Se escuchan muchos lamentos sobre la gente joven que no practica la fe o acerca del asedio laicista anticristiano<br /><br />
Las Provincias
Necesitamos un lenguaje que llegue al hombre de hoy, con sus progresos y problemas, con sus alegrías y tristezas, con su afán por hacerse preguntas profundas a sí mismo o completamente despreocupado de ellas…
Se escuchan muchos lamentos sobre la gente joven que no practica la fe o acerca del asedio laicista anticristiano. Justos lamentos. No falta quien se alegra de que las iglesias estén menos llenas, existan más matrimonios civiles que hace unos años o que un elevado porcentaje de los recién nacidos no sea bautizado. Son muy libres de hacerlo, aunque no sea muy elegante celebrar un mal que se presume ajeno, incluso en las propias antípodas, aunque luego demuestre no ser tan ajeno.
En estas líneas ni busco el lamento condenatorio ni, por supuesto, alegría por esos hechos que, en mi caso al menos, sería más que estúpida. Según leí en una agencia de noticias, Monseñor Fernando Sebastián publicó un libro —Evangelizar— que, partiendo de la cruda realidad, impulsa a los católicos a caminar hacia adelante ofertando con garra la verdad que nos posee. No se trata de ningún restauracionismo o confesionalismo, sino de una invitación a vivir y a mostrar el Evangelio, a salir a los caminos como en la parábola de las bodas.
Frente al cuestionamiento de la fe y de las prácticas religiosas, no pretendo entablar disputa alguna, sino buscar una mejor capacidad para comunicar nuestras convicciones sin arrogancia, pero sin miedo. Necesitamos un lenguaje que llegue al hombre de hoy, con sus progresos y problemas, con sus alegrías y tristezas, con su afán por hacerse preguntas profundas a sí mismo o completamente despreocupado de ellas; quizás con un deslumbramiento por la ciencia experimental y la técnica que le conducen a pensar en un Dios no necesario; o con sus creencias prácticamente intactas, pero sin práctica religiosa; o militantes del descreimiento.
¿Qué puede ofertar la fe católica al hombre de nuestro tiempo? ¿Es posible creer todavía? La fe puede deslumbrar con lo permanente, pero sabiendo encontrar razones inteligibles para nuestro mundo. El contenido entregado invariablemente por la fe no es un conjunto de preceptos complicados, ni siquiera primariamente un cuerpo de doctrina, sino una Persona: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Esta última frase ya comienza a no comprenderse. ¿Dios tiene hijos?, se preguntará alguno. Desde luego que no, si se entiende al modo humano. Habría que ir a la Santísima Trinidad, lo que es harto misterioso y complejo: un único Dios y tres personas distintas. Pero, claro, si existe Dios, precisamos admitir, por principio, que no cabe en nuestro intelecto.
No podemos esconder la creación. Tampoco que Dios se ha hecho hombre por amor a los hombres de los que, por otro lado, y precisamente por ser Dios, no precisa nada. Ese amor es grande y desinteresado: nos crea sin necesitarnos y nos redime sin más motivo que el amor. Otras interesantes cuestiones: ¿Existe la redención? ¿Era preciso morir en una cruz para salvarnos? ¿Por qué tanto dolor?
Es obvio que no encontraremos respuestas desde el punto de vista puramente racional, lo que no quiere decir que la fe se enfrente a la razón. Las verdades —si lo son efectivamente— no pueden contradecirse. Pero, claro, Dios no cabe en mi cabeza por más que muchos afirmen que están por la racionalidad, porque la razón acarrea consecuentemente a reconocer sus muchos límites. Ser racional es plantearse los grandes temas de la vida como los trazó, por ejemplo, Juan Pablo II en sus encíclicas Veritatis Splendor y Fides et Ratio. No se trata de rehuir las dificultades en ningún sentido, sino de estudiarlas con hondura.
La fe católica, ofertando a Cristo, no aporta soluciones facilonas a los problemas, pero se encara con ellos. En Jesús de Nazaret hallamos esas respuestas, que no son recetas mágicas, sino planteamientos vitales que conducen hasta la existencia de Dios, la creación del universo, y en particular del hombre, el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo, la Iglesia y sus sacramentos. Si es preciso hacer este rebobinado, sería honrado realizarlo, en lugar de limitarnos o vivir de la propia subjetividad o a refugiarnos en unos supuestos de la ciencia experimental que, siendo muy valiosos, no dan razón de esas profundas cuestiones, aunque tampoco se le oponen. Se puede afirmar con Ratzinger que la razón del Universo nos permite conocer la Razón de Dios.
Entonces, ¿creer es complicarse la vida? En cierto modo sí, pero a la vez es dar razones de nuestro ser y de nuestro acontecer. Vale la pena probar ahí la felicidad. Frente a esta sugerencia se puede argüir que uno tiene la vida resuelta con un tranquilo agnosticismo, un ateísmo convencido, o una sencilla falta de práctica religiosa, tan aparentemente cómoda como poco razonable.
Oiga, usted quiere complicarme la vida con este artículo. Pues la verdad es que sí, aunque sin ningún ánimo de fastidiar, sino justamente con el deseo de que seamos razonables con las eternas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué existe al otro lado de la muerte? Y ofrezco la solución: no es algo complejo, se llama Jesús de Nazaret. No defraudará a quien lo busca. La Jornada Mundial de la Juventud, con el Papa, es una ocasión para encontrarse con Cristo.