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Mientras, las familias católicas chinas siguen rezando el rosario, siguen alentando a sus hijos a agradecer a Dios la vocación sacerdotal y a ordenarse en la clandestinidad por obispos fieles a Roma, al Papa, a Cristo
Se terminan ya, en estas latitudes, los preparativos espirituales, técnicos, organizativos, para la Jornada Mundial de la Juventud. La Iglesia, con sacerdotes de tantas partes del mundo, se dispone a vivir una nueva, perenne, Pentecostés.
Mientras tanto, el gobierno chino, además de no conceder visados para que algunos jóvenes católicos puedan venir a vivir ese abrazo fraterno, esa comunión de fe, con el Papa y con toda la Iglesia en Madrid, continúa su empeño en crear conflictos con la Santa Sede.
Son ya tres las ordenaciones episcopales no aprobadas, ni autorizadas, por la Santa Sede, y en muy poco tiempo.
¿Por qué esa preocupación para tratar de "gobernar la Iglesia" a través de esas ordenaciones ilícitas de obispos, como ya le achacan algunos comentaristas?
Es cierto que para una actuación semejante las autoridades del partido comunista chino necesitan la colaboración, pasiva o activa, en este caso siempre es de alguna manera activa, de algunos sacerdotes indignos que se prestan a su juego. Desde el Vaticano se les recuerda que quedan inmediatamente excomulgados, fuera de la comunión con toda la Iglesia, con Cristo, y que su ordenación episcopal es ilícita.
«¿Pueden nuestros líderes tomarse un poco de tiempo, dado su compromiso en la lucha de poder, y prestar atención a esta "pequeña comunidad" de católicos? ¿Por qué no se permite a nuestros hermanos y hermanas vivir pacíficamente su vida de fe? ¿No es un derecho reconocido en la constitución?».
Con estas palabras el cardenal Zen, obispo emérito de Hong-Kong, pregunta a los políticos las razones de su empeño diabólico para crear desorden y confusión entre los fieles y sacrificados católicos chinos, y levanta su voz valiente contra las razones que los políticos han dado recientemente.
«Podríamos entender que el Gobierno saliera a defender a sus títeres diciendo que son "políticamente correctos", o alabar su valentía resistiendo la presión extranjera —la Santa Sede, se entiende—; pero ahora han salido a alabar su "ardiente fe católica", y decir que las ordenaciones sin el mandato papal son necesarias para el "normal gobierno de la Iglesia y por las necesidades de las actividades pastorales y evangelizadoras"».
Quizá Paul Lei Shiyin, Joseph Huang Bingzhang y otros sacerdotes, indignos también por su conducta moral, en su miserable afán —y lamento tener que escribir así, pero sé que me quedo corto— no recuerdan a otros sacerdotes vendidos a las alabanzas de la revolución francesa, de Napoleón, del poder temporal, a las insidias de Enrique VIII, que acabaron después siendo asesinados por quienes les promovieron en su día, para servirse de ellos contra la Iglesia, contra Cristo. El Señor les dará tiempo de arrepentirse; y yo rezo para que lo aprovechen. ¿Lo harán?.
«Nadie sabe cuánto durará este severo invierno, dice el cardenal Zen, y con él tantos obispos mártires chinos, pero nuestros fieles no tienen miedo, o superarán sus miedos con fe y oración, y tendrán la gracia del cielo para imitar a los mártires canonizados y a los innumerables héroes que viven la fe, para dar un testimonio valiente de Nuestro Señor Resucitado».
Y mientras, las familias católicas siguen rezando el rosario, siguen alentando a sus hijos a agradecer a Dios la vocación sacerdotal y a ordenarse en la clandestinidad por obispos fieles a Roma, al Papa, a Cristo.
En la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud se rezará, y se rezará con mucha Fe, por esta iglesia perseguida y martirizada en China.
¿Está inquieto el Dragón por la Fe de esos católicos chinos que «rechazarán a estos 'oportunistas' y se mantendrán siempre al lado del Papa?».
Ernesto Juliá Díaz
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