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«He intentado relatar las cosas como las viví, dejando que los hechos hablen por sí mismos. Quisiera mostrar algo más –no es poco lo que se ha escrito sobre la vida de san Josemaría– de su existencia ordinaria y ayudar así, a quienes lean estas páginas, a hacer también, por Amor, una pequeña obra de arte de su vida diaria…»
Entrevista a Mons. Jaime Fuentes, obispo de Minas (Uruguay), quien vivió algunos años en Roma junto a san Josemaría Escrivá de Balaguer
Los hechos son sagrados
En 1921, el periodista británico C.P. Scott acuñó la fórmula: «los hechos son sagrados; las opiniones, libres». Jaime Fuentes escribe sus recuerdos sobre san Josemaría Escrivá dando un nuevo sentido a la primera parte de la frase: en la vida de quien aspira a la santidad, hasta el hecho más pequeño puede ser sagrado. Esa certeza le llevó a publicar Luchar por amor, un breve libro con sus recuerdos: «traté al fundador del Opus Dei a lo largo de diez años: desde 1964 hasta 1974 (...). A la vuelta del tiempo, recuerdos muy pequeños han adquirido el valor de un tesoro».
Mons. Jaime Fuentes nació en Montevideo, estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y es doctor en Teología por la misma universidad. Cuando era muy joven, en 1967, se trasladó a Roma, donde vivió junto a san Josemaría Escrivá de Balaguer. Fue ordenado sacerdote en 1973 y volvió a Montevideo en 1974. Desde hace diez meses es obispo de la Diócesis de Minas (Uruguay).
La clave para ganar el premio
En la primera página de su libro aparecen dos citas. Una, de Séneca —“vivir es luchar”—; la otra, de san Josemaría: «este es nuestro destino en la tierra: luchar, por amor, hasta el último instante». En términos asequibles, ¿cuál es el punto que marca la diferencia?
El amor. Cuando hay amor, la lucha se convierte en torneo deportivo: «¿No saben que todos corren en el estadio, pero uno solo alcanza el premio?» Esto ya lo decía san Pablo, uno de los hombres más enamorados de Cristo que haya existido. El torneo deportivo es lucha y, aunque algunas veces se pierdan partidos, hay que seguir compitiendo. Esto lo aprendí de san Josemaría.
Usted dice que san Josemaría era «un maestro en el arte de crear momentos». ¿Podría explicar qué significa esto y algún “hecho” que le lleve a afirmarlo?
“Crear un momento” es una expresión que manifiesta una necesidad: la de imponer un ritmo humano al trabajo, la de valorar los encuentros personales. Se trata de buscar con empeño la riqueza encerrada en el corazón de la gente, que a fuerza de correr y hacer cosas puede llegar a convertirse en una enorme sociedad anónima.
San Josemaría enseñó a “crear momentos”. Su fórmula era sencillísima y difícil al mismo tiempo: estaba con sus cinco sentidos en cada persona, en cada situación. En 1968, yo trabajaba en una oficina de la sede central del Opus Dei, en Roma. El Padre solía venir a hablar con quien dirigía ese departamento, sobre cómo iban los distintos proyectos. Nunca iba con la actitud del ejecutivo que ve los problemas, indica las soluciones y se marcha. Lo más importante éramos nosotros: “creaba momentos” preguntando por la familia de uno, interesándose por las cosas nuestras, hasta las más pequeñas…
No esperéis a viejos
¿Cómo afrontaba san Josemaría “el paso del tiempo”? ¿Recuerda algún cumpleaños, por ejemplo, junto a Mons. Escrivá de Balaguer?
El 9 de enero de 1968, cuando cumplió 66 años. Recuerdo la homilía de la Misa que celebró ese día. Estábamos allí varias decenas de jóvenes, y nos decía que no debíamos esperar a la vejez para ser santos. «Sería una gran equivocación. Desde ahora, seriamente, gozosamente, alegremente, a través del trabajo —en este momento vuestro trabajo es el estudio—, a santificar esa tarea santificándoos vosotros, sabiendo que santificáis a los demás».
Recuerdo también el detalle con uno de nosotros, el día que cumplió 40 años. Era marino de profesión. A la hora del almuerzo, le trajeron un barco de papel, hecho por san Josemaría, en el que había escrito de su puño y letra en la proa: "20 + 20 = eterna primavera".
El paso del tiempo, que para no pocas personas constituye un drama, a él le empujaba a aprovechar el momento presente dándole, por el amor que ponía en lo más chico, valor de eternidad.
Sueños y realidades
Los santos son, para algunos, jóvenes soñadores. ¿Ha escuchado alguna vez hablar a san Josemaría sobre la realización de esos sueños?
Justamente el día de su cumpleaños decía que nosotros, los que estábamos allí, éramos como la concreción de sus sueños: personas de los más variados ambientes y puntos del planeta que habían entendido el mensaje de la santidad en medio del mundo y querían jugársela toda para comunicarlo, de norte a sur.
Ese día, comentaba: «la Obra es hoy una familia sin límites de raza, de lengua, de nación (...). Las cosas de Dios vienen así, pequeñas; vienen con una suave violencia, abriéndose camino con dolor y abnegación. Nace el tallo después de haber muerto la semilla, y luego las flores (...) y los frutos, los frutos sois vosotros (...). Soñad. Tengo sesenta y seis años, y los sueños se han hecho realidades, y además no me siento viejo».
Todo ganancias
Para una persona como usted, que se había proyectado como periodista, ¿ha supuesto una “dura renuncia” la ordenación sacerdotal? En pocas palabras, ¿cómo entendía san Josemaría la vocación al sacerdocio?
Dios da la gracia para llevar a cabo lo que Él quiere de cada uno; de otra manera yo no me entendería a mí mismo. Si en 1964, cuando con 19 años me fui a estudiar periodismo a la Universidad de Navarra, alguien me hubiera dicho que sería sacerdote y obispo, lo habría mirado como a un loco de remate. Y sin embargo… Me falta tiempo para darle gracias a Dios por lo que he ganado, respondiendo que sí a su llamada al sacerdocio. San Josemaría entendía el sacerdocio como el regalo más grande que Dios puede hacer a un hombre, puesto que se trata de servir a todos siendo administrador de los misterios de Dios, como dice san Pablo.
Para un fiel del Opus Dei, no es ninguna “coronación” de su vocación a la santidad: «es una llamada que hace a algunos, para servir de un modo nuevo a los demás», en palabras de san Josemaría. Por lo demás, sigo con mi mentalidad profesional: tengo una noticia permanente que comunicar y trato de hacerlo usando los modos más adecuados al público al que me dirijo.
Ahora, como obispo, ¿podría evocar alguna anécdota de la vida de san Josemaría que le ayude en su labor pastoral?
Una vez, en Roma, fue a despedirse de él Mons. Luis Sánchez Moreno, obispo entonces en Perú. Yo estaba presente. San Josemaría le dio dos besos, como Padre lleno de cariño que era, y solamente le dijo: —Rezaré por ti para que seas un obispo santo. Es lo esencial, no tengo nada más que agregar.
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