La comunidad cristiana espera –contra toda esperanza– que se haga justicia<br /><br />
ReligionConfidencial.com
Los creyentes destacan por su actitud de fondo sobrenatural, plena de espíritu de perdón
Aunque apenas aparezca en los medios informativos españoles, es continuo el flujo de noticias sobre la violencia anticristiana en Pakistán. Los creyentes destacan por su actitud de fondo sobrenatural, plena de espíritu de perdón. Así, ayer 19 de junio, se celebró una “Jornada de oración por Pakistán”, con objetivos precisos: orar por la paz, construir una sociedad armoniosa, hacer hincapié en que los cristianos son a todos los efectos “ciudadanos paquistaníes”.
La iniciativa de la Fundación Masihi —que se ocupa de la defensa de los cristianos— contaba con la adhesión de las diversas confesiones cristianas y también de otras comunidades religiosas: los Sikhs y algunos líderes musulmanes moderados, como el intelectual Mehfooz Ahmed Khan, quien comentó a la agencia Fides que «Pakistán necesita de estas iniciativas para promover la armonía en la sociedad. Los cristianos han desempeñado un papel vital desde la creación de Pakistán; deploramos la violencia que sufren en Punjab».
Mons. Antony Rufin, Obispo de Islamabad-Rawalpindi afirmaba: «Apreciamos esta iniciativa, que envía un mensaje claro: los cristianos oran por su país en un momento crucial para el futuro. Los cristianos siempre han tenido un papel positivo en el desarrollo del país, pero siguen siendo discriminados, perseguidos o considerados emisarios de Occidente. Con esta Jornada queremos decir que nos sentimos totalmente paquistaníes. Oramos a nuestro Padre Celestial por la paz en Pakistán».
Pero, además, la comunidad cristiana espera —contra toda esperanza— que se haga justicia. Basta pensar en el asesinato de Shabhaz Bhatti, católico ejemplar, ministro de las minorías, abatido el 2 de marzo pasado no se sabe por quién. De hecho, la policía sólo ha practicado una detención: un hombre de Karachi sospechoso de haber participado en el complot para eliminar al ministro. Apenas parece relevante, como señala Yousaf Emmanuel, Director de la Comisión nacional “Justicia y Paz” de Pakistán: «Este país tiene un serio problema que se llama impunidad. Los ciudadanos están a la espera de claridad sobre el asesinato de Benazir Bhutto. Y también sobre los responsables del asesinato de Bhatti».
Según las primeras informaciones, Shahbaz Bhatti fue asesinado por un comando armado vinculado al grupo talibán “Tehrik-e-Taliban”. El ministro del Interior, Rehman Malik, se comprometió a localizar a los culpables. Las minorías religiosas pidieron que se estableciese una comisión independiente de investigación, dirigida por uno de los jueces del Tribunal Supremo, pero la petición no se ha tenido en cuenta.
A la impunidad contribuye la evolución del departamento para las minorías. Después de un conjunto de incidencias, cambió su nombre por el de Ministerio para la Armonía y las Minorías. Pero en el proyecto de ley presupuestaria ni se le menciona: no dispondrá de fondos económicos. De nada habrá servido nombrar a Paul Bhatti, hermano del ministro asesinado, “Consejero Especial” del Primer Ministro para los Asuntos de las Minorías, y a otro católico, Akram Gill, una especie de secretario de Estado. La comunidad cristiana sospecha que, trascurrido el tiempo, el Primer Ministro Raza Gilani acabará suprimiendo ese departamento, como había anunciado en un primer momento.
Entretanto, Asia Bibi sigue en la cárcel, condenada a muerte por blasfemia, sin que las autoridades judiciales y políticas hayan atendido las constantes peticiones de libertad. Además, se han sucedido casos de violencia injusta, como el de Farah Hatim, una enfermera cristiana de 24 años, secuestrada y obligada a convertirse al Islam y a contraer matrimonio en el sur del Punjab.
Mons. Silvano Tomasi, Observador Permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, en una entrevista a la Agencia Fides, afirma que, ante ese abuso de la libertad de conciencia y de religión, se impone «una intervención del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos». El caso de Farah es uno más entre decenas de violencias de ese tipo que se producen en Pakistán, sin que las autoridades intervengan. Se estima que al menos 700 niñas cristianas son secuestradas y convertidas al Islam por la fuerza cada año.
Ciertamente, la situación de Pakistán es muy compleja, con demasiados problemas de corrupción, y una creciente influencia del extremismo islamista. Esa fuerza fundamentalista impide cualquier reforma de la llamada “ley sobre la blasfemia” (artículos 295b y 295c del Código Penal), que es fuente de discriminaciones injustas, como reconocen también los musulmanes normales. Es una excusa habitual para atacar a personas inocentes y una amenaza permanente para las familias cristianas y otras minorías religiosas.
Aparte de las acciones de la sociedad civil en Pakistán, importa mucho que haya una mayor presión de la comunidad internacional, a pesar del momento delicado que atraviesan las relaciones de Islamabad con Washington. Como en otras ocasiones, Italia se mueve para llamar la atención del Parlamento Europeo y la ONU.