Una de las tradiciones más emotivas ligadas a esta devoción mariana altoaragonesa
El día de la festividad de la Virgen de Torreciudad revive una de las tradiciones más emotivas ligadas a esta devoción mariana altoaragonesa: el pesaje y presentación de niños nacidos en el último año a Santa María
El santuario de Torreciudad se ha caracterizado a lo largo de sus casi diez siglos de historia por el protagonismo de las familias cristianas, que desde su origen alzaron y custodiaron la ermita en honor a la Virgen y difundieron su devoción por los alrededores. La festividad de la Virgen de Torreciudad se celebra el domingo posterior a la solemnidad de la Asunción de la Virgen, y en ese día revive una de las tradiciones más emotivas ligadas a esta devoción mariana altoaragonesa: el pesaje y presentación de niños nacidos en el último año a Santa María.
El origen geográfico de las familias que han venido este año es muy variado: acudieron al encuentro festivo desde Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao, Palencia o Pamplona. El Altoaragón estuvo representado por familias de Barbastro, Graus, El Grado y Artasona. En total 21 bebés, 12 niños y 9 niñas, con edades que iban desde el mes y medio de vida de Jorge, de El Grado, hasta los doce meses de Mencía, de Barcelona. Vecinos de las localidades cercanas al santuario y veraneantes de la zona acompañaron a los padres en los diferentes actos, mientras que la chiquillería, ruidosa y abundante, disfrutó de una climatología idónea para la fiesta.
Una misa celebrada por el rector del santuario, Javier de Mora-Figueroa, inició la jornada a las 11:00 h. de la mañana. En su acogida a las familias participantes recordó la peregrinación en acción de gracias a la antigua ermita de Torreciudad que los padres de san Josemaría Escrivá hicieron por la curación de su hijo cuando tenía dos años de edad, a comienzos del siglo XX. En la misa cantó la soprano barbastrense Ruth Repáraz, que presentaba también a la Virgen a su hijo Nicolás.
Durante la homilía el rector recogió varias ideas de la última encíclica del Papa Francisco, Evangelii gaudium, referidas a los santuarios marianos. Afirma el Papa: «Allí puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: “No se turbe tu corazón. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”».
El día soleado de verano pero de agradable temperatura recibió a la salida a las familias asistentes, que hacia las doce del mediodía comenzaron en procesión una romería hacia la antigua ermita por el sendero de los Dolores y Gozos de San José. En el recorrido rezaron el Rosario llevando la imagen peregrina de la Virgen de Torreciudad (una copia exacta de la original), alegremente adornada con flores y colocada sobre unas andas de madera. Algunas familias iban vestidas con vistosos trajes regionales de Aragón. Al llegar tuvo lugar el tradicional Canto de los Gozos de la Virgen de Torreciudad y una ofrenda de productos del campo. El rector leyó después la oración de ofrecimiento de los niños a Santa María en solicitud de amparo y protección para todas las familias.
Según la costumbre, el rector fue introduciendo a los bebés en una canasta de mimbre colocada en uno de los brazos de la antigua balanza, forjada en hierro y puesta bajo uno de los arcos del porche para la ocasión. Los padres hacían el ofrecimiento de la niña o el niño a la Virgen e igualaban, sin que la exactitud importe mucho, el peso de la criatura poniendo productos de sus lugares de origen.
En esta ocasión, el plato derecho de la balanza pesó vino del Somontano y de las comarcas catalanas, aceite de Artasona y del Bajoaragón, tomate rosa de Barbastro, una sandía de 9 kg., un jamón de Teruel, una calabaza y productos típicos castellanos. Antiguamente estas ofrendas se destinaban a la manutención de la familia del santero o la santera que vivía junto a la ermita, actualmente se distribuye entre familias necesitadas de la zona. Tras el pesaje de los bebés, se entregó a los padres un recordatorio impreso con la fecha del ofrecimiento y una medalla de la Virgen de Torreciudad, y se les pidió un correo electrónico para enviarles las fotografías del acto.
Desde Madrid han venido los Valdecantos, que tienen mucha experiencia en esta costumbre porque es el octavo hijo que presentan a la Virgen de Torreciudad, José María: «Creo que hoy somos los que más veces hemos venido −dice Loreto−, y como al resto de los hijos, lo presentamos para que la Virgen le proteja y sea buen hijo suyo».
El día fue especialmente emotivo para las familias que acudían por primera vez. Luis y Chisca, de Palencia “con pe” como insisten, han presentado a su primera hija, Loreto: «Nos ha hecho mucha ilusión ofrecer a la Virgen lo que más queremos de nuestra casa». Íñigo y Marta, de Barcelona, presentaron el año pasado a Sofía, y en esta ocasión han traído al pequeño Íñigo: «Esto simboliza para nosotros la unidad familiar, y la ponemos bajo la protección de Santa María en este lugar». Desde Artasona han venido los Durán Aramberri para presentar a su hijo Jon: «Para nuestra familia Torreciudad es una tradición especial, muy sentida, que no queremos perder», afirma Javier Durán.
«Experimentas la tranquilidad de poner al niño en manos de la Virgen», comenta Arancha, madre de Yago, «es una costumbre muy bonita». Fausto y Fátima vienen de Pamplona: «Queremos que desde pequeño Martín tenga devoción a Nuestra Señora, por eso estamos aquí». Otra familia muy conocida en la zona, los Calero Sanagustín, de El Grado, participaban por tercera vez ofreciendo a Jorge: «Es una gran alegría −dice su padre, Óscar−, tenemos una gran devoción a la Virgen de Torreciudad. De hecho, Ana y yo nos casamos aquí, en la antigua ermita».
Los actos terminaron con el popular reparto de “La Caridad”, piezas de torta elaborada en el horno de Secastilla, municipio al que pertenece el santuario, y vino ofrecido por Bodegas Obergo, situada junto a Ubiergo, pedanía de Secastilla. El canto de algunas jotas aragonesas y otras canciones dedicadas a la Virgen pusieron el punto final a una jornada plenamente festiva y familiar.