Los grandes deseos del hombre, como la paz interior, la alegría y la felicidad, el amor, no se alcanzan en directo, son más regalo que logro
Siempre hemos escuchado que la distancia más corta entre dos puntos es la recta, pero esto tiene sus matices: si entre ambos puntos media una gran montaña o un muro de hormigón, lo más rápido será dar un rodeo para sortear el obstáculo. Ahora somos muy directos, impacientes; deseamos alcanzarlo todo a golpe de clic, ya. Nos educan para satisfacer nuestros deseos y caprichos al instante. También podemos ser como algunos insectos, por ejemplo las moscas, que quieren atravesar un cristal chocando una y otra vez con él; no se les ocurre tomar distancia, separarse del obstáculo, rodearlo o cambiar de dirección.
La sabiduría, la experiencia, la buena formación nos enseñan a que hay que esperar, dar vueltas, preparar el terreno… En el caso de la felicidad, basta con empeñarse en conseguirla para que nos alejemos de ella. Esta es un efecto secundario; la alcanzamos indirectamente.
Hoy contemplamos el sermón de Bienaventuranzas. Son una invitación a la felicidad, pero de un modo muy particular. A nadie se le ocurrirá acudir con ese programa a unas elecciones. De entrada, tacharíamos de perdedor a cualquiera que lo intentara. Pero la sabiduría divina no es como la nuestra: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor”. Dios sabe más, y nos enseña cuál es el camino adecuado para la felicidad, el de las Bienaventuranzas.
El gran místico y poeta san Juan de la Cruz dice: "Muere si quieres vivir, sufre si quieres gozar, baja si quieres subir, pierde si quieres ganar". Los grandes deseos del hombre, como la paz interior, la alegría y la felicidad, el amor, no se alcanzan en directo, son más regalo, don, que logro. Vienen sin buscarlos como consecuencia de una vida en Cristo. El dinero, la fama, el poder, el éxito, el buen tipo, no son garantes de felicidad. Me viene a la cabeza la Madre Teresa de Calcuta, consumida, arrugada como una pasa, más pobre que las ratas y feliz y famosa. Mereció un funeral de Estado que muchos poderosos quisieran. Su gran admiradora y contemporánea Lady Di la envidiaba.
Las Bienaventuranzas son un retrato de la vida de Jesús, son el camino que debe recorrer cualquier persona que busca tener una vida lograda, plena. El sentido común nos debería llevar a tomarlas en serio, más aún si somos creyentes. El cristiano no puede volver las espaldas a las enseñanzas de su Maestro, cosa que olvidan no pocos, también eclesiásticos, cuando se plantean vaciar sus enseñanzas en pro de la modernidad, de adaptarse al mundo. Es el mundo quien debe abrirse a su Creador, los creyentes a su Dios.
La ceguera, el ansia, la ignorancia nos pueden convertir en moscones enfurecidos chocando contra el cristal de la ventana en busca de la libertad. Terminan extenuados, heridos; mueren dándose vueltas en torno a ellos mismos.
No todos los caminos llevan a Roma; sabemos muy bien que tomamos decisiones equivocadas, que muchos nos venden humo, que podríamos ser mucho más felices, que defraudamos a aquellos que nos quieren en no pocas ocasiones. Rectifiquemos, busquemos, profundicemos. ¿He intentado seguir las enseñanzas del Evangelio? ¿Me planteo que podrían ser mi camino?
“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis”. Son palabras fuertes; eso de la pobreza en una sociedad hiperconsumista es de risa, pero podemos estar esclavizados, atados a un montón de falsas necesidades. ¡Cuántos dispositivos digitales: ordenadores, tabletas, móviles, wearables, estaciones meteorológicas, alarmas, altavoces bluetooth! Nos complicamos la vida. Luego faltan los elementos fundamentales para una buena vida: casa, trabajo, familia, hijos…
El camino del esfuerzo, del trabajo, de la verdad, del buen sentido puede parecer duro, desagradable. Esto es por falta de perspectiva. Un deportista de élite sabe que tiene que privarse de mucho para alcanzar el triunfo. Cualquiera que esté ilusionado por cuidar su salud y tener un buen físico, se cuida, va al gimnasio, se somete a rutinas extenuantes, sigue una dieta rigurosa. Es lo de pasar hambre, lo de llorar.
Si somos capaces de tantas privaciones, de tantos esfuerzos por motivos terrenales, también lo deberíamos ser por otros más altos: ganar el cielo, liberarnos de esclavitudes, hacernos querer por los nuestros, sacar adelante la familia, lograr un mundo mejor. “Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”, dice el Señor.
Bienaventurado es lo mismo que feliz. ¿Quieres ser feliz? ¿Eres feliz? Si nos faltan ideales, si vivimos una vida rastrera en pos de alegrías baratas, si estamos desencantados de la vida, si vamos de vuelta, podemos volver al buen camino. Para ello no sirven los anuncios de marcas famosas, las promesas de los políticos, los consejos de filosofías baratas que te ofrecen un pack cerrado con todo lo que tienes que hacer. Hay que hacerse preguntas serias, las que surgen del Evangelio: "¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?". "¿Quién decís que soy Yo?". "¿Quién es mi prójimo?". "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si después se pierde a sí mismo?".