Tenemos una especial obligación de dar buen ejemplo a los niños y adolescentes. Están en proceso de formación, de crecimiento
Parece que ya no nos importa escandalizar a nadie, incluso ya no sabemos qué significa esa palabreja. En los únicos sitios donde aparece es en los de mala nota; estos tienen a gala anunciarse con letreros luminosos y horteras: Scándalo, Pekados… Con todo, hoy hay también un gran puritanismo: nadie puede oponerse a todo lo que encierra el wokismo. Si pecas contra él, dejas de existir; no te queman, pero te silencian. No vaya a ser que escandalices demasiado.
Escándalo deriva del latín scandalum, que viene a su vez del griego to skandalon, con el significado de “trampa u obstáculo para hacer caer”. Así, escandalizar sería obstaculizar la buena marcha de los demás, ser ocasión de tropiezo para quien nos rodea. Colaborar con nuestros hechos o dichos a confundir el buen caminar de quien nos ve.
Dice Jesús: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y fuera arrojado al mar”. Tenemos una especial obligación de dar buen ejemplo a los niños y adolescentes. Están en proceso de formación, de crecimiento. Todo lo que ven y oyen les va configurando; se les va a quedar grabado en su mente y corazón. Es el bien lo que les va a reportar felicidad, lo que les hará buenos y dichosos. En esas edades son como esponjas que lo absorben todo, por eso los padres y maestros estamos obligados a darles buen ejemplo.
Comentábamos en la sala de profesores del colegio la facilidad con que se pelean ahora los niños. Alguien resaltó que en casi todos los videojuegos y maquinitas se dedican a matar marcianos. Las peleas son el punto de referencia y esto tiene sus consecuencias.
Recuerdo que de chicos leíamos cuentos de héroes y “vidas ejemplares” llenas de buenos modelos y anécdotas positivas. Esto te animaba al bien, a la generosidad, te abría caminos luminosos y atractivos. Ayudaba a ser mejores. La felicidad no es un derecho, un deseo, es una conquista fruto de una tarea bien hecha.
Es curioso que, el Buen Jesús, sigue diciéndonos en el Evangelio que comentamos: “Y si tu mano te escandaliza, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que con las dos manos acabar en el infierno, en el fuego inextinguible. Y si tu pie te escandaliza, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida que con los dos pies ser arrojado al infierno. Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga”. Aquí no se confunde el “buenismo” con el bien. No vale todo, no bastan las buenas intenciones. Sucede como con las enfermedades: si no se sana el miembro infectado, incluso se amputa, la salud corre un gran riesgo de perderse.
Todo el asunto de la pederastia ha hecho mucho daño a la Iglesia. No se esperaba esto de personas entregadas a Dios, comprometidas con el bien y la santidad. Decía Benedicto XVI: “Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos”. Lamentablemente, son muchas las fuentes oscuras y podridas que amenazan a nuestros jóvenes. No podemos ser causa de escándalo ni permanecer impasibles ante los malos ejemplos que reciben.
Algunos chicos y chicas no quieren saber nada de sus padres, especialmente del padre. No pueden entender la bondad de Dios Padre, rezar con inocencia la oración del Padre nuestro. Me comentaba un chico que, de mayor, lo único que deseaba era lograr ser un buen padre de sus hijos, que ellos tuvieran lo que él nunca tuvo. ¡Qué pena!
Deseamos lo mejor para los nuestros, para los hijos. En muchas ocasiones, los padres hacen grandes esfuerzos para sacarlos adelante, trabajan mucho, se sacrifican…, pero también hay que dar buen ejemplo. Debemos examinar si nuestra conducta les puede desconcertar, alejar de Dios. Tenemos debilidades, pero no podemos pactar con ellas, hay que levantarse cada vez que se cae, que vean que luchamos.
Es muy formativo para los hijos ver cómo se quieren sus padres, que se respetan y valoran. Verlos unidos, superar las diferencias, pedirse perdón… es toda una escuela de amor. Los detalles de educación en la casa, la preocupación por los demás, especialmente por los mayores y enfermos, la ayuda a los necesitados son muy formativas.
También hay que fortalecer la vida cristiana. Aquello de mandar a los niños a misa y preguntarles el Evangelio, para asegurar que asistieran, no ha dado buenos resultados. Que nos vean rezar, ir a misa, aunque haya alguna dificultad, decir siempre la verdad, dar limosna… todo eso los edifica.