Un Papa santo que murió en 1914. Le tocó una época muy convulsa desde fuera de la Iglesia y dentro de ella. Su lema fue instaurar todo en Cristo. Combatió el modernismo, que -con muy buenas intenciones- pretendía descafeinar la doctrina cristiana.
En el posconcilio Vaticano II se repitieron esos errores y se extendieron, sobre un pretendido espíritu del Concilio, que nada tenía que ver con la letra del Concilio. Fue un hombre sencillo, de campo, que vivió en las estrecheces de una familia de 10 hermanos. Hombre de mucha oración y buen humor.
Tenía fama de que hacía milagros en vida. Sus antiguos parroquianos, cuando ya era Papa, le preguntaron “D. Beppo, ¿es cierto que usted hace milagros?" Les contestó: "Aquí en el Vaticano, hay que hacer un poco de todo".
Un obispo brasileño le pidió en Roma que curase a su madre con lepra. El Papa le dijo que rezase a la Virgen y se encomendase a algún santo. El Obispo insistió, pero al menos diga que quiere que mi madre se cure. El Papa lo dijo; a su vuelta su madre estaba curada.
Otro día un guardia suizo hacía la ronda bajo sus apartamento, con los consiguientes taconazos. El Papa salió a la ventana y le dijo, ¿pero qué haces? El guardia se explicó como pudo; el Papa le dijo, anda vaya usted a la cama y así podremos dormir usted y yo.
Su mensaje: sin formación seria cristiana, el cristiano no sabe sus deberes. Hizo el catecismo de San Pío X, que tanto bien hizo a la Iglesia y él mismo catequizaba personalmente en el cortile de San Dámaso (precioso, estuve varias veces con Juan Pablo II) y en la Plaza de la Piña.
Reformó la liturgia, inició los trabajos del Código de Derecho Canónico, animó a acercarse a la comunión desde niños, con el alma limpia. Es un Papa muy actual. Basó toda su acción en los sacerdotes, que fuesen santos y dedicados a sus fieles.