Reflexión del subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos
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A la vez, cada cristiano, cada persona de buena voluntad, está llamado a participar de la misión de ser custodio de las personas −especialmente de las más necesitadas−, de la entera creación, rechazando la tentación del egoísmo, que siempre nos acecha
Es muy significativo que el Santo Padre Francisco haya escogido el 19 de marzo como fecha de inicio de su ministerio petrino como Obispo de Roma.
Como recordó el Papa al comienzo de la homilíade la Santa Misa celebrada en la plaza de San Pedro, la Iglesia celebra ese día la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, proclamado Patrón de la Iglesia Universal por el Papa Pío IX en 1870.
El pasado martes le fue impuesto al Papa el palio, tejido con lana de cordero, que simboliza al buen pastor, y recibió también el anillo del pescador, en el que se encuentra representado San Pedro con las llaves.
Durante esta ceremonia, el Papa Francisco dijo que la misión de José fue la de ser custodio de María y de Jesús, una tarea que se alarga a toda la Iglesia. Se podría decir que ésta es la misión del Papa: ser custodio de la Iglesia y de la entera humanidad.
A la vez, cada cristiano, cada persona de buena voluntad, está llamado a participar de la misión de ser custodio de las personas −especialmente de las más necesitadas−, de la entera creación, rechazando la tentación del egoísmo, que siempre nos acecha.
En la plaza de San Pedro me sentí abrazado por el Papa Francisco, dentro de ese abrazo que es la columnata de Bernini. «No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura», nos dijo a todos el Papa. Agradecí de nuevo a Dios que nos hubiera dado un Vicario de Cristo. La nave de la Iglesia, con el Papa en el timón, continúa surcando el mar de la historia de los hombres hasta el fin de los tiempos.
Y recordé unas palabras de la predicación de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, de junio de 1937, en Madrid, durante el drama de la guerra civil, llenas de amor a la Iglesia y al Romano Pontífice: «La barca de Pedro sigue su camino. En la silla de Roma, un viejecito vestido de blanco sucede a otro viejecito, pero ese hombre es, sigue siendo, lo será siempre, la primera magistratura de la tierra; y su voz, la más autorizada entre las de todos los poderes. Es que tras él está el Espíritu Santo, Dios, sosteniendo a su Iglesia, haciendo visible en su Esposa su poder y su majestad; manifestando, con pruebas continuas, la verdad de la promesa que el Hijo de Dios comunicó a San Pedro acerca de su perennidad: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18)».
Mons. Miguel Delgado Galindo Subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos