La audiencia general comenzó con los saludos del Papa a los peregrinos, las bendiciones y las sonrisas. Pero también fue una jornada dura para Francisco, que perdió a tres familiares en Argentina en un accidente de tráfico ">
Les agradezco también a ustedes por las oraciones, las condolencias por lo que ha sucedido en mi familia. También el Papa tiene una familia y nosotros éramos cinco hermanos, tengo dieciséis sobrinos y uno de estos sobrinos ha tenido un accidente de tránsito y murió su esposa, los dos hijos pequeños de dos años y de pocos meses el otro. Y él, en este momento, está en estado crítico. Pero les agradezco tanto, tanto, por las condolencias y por la oración.
Queridos hermanos:
A mi regreso del viaje apostólico a Corea, quiero dar gracias a Dios y a todos los que han contribuido a su realización, especialmente a los Obispos coreanos, a la Señora Presidenta y a las Autoridades locales.
Los dos acontecimientos principales de mi visita –la beatificación de 124 mártires y el encuentro con los jóvenes– me han permitido presentar a la Iglesia como una familia que transmite a las nuevas generaciones la fe recibida de sus antepasados. La memoria de los mártires, que fueron capaces de entregar sus vidas por aquello en lo que creían, constituye un ejemplo para los jóvenes de hoy y les da motivos para vivir con esperanza.
La Iglesia coreana nació de la fe de algunos fieles laicos que, fascinados por la sabiduría de las Escrituras, las estudiaron y las adoptaron como regla de vida. Sus aldeas se inspiraron en la comunidad apostólica de Jerusalén, que tenía todo en común. Por eso, he animado a los cristianos de hoy a ser solidarios con los más pobres y marginados.
Además, he tenido la oportunidad de hacer un llamamiento y una oración por la reconciliación de todos los hijos de la tierra coreana, que aún sufren las consecuencias de guerras y divisiones.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y otros países latinoamericanos. De modo especial, saludo a los campeones de América, al equipo de San Lorenzo, aquí presente, que es parte de mi identidad cultural. Que la peregrinación al Sepulcro de los Apóstoles Pedro y Pablo aumente su fe y estimule su caridad para con los pobres y necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy junto a ustedes, agradezco al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por El Espíritu misionero, en un País donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio: te las encuentras a ambas.
Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos Obispos de Corea, a la Señora Presidenta de la República, a las otras Autoridades y a todos los que han colaborado para mi visita.
El significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio.
La República de Corea es un País que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados y deben mantener la fuerza heredada de sus antepasados.
En esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la cual los adultos transmiten a los jóvenes la llama de la fe recibida de los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se transforma en nuevo testimonio en el presente y esperanza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se agregan a aquellos ya canonizados 30 años atrás por san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la sexta Jornada de la Juventud Asiática.
El joven siempre es una persona en búsqueda de algo por lo cual valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo, es más, de Alguien por el cual vale la pena dar la vida. Esta realidad es el Amor de Dios, que se ha hecho carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor resucitado nos ha llenado de alegría y de esperanza, que los jóvenes llevarán a sus diversos países, ¡y que harán tanto bien!
La Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos ya sea en los albores de la fe como en la obra de evangelización. En aquella tierra, de hecho, la comunidad cristiana no fue fundada por misioneros sino por un grupo de jóvenes coreanos de la segundad mitad del 1.700, los cuales quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y los eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el Bautismo y luego este laico bautizó a los compañeros. De aquel primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el comienzo y por cerca de un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por lo tanto, la Iglesia en Corea está fundada sobre la fe, sobre el compromiso misionero y sobre el martirio de los fieles laicos.
Los primeros cristianos coreanos se propusieron como modelo la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera toda diferencia social. Por eso he alentado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".
Queridos hermanos, en la historia de la fe en Corea se ve como Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que a través de los siglos y los milenios buscan la verdad y practican el amor por Dios y el prójimo. Cristo no abroga lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, lo lleva a cumplimiento.
En cambio, lo que Cristo combate y derrota es el maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero: que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su Sacrificio de amor. Y si nos quedamos con Él, en su amor, también nosotros como los mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria.
Con esta fe hemos rezado y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y de reconciliación.
Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de María Asunta al Cielo. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene los pasos más arduos, consuela a cuántos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su maternal intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, le done paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en aquella tierra, para que sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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