Recordó los puntos que hacen importante al Papa emérito
El Papa Francisco inauguró un busto en honor al Papa emérito Benedicto XVI en los Jardines Vaticanos. Habló de la relación entre religión y ciencia, una cuestión muy estudiada por Benedicto XVI. Y recordó los puntos que hacen importante al Papa emérito
El Santo Padre se desplazó el pasado lunes, día 27, a la Casina Pío IV en el Vaticano, en ocasión de la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias y la inauguración de un busto en honor a Benedicto XVI al que ha definido como un gran Papa. ''Grande por la fuerza y la penetración de su inteligencia, grande por su importante contribución a la teología, a su gran amor por la Iglesia y los seres humanos, grande por su virtud y religiosidad''.
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Discurso del Santo Padre
Señores Cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
ilustres Señoras y Señores.
Mientras caía el velo del busto, que los Académicos han querido en la sede de la Pontificia Academia de las Ciencias como señal de reconocimiento y gratitud, una alegre emoción se ha encendido en la mi alma. Este busto de Benedicto XVI evoca, a los ojos de todos, la persona y el rostro del querido Papa Ratzinger. Evoca también su espíritu: el de sus enseñanzas, de sus ejemplos, de sus obras, de su devoción a la Iglesia, de su actual vida monástica. Ese espíritu, lejos de desdibujarse con el andar del tiempo, aparecerá, de generación en generación, cada vez más grande y poderoso. ¡Benedicto XVI: un gran Papa! Grande por la fuerza y profundidad de su inteligencia, grande por su relevante contribución a la teología, grande por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, grande por su virtud y su religiosidad.
Como sabéis bien, su amor por la verdad no se limita a la teología y a la filosofía, sino que se abre a otras ciencias. Su amor por la ciencia se manifiesta en la solicitud por los científicos, sin distinción de raza, nacionalidad, civilización, religión; solicitud por la Academia, desde que San Juan Pablo II lo nombró miembro. Ha sabido honrar a la Academia con su presencia y con su palabra, y nombró a muchos de sus miembros, incluido el actual Presidente Werner Arber. Benedicto XVI invitó, por primera vez, a un Presidente de esta Academia a participar en el Sínodo sobre la nueva evangelización, consciente de la importancia de la ciencia en la cultura moderna. Claramente, de él nunca se podrá decir que el estudio y la ciencia hayan secado su persona y su amor a Dios y al prójimo, sino al contrario, que la ciencia, la sabiduría y la oración han dilatado su corazón y su espíritu. Demos gracias a Dios por el don que hizo a la Iglesia y al mundo con la existencia y el pontificado del Papa Benedicto. Agradezco a todos los que generosamente han hecho posible esta obra y este acto, de modo particular al autor del busto, el escultor Fernando Delia, a su familia, y a todos los Académicos. Deseo daros las gracias a todos los que estáis aquí presentes para honrar a este gran Papa.
Al final de vuestra Sesión plenaria, queridos Académicos, me alegra expresar mi profunda estima y mi caluroso ánimo para lleva adelante el progreso científico y el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente, especialmente de los más pobres.
Estáis afrontando el tema altamente complejo de la evolución del concepto de naturaleza. No entraré en absoluto, lo comprendéis bien, en la complejidad científica de esta importante y decisiva cuestión. Quiero solo señalar que Dios y Cristo caminan con nosotros y están presentes también en la naturaleza, como afirmó el Apóstol Pablo en el discurso al Areópago: «Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Cuando leemos en el Génesis el relato de la Creación, corremos el riesgo de imaginar que Dios haya sido un mago, con su barita mágica y todo, capaz de hacer todas las cosas. Pero no es así. Creó a los seres y les dejó desarrollarse según las leyes internas que Él le dio a cada uno, para que se desarrollasen, para que llegasen a su propia plenitud. Dio autonomía a los seres del universo al mismo tiempo que les aseguró su presencia continua, dando el ser a toda realidad. Y así, la creación fue adelante durante siglos y siglos, milenios y milenios, hasta que llegó a ser la que conocemos hoy, precisamente porque Dios no es un demiurgo o un mago, sino el Creador que da el ser a todos los entes. En inicio del mundo no es obra del caos que debe a otro su origen, sino que deriva directamente de un Principio Supremo que crea por amor. El Big-Bang, que hoy se pone como origen del mundo, no contradice la intervención creadora divina, sino que la exige. La evolución en la naturaleza no contrasta con la noción de Creación, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan.
Por lo que se refiere al hombre, en cambio, hay un cambio y una novedad. Cuando, el sexto día del relato del Génesis, llega la creación del hombre, Dios da al ser humano otra autonomía, una autonomía distinta de la de la naturaleza, que es la libertad. Y dice al hombre que dé nombre a todas las cosas y que vaya adelante en el curso de la historia. Lo hace responsable de la creación, incluso para que domine lo creado, para que lo desarrolle, y así hasta el final de los tiempos. Por tanto, al científico, y sobre todo al científico cristiano, corresponde la actitud de preguntarse sobre el futuro de la humanidad y de la tierra, y, como ser libre y responsable, ayudar a prepararlo, a preservarlo, a eliminar los riesgos del ambiente, tanto natural como humano. Pero, al mismo tiempo, el científico debe ser movido por la confianza de que la naturaleza esconda, en sus mecanismos evolutivos, potencialidades que corresponde a la inteligencia y a la libertad descubrir y actuar para llegar al desarrollo que está en el designio del Creador. Entonces, aunque limitada, la acción del hombre participa de la potencia de Dios y es capaz de construir un mundo adecuado a su doble vida corpórea y espiritual; construir un mundo humano para todos los seres humanos y no para un grupo o una clase de privilegiados. Esta esperanza y confianza en Dios, Autor de la naturaleza, y en la capacidad del espíritu humano son capaces de dar al investigador una energía nueva y una serenidad profunda. Pero también es cierto que la acción del hombre, cuando su libertad se convierte en autonomía —que no es libertad, sino autonomía—, destruye lo creado y el hombre ocupa el puesto del Creador. Y este es el grave pecado contras Dios Creador.
Os animo a continuar vuestros trabajos y a realizar las felices iniciativas teóricas y prácticas a favor de los seres humanos que os honran. Y ahora entrego con alegría el collar que Mons. Sánchez Sorondo dará a los nuevos miembros. Gracias.