El Papa nombró a su abuela en la homilía del Domingo de Ramos, hecho bastante poco usual en una misa papal en Plaza San Pedro
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”Que estos mis nietos, a quienes he dado lo mejor de mi corazón, tengan una vida larga y feliz, pero si en algún día de dolor, la enfermedad o la pérdida de una persona amada los llena de desconsuelo, que recuerden que un suspiro en el Tabernáculo, en donde está el mártir más grande y augusto, y una mirada a María al pie de la Cruz, pueden hacer caer una gota del bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas”
Como acostumbra hacer casi siempre, cual pastor hábil en la improvisación, el Papa Francisco ayer volvió levantó los ojos del texto y, después de haber citado entre las “heridas” que el mal provoca en la humanidad la “sed de dinero”, dijo: «Mi abuela siempre nos decía a los niños: “¡el Sudario no tiene bolsillos!”». Los bienes acumulados durante la vida no nos acompañan en el último viaje. Así, hecho bastante poco usual en una misa papal en Plaza San Pedro, hasta la abuela del Pontífice conquistó un espacio en la homilía del Domingo de Ramos.
Francisco se refería a la madre de su padre, Rosa Margherita Vasallo, que nació en 1884 en Valbormida y se casó en la ciudad de Turín con Giovanni Bergoglio. De este matrimonio nació, en 1908, el padre del Papa, Mario. En enero de 1929, los Bergoglio embarcaron hacia Buenos Aires para reunirse con otros familiares que ya habían hecho la travesía por el Atlántico. La señora Rosa, a pesar del aire caliente y cargado de humedad (era verano en el hemisferio Sur) llevaba un abrigo con el cuello de zorro, muy poco adecuado para aquellas temperaturas. Dentro de él llevaba lo que habían reunido de la venta de los bienes familiares.
El pequeño Jorge, que nació en diciembre de 1936, creció pasando sus días en la casa de los abuelos, que le transmitieron un poco del dialecto piamontés y, sobre todo, un mucho de la fe cristiana. En una entrevista radiofónica concedida en noviembre del año pasado a la Radio de la parroquia de la Villa 21 de Barracas, el futuro Papa dijo: «La que me enseñó a rezar fue mi abuela. Ella me enseñó mucho en la fe y me contaba las historias de los santos».
Hace algunos años, en una aparición televisiva en el canal de EWTN, que se puede ver en el sitio cantualeantonianum.com, el entonces cardenal Bergoglio recordó: «Una vez, cuando estaba en el seminario, mi abuela me dijo: “No te olvides nunca que estás por convertirte en sacerdote y la cosa más importante para un sacerdote es celebrar la misa”; y me contó de una madre que le dijo a su hijo, que era un sacerdote verdaderamente santo: “Celebra la misa, cada misa, como si fuera la primera y la última”».
En el libro entrevista El Jesuita, el cardenal Bergoglio contó que tenía doblado dentro del breviario, el libro de oraciones en dos tomos que lleva siempre consigo (incluso en los viajes), justamente un texto que escribió su abuela. Se trata de un pequeño testamento que dejó a los nietos Bergoglio: «Que estos mis nietos, a quienes he dado lo mejor de mi corazón, tengan una vida larga y feliz, pero si en algún día de dolor, la enfermedad o la pérdida de una persona amada los llena de desconsuelo, que recuerden que un suspiro en el Tabernáculo, en donde está el mártir más grande y augusto, y una mirada a María al pie de la Cruz, pueden hacer caer una gota del bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas».
En su primer Ángelus, del 17 de marzo, el Papa Francisco citó a otra señora anciana que no era su abuela pero a la que llamó de esta forma porque se acostumbra así en la Argentina. Era una señora que había ido a confesarse con él, obispo, y le había dicho: «Si el Señor no perdonara a todos, el mundo no existiría». Bergoglio en el Ángelus comentó: «Me dan ganas de preguntarle: “querida señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?”».
Habrá que acostumbrarse, pues, a estas citas tan cercanas a la fe de los sencillos, muy eficaces y al alcance de todos los intelectos, que seguramente surgirán en sus discursos y homilías. Son la marca de un Papa que sigue siendo la misma persona de siempre, incluso en la regla de vida de la sobriedad: Francisco se mandó enviar un par de viejos zapatos negros a los que les acababan de cambiar la suela, según contó al programa A Sua immagine del canal italiano RaiUnoVirginia Bonar, una colaboradora del ex arzobispo de Buenos Aires.