A veces el lenguaje es visto −sin prestar atención a sus mismas reglas propias− como instrumento de poder, como puro modo de que otros piensen y hagan lo que nos convenga en cada momento, aunque sea lo opuesto a lo que en un momento anterior se pretendía
El lenguaje puede ser visto de muchas maneras. En principio, es algo propio que nos permite a las personas compartir intelectual y vitalmente saberes, pensamientos, emociones, etc., acerca de la realidad natural y humana.
Por ejemplo, entiendo qué es lo que sucede hoy en día al decir que "dentro de un tiempo, hablar de la abolición del aborto será tan natural como hablar hoy de la abolición de la esclavitud". Este es un argumento razonable, y puede argumentarse retóricamente, para hacer verosímil a otros lo que entiendo como verdadero. Pero no lo haré, porque voy a otra cosa.
Desde el punto de vista del lenguaje entendido como modo de compartir saberes acerca de la realidad, es normal que la retórica tenga su lugar adecuado en la comunicación, en la medida en que −como bien dice E. Garver− sus reglas y fines internos de funcionamiento son respetados. La principal regla retórica, ya desde el viejo Aristóteles, no es persuadir, sino encontrar los medios más adecuados para tomar la palabra y actuar ante una causa en discusión o ante la alabanza o vituperio de lo que es considerado como indiscutible.
A veces el lenguaje es visto −sin prestar atención a sus mismas reglas propias− como instrumento de poder, como puro modo de que otros piensen y hagan lo que nos convenga en cada momento, aunque sea lo opuesto a lo que en un momento anterior se pretendía.
Cuando esto sucede, nos encontramos con que ya no hay reglas propias de funcionamiento de las artes lingüísticas, y todo el lenguaje se convierte en estricta herramienta de persuasión de los demás en beneficio propio. Es lo que desde antiguo también hacían −y siguen haciendo− los sofistas. Hacer que resulte verosímil a los demás cualquier cosa que me beneficie.
En nuestros días, cuando en España el partido en el poder, con Zapatero y su ministra Aído, forzó una legislación en pro del aborto, lo hizo con una férrea acción legislativa, basada en su estricta voluntad de puro poder, pero usando el eufemismo (la expresión "que suena bien") de "Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo". Todo muy aparentemente salutífero.
A pesar de lo que han dicho al respecto muchos expertos, también lingüístas [descargar artículo del catedrático Manuel Casado], el caso es que la sociedad ha tardado en ver las incongruencias internas de la expresión, porque, hablando de interrupción, ¿cómo puede recuperarse un embarazo sólo "interrumpido", como si fuera el descanso de un partido de fútbol?
Pero la sociedad, ya despierta del eufemismo, vuelve a hablar del aborto, que es como se llama al aborto.
Así encuentro un magnífico artículo de José Apezarena, en El Confidencial Digital, que reproduzco entero. Para muestra, un buen botón:
Una de las batallas que más intensamente ha dado estos años la izquierda ha sido intentar eliminar la palabra "aborto", que evidentemente ofrece un trasfondo negativo y hasta agresor, e imponer en su lugar la neutra y hasta delicada expresión "interrupción voluntaria del embarazo".
Así por ejemplo, la famosa 'ley Aído' sobre reforma del aborto, aprobada por Rodríguez Zapatero (por sus pistolas) en 2010, y que sigue en vigor, se llamó "Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo".
Como digo, desde la izquierda se ha trabajado durante años por cambiar la terminología. Y casi lo habían conseguido. Hasta que ha llegado la reforma que plantea Alberto Ruiz Gallardón.
El ministro de Justicia, al que por cierto le honra la valentía con que está argumentando, a cara descubierta, la necesidad de su ley, incluso a la intemperie porque muchos de su propio partido le han dejado taimadamente solo, ya ha conseguido algo con su iniciativa: que se vuelva a hablar de aborto. Sin mixtificaciones.
En efecto, incluso desde los ámbitos de la izquierda, la moderada y la radical, encelados en el objetivo de frenar a como dé lugar la reforma gallardoniana, cuando abordan el asunto, tal vez para no perder el tiempo con circunloquios, hablan sin más, paladinamente, de "aborto".
Ese término se ha impuesto también en los medios de comunicación. Basta echar una mirada a los periódicos y a las páginas digitales.
Así que: adiós "interrupción voluntaria del embarazo".
Juan José García-Noblejas
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