¿Por qué no propiciar que nuestros pequeños conozcan a personas de distintas opciones de vida? Les ayudaremos a descubrir la suya y a mostrar el amor real
“Cuando mis padres tenían los dos turno de tarde, al salir de clase me iba a merendar y hacer los deberes a casa de una amiga del colegio. En su familia había “algo” distinto, que no había en mi casa. No sabía definirlo, pero lo notaba.
Poco a poco me di cuenta de que la diferencia era que sus padres se llevaban mucho mejor que los míos; había un ambiente de confianza, y algo que yo no conocía: rezaban. Este primer encuentro con personas creyentes me marcó: yo quería para mí lo que ellos vivían. Así empezó mi camino hacia la Iglesia Católica”.
Es el testimonio de una amiga, que me ha venido a la cabeza estos días. He preguntado a las personas que me leen en Instagram si podían sugerirme ideas para proponer a las parejas que se interesen por el matrimonio. Algunas de las respuestas pedían: “Mostrar matrimonios normales, no parejas perfectas: siempre guapos, elegantes, con niños ideales y la casa ordenada”.
Me parece una respuesta muy atinada: si queremos quelas parejas se acerquen, al menos, a saber qué es el matrimonio, tendremos que mostrarles con la vida cómo es un matrimonio “de verdad”, no de revista. Dado que no somos perfectos, nuestras relaciones tampoco serán perfectas; pero el amor imperfecto no deja de ser amor real, como dice el Papa Francisco en Amoris Laetitia.
“Me ama como es y como puede,
con sus límites, pero que su amor sea imperfecto
no significa que sea falso o que no sea real. Es
real, pero limitado y terreno.”
Amoris Laetitia, 113
Hay que poner “a la vista” matrimonios verdaderos, en los que otras parejas puedan fijarse. Que los demás perciban que somos felices en nuestro matrimonio; que, a pesar de las dificultades que surgen a lo largo de la vida, esta unión merece la pena, es la mejor forma de proponerlo. Es proclamar con la propia vida que hemos encontrado un tesoro y mostrar a los demás que también ellos pueden encontrarlo y vivirlo, como le pasó a mi amiga con la fe.
Ahora bien, tenemos que plantearnos cómo mostrar referentes de las distintas opciones de vida. No es suficiente con que el día del seminario tengamos a un seminarista en la parroquia para que podamos conocer la vocación sacerdotal: cuánto mejor es que estén presentes varios días a la semana, conviviendo con las personas de la parroquia. Ahí sí hay posibilidad de que los más pequeños -y los mayores- puedan conocer su vocación.
Con el matrimonio pasa lo mismo: si los jóvenes no tienen modelos reales, será muy difícil que se planteen casarse. Recuerdo una vez cómo una chica joven que iba a casarse defendía con uñas y dientes, frente a una mujer recién divorciada, su deseo de un amor para siempre: lo había visto en sus padres y quería eso para ella. Pero no todos lo ven en sus padres o personas cercanas; y, con frecuencia, tenemos una pastoral dividida en compartimentos estancos: los de confirmación, por un lado; los de preparación al matrimonio, por otro; los recién casados, en su grupo; los matrimonios más veteranos, en el suyo…. No digo que no sea bueno estar arropado por personas en la misma etapa que uno, con intereses, preocupaciones, dificultades semejantes: ¡claro que es bueno, y una gran ayuda! De hecho, en distintos artículos y conferencias he defendido que es una buenísima forma de acompañamiento.
Interacción
Pero, además, sería oportuno plantear momentos de comunidad en los que las personas de cualquier edad y situación vital se reunieran. Se puede hacer de distintas formas: excursiones, romerías, campamentos de verano abiertos a todos… Una propuesta que me gusta son los momentos de adoración, que permiten que cualquier persona se una, combinados con propuestas de formación sobre temas de actualidad, no sólo de contenidos para jóvenes o familias.
Cuanto más libre la participación, más fácil -desde mi punto de vista- que las personas puedan acudir y entablar relaciones de amistad, con libertad. Es una manera de facilitar el encuentro entre personas de distintas edades, vocaciones, situaciones personales. Sin forzar en modo alguno, estamos dando pie a encontrar un ambiente que va a favorecer a todos, y en que unos y otros puedan encontrar y comprender las distintas vocaciones, la vida y las necesidades de los demás. Incluso personas no creyentes pueden unirse para escuchar una charla sobre un tema de actualidad; o para una excursión o un cine fórum.
En esa convivencia, aprendemos todos de todos. Y ponemos frente a cada uno la vida de los demás, con sus gozos y dificultades. Vidas reales en las que los demás podemos vernos reflejados.
María Álvarez de las Asturias, en es.aleteia.org/
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