–Advierte del retroceso actual de la democracia, que hunde sus raíces en un retroceso de la libertad. Actualmente hay un déficit de auténtica libertad. Estudio cómo esa libertad tendría que estar en la base de la democracia, y cómo al fallar ésta, se debilitan otros aspectos de la democracia.
–¿Por qué ese retroceso?
–La libertad debería ocupar el centro de la democracia. Sin embargo, vivir en libertad no es fácil: pocas personas piensan por sí mismas, y aún menos se atreven a expresar lo que piensan, prefieren autocensurarse. Pocas están dispuestas a ser distintas, el miedo les atenaza y les impide expresar lo que piensan. Y acaban renunciando a pensar por ellas mismas. Quien no piensa se siente menos expuesto a la crítica o a la exclusión, pero no crece ni madura, permanece en una permanente minoría de edad: uno prefiere no pensar por sí mismo, sino dejarse llevar por el pensamiento ajeno, generalmente mayoritario, de un modo acrítico.
–¿Qué efectos tiene?
–Esta actitud timorata y acrítica desemboca en vivir al margen de la realidad, la cual termina identificándose o confundiéndose con la supuesta opinión mayoritaria. Surge así en la sociedad un doble discurso, el privado, en el que la gente se atreve a decir lo que realmente piensa, y el público, en el que uno se pone de perfil y muestra una farisaica adhesión al pensamiento único o mayoritario. Esto le sucede a todo el mundo, empezando por la clase política.
–¿Es una invitación a pensar críticamente?
–Pensar críticamente es clave para salvar la democracia. Si la base de la democracia es la libertad, es clave que la gente cultive el hábito de pensar por sí misma y expresarse en libertad. Sólo así puede surgir el diálogo y el debate público, exigencia fundamental de una auténtica democracia. Pero en la sociedad actual apenas se cultiva el pensamiento propio o la reflexión crítica, expresar lo que se piensa es visto como algo de mal gusto -cuando no una actividad de alto riesgo- y el diálogo brilla por su ausencia.
–¿Qué busca con el libro?
–Con este libro no trato sólo de describir la situación actual (y sus causas), sino también de ofrecer su remedio: cada ciudadano debe contribuir a configurar la propia sociedad, a su mejora, y nadie debería de desentenderse de esta tarea porque toda persona importa, con independencia de sus ideas. Para ello, es clave que todos puedan decir lo que piensan y que puedan equivocarse. Nadie está en posesión de la verdad, de ahí que todo ciudadano debe contribuir a buscarla, con su reflexión crítica, con la expresión respetuosa de sus propias ideas, con una actitud abierta y de escucha atenta a las opiniones ajenas -porque de todos se puede aprender-, y el diálogo. No existe auténtica democracia sin libertad, y sólo una sociedad que piensa y se expresa en libertad tiene aquellas leyes que reflejan realmente su sentir general (ética pública), y está dispuesta a cambiarlas cuando percibe que son nocivas o no protegen suficientemente al conjunto de la ciudadanía y a la parte más vulnerable en particular.