Hay quien ha definido a Tierra Santa como el quinto Evangelio. La experiencia de pisar la tierra que acogió al Verbo encarnado es una particular inmersión en la Palabra de Dios. En Tierra Santa se tocan la nueva y la antigua Alianzas y se pone color y tridimensionalidad al hecho escrito
María José Atienza en omnesmag.com
Desde los primeros siglos del cristianismo y previamente, con la guarda de la memoria del pueblo judío, los lugares santos han sido objeto de custodia y veneración.
Las tradiciones orales transmitidas de generación en generación han sido, en muchas ocasiones, respaldadas de manera científica por las investigaciones y excavaciones arqueológicas desarrolladas, especialmente, en los dos últimos siglos.
Peregrinar a Tierra Santa es algo más que un viaje; es viajar, de algún modo, al Evangelio, por lo que es especialmente útil hacerlo con guías que combinan ambos aspectos como “Huellas de nuestra Fe”, editada por la Fundación Saxum.
De entre los numerosos lugares santos que se custodian entre Israel y Palestina, algunos de ellos destacan por su interés devocional, arqueológico e histórico.
La casa de María en Nazaret
La basílica de la Anunciación de Nazaret se yergue sobre los restos de unos lugares de culto cristiano que datan de los primeros siglos del cristianismo.
En la investigación arqueológica que el “Studium Biblicum Franciscanum” realizó antes de erigir la basílica actual encontraron un edificio dedicado al culto, en el que había numerosos grafitos cristianos, que datan de los siglos I tardío y II. Entre ellos, destaca una inscripción “Ave María” en griego. Las catas realizadas en los muros de esta casa, parcialmente excavada en roca, como era habitual entonces, los relacionan con los que se custodian en la basílica de Loreto, en Italia.
La gruta de Belén
La localización de la cueva de ganado donde nació Cristo era ya conocida a mediados del siglo II. Belén era anunciada por Miqueas como lugar de nacimiento del Mesías y el nacimiento de Cristo es recogido por el Evangelio de Lucas (Lc 2, 1-7).
A la localización de la cueva transmitida por los primeros cristianos se une el hecho de que, al igual que ocurrió con otros lugares santos relacionados con el judaísmo y el cristianismo, la autoridad romana quiso “borrarlos” construyendo sobre ellos templos paganos o bosques sagrados, como fue el caso de la gruta de Belén. Estos intentos de silenciamiento no sólo no prosperaron sino que marcaron, de algún modo, los lugares más importantes.
La gruta en cuestión se encuentra hoy dentro de una basílica del siglo IV, exactamente en un piso inferior, bajo el presbiterio. Se trata de una excavación en la roca, habitual en la Judea del siglo I para guardar enseres de pastoreo o los propios animales. La hendidura en la roca que se conserva en un lateral es, según la tradición, el primer lugar donde reposó el Hijo de Dios en la tierra. En la actualidad, una estrella de plata marca ese lugar.
Templo de Jerusalén
El lugar donde se alzaba el Templo de Jerusalén ha sido uno de los más estudiados de cuantos se hallan en Tierra Santa. Es el lugar más santo para los judíos y tiene especial importancia, también, para los seguidores de la religión musulmana.
El primer gran templo de Jerusalén fue mandado construir por David y fue su hijo, Salomón, quién lo culmina y consagra el undécimo año de su reinado, es decir, hacia el 960 a. C. (Reyes 5, 15 – 7).
Aunque existen numerosas fuentes que hablan de este templo, la investigación arqueológica no ha llegado a encontrar restos significativos de esta ingente y rica construcción que, por otra parte, fue completamente destruida por las tropas de Nabucodonosor II en 586 a. C. Tras la vuelta del pueblo judío a Jerusalén, comienza la edificación del segundo templo, más modesto, que fue dedicado en el año 515.
A partir del 20 a. C., Herodes el Grande comenzó la restauración y ampliación del Templo de Jerusalén. Este gran templo es al que acudieron san José y la Virgen María para presentar a un Jesús casi recién nacido.
Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas recogen la profecía de Cristo acerca de la destrucción del Templo. Una realidad que vieron muchos de los que la escucharon puesto que, en el año 70, el templo fue incendiado por las legiones romanas en el asedio a Jerusalén. Medio siglo más tarde, sobre estas ruinas, fueron levantados monumentos con las estatuas de Júpiter y del emperador. Diversos estudios y excavaciones ─que aún continúan─, han podido reconstruir, virtualmente, este gran templo.
En Jerusalén, aún queda una parte de los muros de aquella construcción, aunque el más conocido es el paño de muro occidental que conocemos como el Muro de las Lamentaciones: aproximadamente 60 metros de construcción de longitud y unos 20 de alto. Desde el siglo XIV es el lugar sagrado por excelencia y de oración para los judíos. Este muro es el que más cerca queda del lugar en el que se emplazaba el Sancta Sanctorum, que los expertos sitúan linealmente bajo el suelo que hoy ocupa la Cúpula de la Roca de la mezquita de Al Aqsa.
