La naturalidad de Luis de la Fuente, su cercanía, accesibilidad e independencia nos pueden estimular para dar un poco de luz a un mundo tan confundido
Estos días estamos disfrutando con nuestra selección. Es bonito ver que, algo bueno y noble, como el fútbol, nos une a todos y nos hace pasar buenos ratos entre los amigos o en casa. Vamos todos a una, incluso donde han querido polemizar por el carácter nacional de la Selección, les ha salido el tiro por la culata. La inmensa mayoría la apoyan, 17 millones de españoles estuvieron viendo el pasado partido.
No cabe duda de que han sido muchos los protagonistas: Lamin, Morata, de la Fuente, … Quiero fijarme en el entrenador Luis de la Fuente, en su valentía de mostrar su fe con normalidad. Su gesto de santiguarse, sus palabras, su porte y profesionalidad dicen mucho de su persona. Se podría decir que es de los nuevos profetas que el mundo necesita. Su naturalidad, cercanía y accesibilidad, su independencia –no le importa lo que digan por confesar abiertamente su fe-, nos pueden estimular para dar un poco de luz a un mundo tan confundido. Declara que hay "no una, sino mil razones para creer en Dios", y afirma sin titubear que "es algo que hay que vivir", pero que, de no hacerlo, "la vida no tendría sentido" para él.
También fue puesto a prueba en una de las entrevistas, fue sometido al típico "si Dios existe, por qué permite el mal" o la actual guerra de Gaza e Israel. Contestó: "Dios no es responsable de eso, somos los hombres los que somos responsables de lo que hacemos, los que tomamos las decisiones. Dios no tiene que estar custodiando a nadie. Es cuestión de mirarnos a nosotros mismos y pensar qué estamos haciendo mal para que esas cosas ocurran".
El profeta Amós se resistía a ejercer su misión, se excusaba en su condición de persona normal, de trabajador sencillo: "Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y un cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: 'Ve, profetiza a mi pueblo Israel'". Los nuevos profetas que necesitamos son los cristianos de la calle -los santos de la puerta de enfrente-, como gusta decir al Papa: un padre o una madre, un hermano, un amigo, uno que juega en el mismo equipo o que va al mismo gimnasio; un buen profesor o compañero de trabajo.
Dice Francisco: “Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas de los curas y hemos olvidado, descuidado, al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos”. El profetismo hay que ejercitarlo en medio de la calle, en el trabajo, en la política o en el deporte, en el mundo de la cultura y de la educación. En la propia casa.
El Evangelio nos recuerda el envío misional: “En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. Los manda con lo puesto, antes han estado con Él, se han formado en la mejor escuela: la de Jesús. Con solo el bastón, que significa el apoyo en Él, tienen suficiente. Es garantía de eficacia. Estos días de verano podemos sacar más tiempo para la oración, para la formación. Así nos dispondremos a dar respuesta a los interrogantes de los nuestros.
Decía san Josemaría: “Tienes que llevar fuego, tienes que ser algo que queme, que arda, que produzca hogueras de amor de Dios, de fidelidad, de apostolado”. Cada uno de nosotros puede ser un punto de luz, una hoguera, un oasis donde los demás puedan saciar su sed, refugiarse, restañar sus heridas. Si estamos atentos a las necesidades de los demás, si sabemos escuchar, hacernos cargo de lo que le pasa al amigo, al hijo, al cónyuge… Si les dedicamos tiempo y cariño, nos saldrá del alma, inspirados por el Espíritu Santo, la palabra acertada, el consejo, el consuelo que necesitan.
A pesar del cambio climático, el mundo está frío; los hombres, aunque saciados por tantos caprichos y tonterías, están vacíos. Las prisas, las horas dedicadas al móvil, no nos dejan tiempo para pensar, para amar, para estar con los que queremos. Reina el desamor. Urgen los profetas ¿Has pensado que, como Amós, puedes ser uno de ellos?
El profeta de hoy no puede ser un agorero, un vaticinador de desgracias. Alguien molesto, triste, mal encarado. Se trata de anunciar la Buena Nueva, la alegría del Evangelio, el amor de Jesús. Las ganas y el sentido de vivir. La esperanza y la ilusión. La cercanía de la amistad. Con la amistad, el apóstol habla a sus amigos de Dios con naturalidad.