Es todo un reto, es una necesidad, no es una posibilidad más, porque están sometidos a una tormenta de ideas perversas a la mínima de cambio, y debemos protegerlos
Seguramente en no pocos momentos nos ha surgido la preocupación por las distracciones de los niños. En los tiempos que corren, como nos descuidemos, pueden estar imbuidos totalmente por la tecnología, sobre todo si hemos permitido que anden utilizando el móvil o tengan un ordenador a su disposición en cualquier momento del día. Pero es todavía más preocupante que haya padres a quienes no se les ha ocurrido que lo mejor para ellos (para los padres y para los hijos) es la lectura.
Miguel Sanmartín lo explica con bastante detalle en su libro: “El desinterés por la lectura es un tema preocupante para los padres de hoy. La televisión y las nuevas tecnologías e Internet se han ido adueñando del ocio de los niños en detrimento de la lectura, mutilándolos culturalmente y conformando (¿seguro que no deformando?) su forma de ver el mundo, de comunicarse y de pensar, ¿o quizá de dejar de pensar? Se trata de una tragedia cultural que va más allá de la cultura misma” (p. 20).
El problema, inicialmente, reside en que son los propios padres quienes no tienen ningún hábito de lectura y, por lo tanto, desgraciadamente, no valoran y ni siquiera se les ocurre la maravilla que es la afición a los libros. “¡Por fa!, un minuto más…” dice una de mis hijas desde su cama, absorta en la lectura. “’Déjame acabar la página, ¿sí?’, dice la otra en la misma posición y sin levantar la vista de su libro. Esta es la cantinela qué tengo que escuchar noche sí noche también. Enfrascadas en sus libros, acurrucadas en sus camas y sin levantar los ojos, se hacen fuertes y exprimen su tiempo al máximo” (p. 24). Esto es lo que ocurre cuando hay afición. Y ojalá fuera ese el problema de muchos padres, que sus hijos estén enfrascados en la lectura.
Sin duda esta preocupación de los padres debe llevarlos a buscar los libros adecuados para sus hijos. Eso supone haberlos leído antes, a no ser que tengan referencias totalmente fiables. Ante la duda debe haber una lectura previa de los progenitores. Hoy en día no nos podemos fiar de nada, porque hasta en el libro aparentemente más inocente nos pueden estar metiendo la ideología de género, el odio a la religión, etc. No queremos solo que se entretengan, queremos que se formen, que descubran lo que es verdaderamente bueno.
“Por eso es importante que nuestros hijos lean, que lean buenos libros y que disfruten leyéndolos, para que así fantaseen, imaginen, reflexionen, mediten, piensen… para que tengan vida interior, para que puedan ejercer con prudencia, caridad y justicia el gobierno de sí mismos, sin olvidarse de mirar más arriba, atendiendo las cosas que no se ven” (p. 34). Es todo un reto, es una necesidad, no es una posibilidad más, porque están sometidos a una tormenta de ideas perversas a la mínima de cambio, y debemos protegerlos.
Seguramente el problema previo es que los padres no leen y, por lo tanto, quien lea estas líneas debe sentir esa preocupación y esa urgencia. Es una cuestión de prioridades. Hay quien dedica a ver en el móvil montones de cosas intrascendentes, por pura curiosidad, bajo la excusa de estar informados y no es capaz de leer un libro. Por eso nos advierte el autor de este libro: “Hay algo que nuestros hijos ansían sin saberlo: que les salvemos de la devastación que la modernidad está causando en sus almas, desfigurando y masacrando su sensibilidad y su capacidad de asombro. Y quizá estemos todavía a tiempo de hacer algo” (p. 21).
Es bastante posible que el problema principal es que los padres no leen. Entonces mal vamos.