Ahora todo vale, a los jóvenes se prometen libertades para esclavizarlos. Se les confunde en su identidad. Se le hace creer que no son más que primates con suerte
La auténtica frase que pronunció Jack Swigert, en el accidentado viaje del Apolo 13 fue: “Ok, Houston, we've had a problem here”. Hemos tenido un problema aquí. Yo diría que no solo hemos tenido un problema, sino que tenemos un gran problema y no es precisamente futbolístico. ¿Qué les pasa a nuestros niños y adolescentes, a los jóvenes, que han perdido el sentido de la vida, las ganas de vivir? ¿Por qué ya no queremos tener hijos? ¿No nos preocupa que España se esté vaciando?
Nos escandalizamos por unos insultos, que nunca podemos justificar, pero pasamos por alto el vacío de amor verdadero, la crisis de identidad que nos rodea. Nunca hemos tenido tantos medios económicos, personales, materiales y mediáticos para formar en las familias y escuelas; pero nos faltan ideas, valores, principios. Abundan las caricias, los mimos; pero no hay amor. Ya no se enseñan certezas, se siembran dudas y se desconcierta. Ahora los niños ni siquiera saben lo más obvio: qué y quiénes son. En muchos casos ignoran también quién es su padre. Les falta solidez para edificar su vida.
Para crecer seguros hacen falta buenos fundamentos. A los árboles jóvenes se les protege para que puedan crecer robustos y rectos. Se rodea su tierno tronco con una red, se les da apoyo con un rodrigón, se les da tiempo para desarrollarse. Ahora todo vale, se prometen libertades para esclavizarlos. Se les confunde en su identidad. Se le hace creer que no son más que primates con suerte. Se les priva del valor del esfuerzo para hacerlos débiles e indefensos. Lo emotivo puede con lo racional: viven de emociones y no de razones, de sentimientos y no de amor.
Nuestro problema es la pérdida del amor, de su sentido, de la ausencia de referentes del verdadero amor. Prima el individualismo, el bienestar particular, el dar rienda suelta a la satisfacción del placer. Nos hacen consumistas, materialistas, egoístas. Nos inculcan que el otro es un estorbo, un ocupa molesto, alguien que invade mi espacio. En el fondo todo es puro consumismo materialista: solos consumimos más.
La teoría sueca del amor: puro individualismo, aislacionismo, independencia, libertarismo lleva al desamor. Priva de la felicidad que promete. Rompe la libertad: soledad no es libertad, es reclusión, encierro.
“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de los fieles y enciende en ellos la llama de tu amor” reza la aclamación antes del Evangelio de hoy. Celebramos la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, del Amor. Día para redescubrir la fuente del amor: Dios es amor. Un Amor grande, generoso, ilimitado, incondicional. Familiar. Comunión. Relación. Dádiva y entrega.
Escribía san Josemaría: “siento el Amor dentro de mí: y quiero tratarle, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender... No sabré hacerlo, sin embargo: Él me dará fuerzas, Él lo hará todo, si yo quiero... ¡que sí quiero! Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa el pobre borrico agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderse, y seguirte y amarte –Propósito: frecuentar, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil del Espíritu Santo. Veni Sancte Spiritus!...”. Bebamos de esta fuente divina para sentirnos amados y poder amar.
Estoy leyendo Padres que dejan huella, de Alberto Masó y Bárbara Sotomayor; libro sencillo y lleno de sentido común, muy recomendable. Sostiene que, como el hombre está hecho para vivir en sociedad, lo que le hace feliz es el vivir en armonía con su entorno. Esto lo logra si sabe dialogar, así nunca experimentará la soledad y será feliz. Dialogar con uno mismo, con el entorno, con los demás, con Dios.
Dice que, para hacer posible el diálogo, son necesarias cuatro condiciones: conocimiento de lo que decimos; señorío sobre uno mismo para no contaminar el mensaje con nuestros vicios, pasiones…; tolerancia para aceptar las reacciones del otro: respeto a sus opiniones, escucha, …; búsqueda de la verdad, del bien común. El diálogo nos lleva al amor, nos saca de nosotros mismos y descubre al otro.
La escuela del amor es la familia. Copio: “Por eso es necesario que los hijos vean a sus padres enamorados, primero, para que tengan un referente de madurez y, en segundo lugar, para que, con el ejemplo de los padres, puedan adquirir esos hábitos (conocer, dominarse, tolerar y buscar el bien común) que permiten amar de verdad. Cuando los hijos se empapan de amor conyugal, no solo lo asumen porque es lo que les damos, sino también porque es muy atractivo ver personas que nunca se encontrarán solas. Las personas que aman nunca están solas y en esto radica la verdadera felicidad. Por eso son personas atractivas. Los niños no aprenden a amar siendo amados, sino por lo atractivo que es ver cómo sus padres se quieren”.
Pienso que puede resolver nuestro problema redescubrir el verdadero amor: dar amor.