hijo de Dios no se ha hecho hombre, que no existe la Vida Eterna.
«Cuando Andrés encontró al Señor, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: "Hemos encontrado al Mesías"». Anunció el gozo del encuentro con la Palabra, con el Verbo de Dios; y se dio cuente de que: «La alegría exige ser comunicada. El Amor exige ser comunicado. La Verdad exige ser comunicada».
La Iglesia nunca se acomodará al "espíritu" del mundo. Examinará todo y se quedará con lo bueno que hay en cada cultura y civilización. La Iglesia, con la Verdad, con Cristo, iluminará y dará sentido a todo lo bueno que encuentre en el "mundo"; y lo liberará del mal, del pecado y de la muerte.
«Así, nos toca a nosotros que creemos −les animó el Papa emérito, como un profeta que prepara a sus discípulos−, abrir de nuevo las puertas que, más allá de la mera técnica y del puro pragmatismo, conducen a toda la grandeza de nuestra existencia, al encuentro de Dios vivo, de Cristo Jesús».
Ernesto Juliá
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