Benedicto XVI nos ha transmitido su profunda convicción de que la Iglesia es de Dios, que la saca adelante incluso a pesar de los hombres
Cuelgo esto en el blog justo cuando entramos en periodo de Sede Vacante. En la jornada de hoy, la última, Benedicto XVI ha vuelto a marcar un listón muy alto. Ha pedido a los cardenales que sean como una orquesta, que estén unidos a pesar de las diferencias. Entre vosotros −les dijo− está el futuro Papa, a quien prometo desde ahora mi incondicional veneración y obediencia. Lo que más me ha impresionado es que se le ha visto contento, sereno y sonriente. Sus últimas palabras públicas han sido: «¡buenas noches!» (Su secretario, mons. Georg Gershwin, también estuvo sonriente, pero en un momento ya no pudo más y estalló en lágrimas).
Durante los días transcurridos desde que anunció su renuncia, el Papa nos ha ayudado a ponernos las “gafas” de la fe para que entendiéramos lo que estaba pasando. Nos ha transmitido su profunda convicción −experimentada en la propia piel, podríamos decir, sobre todo durante estos ocho años− de que la Iglesia es de Dios, que la saca adelante incluso a pesar de los hombres.
Es de desear que ese punto de vista no se esfume de repente durante la fase que empezamos mañana. Naturalmente, habrá que discurrir sobre los problemas de la Iglesia, las prioridades, las características de un futuro Papa y también de posibles candidatos. Pero espero que lo hagamos sin olvidar lo que acabamos de vivir: que no estamos hablando del ejercicio de un “poder” sino de un servicio. Un pequeño progreso en esa dirección supondría un paso de gigante.