Son muchas familias que han sufrido con muertos en los dos bandos; son muchos…
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En aquella guerra terrible hubo muchos gestos de bondad incluso heroica, en ambos bandos, que también deben ser reconocidos
¿Llegará a buen término esta iniciativa? Rezo al Señor para que le dé tiempo, ánimos, y cabeza a su promotor, mi amigo José Andrés-Gallego, para que la vea culminada.
¿Qué iniciativa? La de recoger tantos hechos heroicos de bondad que las personas que se encontraron en un bando de “nuestra guerra civil” —que ha sido y es una “guerra” de todos— han tenido con personas que se han encontrado en otro bando. Acciones de hombres y de mujeres que, envueltos como estaban en una guerra fratricida, vieron en las personas del bando contrario al “prójimo”, y no al “enemigo”.
No queda mucha constancia de estos hechos, no se han recogido en actas de procesos judiciales, ni en escritos de mártires. Están ahí, y el ánimo de José Andrés-Gallego es que no pierdan en la oscuridad y en el olvido; para que muchas personas, al leerlas, puedan decir: «Sí, efectivamente aquí hubo una guerra; pero ni siquiera la guerra ha podido vencer la caridad, el amor, el cariño, en los corazones de los hombres y de las mujeres».
Y todo, más allá del perdón; y del perdonar. Más allá de los innumerables errores de los políticos, que no sólo provocaron la contienda, sino que la fueron preparando paulatinamente. Quizá con el deseo de que toda la nación acabase reducida a cenizas, para echar, después, sal sobre toda la tierra, y levantar —que no es lo mismo que construir— “una sociedad que comenzase de cero”. O mejor; porque de cero nada comienza —se crea, si acaso, y el único que crea es Dios, no el hombre— se levantase una sociedad al dictado totalitario de anulación completa de todas las libertades.
¿Quién se acuerda de la viuda de un defensor del Alcazar de Toledo, que en medio de los agobios para sacar adelante a sus cuatro hijos pequeños, tiene la preocupación de salvar la vida a otra viuda, esta vez de uno de los atacantes, y la acoge y protege en su casa a ella y a sus tres criaturas?
José Andrés-Gallego no quiere que se pierda en los ángulos oscuros de la historia, el gesto de un jefe de milicianos —un zapatero— de la zona de Málaga, quien pistola en mano, da la orden a otro jefe de milicianos, que baje del camión de los condenados al asesinato, a su antiguo jefe de taller. «De este, me encargo yo», anunció a los compañeros. Y ya a solas, recomendó al liberado «Don Antonio: escóndase bien. No quiero que lo maten, porque Vd. siempre me ha tratado bien, y se ha preocupado de buscarle un médico para mis hijos enfermos».
¿No sería posible que a esta iniciativa siguiese otra, a nivel académico, para que algunos historiadores, con renovada conciencia histórica, se sentasen alrededor de una mesa; dejasen al lado cualquier tipo de prejuicios ideológicos o partidistas del tipo que sean, analizasen con frialdad y objetividad los hechos, los gestos, las intenciones de tantos personajes, y muy especialmente los políticos, que dieron lugar a que aquella guerra se fuera fraguando lentamente, año tras año, hasta el estallido definitivo; y llegasen a ofrecer al pueblo español una versión REAL de lo sucedido?
Son muchas familias que han sufrido con muertos en los dos bandos; son muchos los caídos en los campos de batalla que no han sabido muy bien porqué combatían; son muchos los asesinados por sus creencias religiosas, por sus opiniones políticas, por su rango social, alto o bajo, bajo o lato, que han ofrecido sus vidas para que sus hijos, nietos, biznietos, que hoy habitamos en este país, podamos hacerlo con serenidad y paz, y concordia, que de verdad se lo agradecerían.
¿No vale la pena, hacer el esfuerzo?
Enhorabuena, José Andrés-Gallego, y cuenta conmigo, que confieso haber soñado alguna vez en llevar a cabo una tarea semejante; y que, por otras razones, he tenido que dirigir mis fuerzas hacia otros campos.