Esas tres palabras van a constituir el tema de ensayo final que los alumnos del curso ‘Pensadores del Siglo XX’, deberán presentar al terminar el semestre que pronto comienza
Silencio. Uno de los grandes ausentes del día a día. Acompañado por la autoridad, el sentido común y otros bienes, vaga no se sabe por dónde, buscando su lugar, tocando la puerta del corazón y la cabeza, siempre en su estilo, silenciosamente. Le huyen todos los especímenes vacíos de ideales, pensando que abrirle un espacio es correr el riesgo de no saber con qué llenar esos tiempos. Pero durante el silencio, Alguien susurrará (pidiéndole permiso): con ideas, con afectos, con proyectos… «Todo el mundo debe tener períodos de su vida y momentos en su día, que sean partes constitutivas y permanentes de ellos, en que se calla, se concentra y −con un corazón vivo− se hace alguna de las innumerables preguntas que suprime durante un día ocupado», escribía hace más de 60 años Frank O’ Malley, el creador del curso.
Ruidos. Se multiplican y modulan en todas las frecuencias, afuera y adentro. Golpean, distorsionan, cansan, agotan. Son tantos, tan variados, tan penetrantes; han logrado llegar hasta el punto que ya no hay casi distinción de las dimensiones del afuera y del adentro. Bocinas y maquinarias, fuera; gritos y chillidos, dentro; y después saldrán para afuera, para mezclarse con otros altos decibeles equivalentes. «Emmanuel Mounier ha mencionado “el peligro de quedar encerrados dentro de nosotros mismos, amenaza muy real”. Pero, respecto de la mayoría de las personas y de buena parte de nuestras vidas, cruzadas como ellas están por los requerimientos del mundo, es más certera la descripción de Valery: “estamos encerrados fuera de nosotros mismos”», vuelve a afirmar O’Malley.
Sonidos. Están a la espera de su aliado, el silencio; piden parte de su escaso tiempo, entran sin invadir: son las palabras afectuosas, son las melodías, son los conceptos, son los susurros de la naturaleza, son las insinuaciones de Dios. Agregaba finalmente O’Malley: «El ser humano no es suficiente para sí mismo, no puede llegar y aceptar o rechazar su relación con Dios del mismo modo en que piensa o toma decisiones. La naturaleza de la persona humana está esencialmente determinada por su relación con Dios. El ser humano existe sólo como alguien relacionado con Dios».