Cafarnaúm: la sinagoga y la casa de Pedro
La sinagoga de Cafarnaúm ─junto a la sinagoga recientemente hallada en Magdala─, es una de las mejor conservadas y de mayor valor artístico de las que se tienen conocimiento.
Los restos hallados muestran una rica edificación, bastante grande, construida con caliza blanca y profusamente decorada en sus columnas y arcos. Aunque estos restos datan aproximadamente de entre los siglos IV y V, esta sinagoga se alzó sobre una anterior, del siglo I de la que se ha hallado pavimento de piedra bajo la nave central de la sala de oración y en la que bien pudo haber rezado y enseñado Jesús (Mc 1, 21-28; Lc 4, 31-37).
A pocos metros de esta sinagoga se conserva una basílica de finales del siglo V, construida sobre una estructura octogonal que, según una antiquísima tradición, se asienta sobre el solar en el que estuvo la casa de san Pedro, allí donde Jesús curó a su suegra (Mt 8, 14-15; Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-39). Distintas excavaciones han confirmado que, efectivamente, la basílica se asienta sobre lo que fue una vivienda del siglo I a. C. que constaba de una serie de estancias comunicadas entre sí por un patio.
Piscina de Betesda o Betzata
Aunque no se trata de un centro de devoción, la exactitud con la que se describe este conjunto de piscinas halladas en sucesivas excavaciones de los siglos XIX, XX y XXI, hacen de este enclave uno de los lugares más interesantes como confirmación, en piedra, de las Escrituras.
Situada en el punto exacto donde la localizan las Escrituras, actualmente sus ruinas se hallan en el barrio musulmán de Jerusalén, a pocos metros de la Puerta de los Leones (conocida como Puerta de las Ovejas, por la que entraba el ganado para el sacrificio en el Templo). Las excavaciones muestran una piscina dividida por una pared que creaba dos cuencas separadas, que hablan de la gran construcción que suponía esta piscina, de la que el evangelista san Juan señala que tenía “cinco pórticos” (Jn 5, 1-3).
El lugar de la crucifixión y enterramiento de Jesús
La gran maqueta que puede verse en el Museo de Israel, correspondiente a la fisonomía de Jerusalén en tiempos del segundo Templo, muestran los límites de las murallas de la ciudad por entonces. Unos límites que dejan fuera, tal y como narran los Evangelios, la roca con una forma aproximada a la de un cráneo que sobresalía en una cantera en la zona noreste de la ciudad (Mt 27, 32-56; Mc 15, 21-41; Lc 23, 26-49; Jn 19, 17-30). Ese fue el punto donde tuvo lugar la crucifixión y muerte de Cristo y, a pocos metros, en una roca, la sepultura del cuerpo del Señor.
Esta zona de la ciudad santa ha sido objeto principal de investigaciones y excavaciones arqueológicas que han ido revelando diversas estancias, zonas y enterramientos que siguen la línea narrada en las Sagradas Escrituras.
La conquista romana sepultó esta zona bajo un templo pagano lo que hizo que se conservara de manera excepcional. En el siglo IV cuando, con la cristianización del Imperio, estos lugares santos vuelven a ser lugar de veneración cristiana.
La primera basílica construida sobre el Santo Sepulcro data de esta fecha, y las excavaciones han revelado tres zonas: un mausoleo circular alrededor de la tumba; un patio, donde estaba la roca del Calvario al aire libre, y una basílica con cinco naves y atrio. La tumba fue aislada de la roca, cortando ésta y construyendo el edículo que la protege. En 2016, con la última restauración del edículo actual (de 1810) se retiraron las losas de mármol superpuestas hasta llegar a la piedra original. En la actualidad, todo el terreno, desde la tumba de Jesús hasta el lugar de la crucifixión, forma parte del conjunto del templo.
Además de poder tocar el hueco de la Cruz en lo que es hoy la capilla del Calvario, justo debajo, en la capilla de Adán, puede verse parte de la roca original.
“Tocar” el Evangelio
Pisar Tierra Santa es, de algún modo, entrar personalmente en la vida del evangelio. Como destaca Jesús Gil, sacerdote y autor de “Huellas de Nuestra Fe, “los evangelios se leen con otros ojos después de haber pasado por Tierra Santa. Recuerdo haber leído a un grupo en Cafarnaún el comienzo del Evangelio según san Marcos, desde el versículo 14 del primer capítulo hasta el versículo 12 del segundo. Escuchado allí, bajo la sombra de los sicomoros, entre las ruinas de la sinagoga y de la casa de Pedro, de repente cobró sentido, se convirtió en algo vivo. Una persona me dijo: ‘Ese trozo del Evangelio es verdad. Y si es verdad ese trozo, también es verdad todo el Evangelio’”.
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