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Ojalá me indigne y abandone la mezquindad de mi vida y me atreva a hacer de ella una vida que valga la pena vivir
Desde el 15-M te veo salir de casa indignada, con los ojos verdes llenos de esperanza en vez de ira. No estás dispuesta a que nadie te robe la paz ni la tranquilidad. ¡No me representas!, le gritas al anuncio de la “tía buena” de la marquesina del bus, yo soy una tía normal. Y sales a la calle dispuesta a amar y a cambiar, de una vez por todas, esa parálisis de tu corazón que te hacer ser una marioneta en manos de convencionalismos sociales.
Indignada has decidido apagar la televisión y lees un libro que te haga pensar y sentir en primera persona. Se te ocurren distintas posibilidades: echarle la culpa al sistema o seguir ese dicho italiano “Piove? Porco governo”.
Anna Freud te hace caer en la cuenta de que la negación, la proyección y el desplazamiento son mecanismos de adaptación primarios. Estrategias inútiles que te bloquean y dejan indefensa. La responsabilidad es de otro: los políticos, el gobierno, el sistema, los bancos, los ricos… Ellos son los que tiene que cambiar. Yo me tengo que quejar y exigirles que cambien.
Indignada te da la risa cuando escuchas en la asamblea “exigimos que los políticos…”, “exigimos que el gobierno…”. Manifiestos hueros que “exigen” que otro haga algo, pero “…es necesario comprometerse en nombre de la propia responsabilidad como persona humana” (S. Hessel, Indignaos).
Indignada sueñas. Ojalá me indigne y abandone la mezquindad de mi vida y me atreva a hacer de ella una vida que valga la pena vivir. Ojalá me indigne y alce mi voz contra mis errores y acepte mis límites y me dé cuenta de que puedo ser eterno si me arriesgo a vivir el presente.
Ojalá me indigne y acampe en la fortaleza de servir a los demás. Ojalá me indigne y sonría de una puñetera vez. Ojalá me indigne y dedique tiempo a mi familia. Ojalá me indigne y no me eche más ese perfume con olor a narciso.
Indignada ya no eres indiferente. “La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir: yo no puedo hacer nada, yo me las apaño” (S. Hessel, Indignaos). Indignada te lo curras en el curro con tu traje de protagonista: «… me siento contentísima cuando consigo que los desayunos en el trabajo sean para unirnos más, para aprender a trabajar en equipo y enseñar a cambio de nada, olvidando el pensamiento de moda "si le enseño a lo mejor lo hace mejor que yo", una competencia que al final rompe el diálogo y hace que seas peor».
Indignada tarareas una estrofa de La Internacional “El mundo va a cambiar de base / Los nada de hoy todo han de ser” mientras recuerdas unas palabras de Benedicto XVI: «Yo diría que normalmente son las minorías creativas las que determinan el futuro…». Lo que está claro es que quieres cambiar tú para cambiar el mundo: “Piensa globalmente, actúa localmente”.
Indignada te acuerdas de cuando en Selectividad estudiabas a San Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Sueñas en un mundo en el que lo que mueva a las personas sea el amor: a los demás, a su trabajo, a su tierra.
Amas y no dejas que te corrompa la comodidad. Amas y luchas contra la guerra fría del comedor familiar. Organizas una rebelión no violenta que se hace esperanza violenta en uno mismo.
Indignada te niegas a que te coman el coco con la dictadura del relativismo, con la engañifa del buen rollito convencional, con el “todo vale” menos que me pidas que sea coherente.
Indignada te decides a cambiar y a amar para vivir ahora como quieres que te recuerden mañana: una indignada que se rebeló para amar.
Carlos Chiclana es médico psiquiatra
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