Se trata de conservar “nuestra comunicación con el futuro”, de vivir más allá de las apariencias y el corto plazo, confiando en una influencia silenciosa, dejándose la piel tal y como el propio John Henry Newman explicó en una de sus cartas
Cada nueve de octubre me acuerdo especialmente de John Henry Newman. Creo que se llama devoción; no hay otra palabra. Vuelvo a pensar en su vida, pongo la mía al lado y, como en el verso de D´Ors, a la mía me dan ganas de darle una propina.
Ese día celebro como un auténtico regalo todo lo que tenga que ver con JHN. Así que cuánto he celebrado este texto que le escuché a LB a primera hora de la mañana y que luego él, con amabilidad oxoniense −de Oriel, por más señas−-, me ha remitido por correo. Son palabras de Matthew Arnold:
«No hemos ganado nuestras batallas políticas ni impuesto nuestras principales ideas, ni detenido el avance de nuestros adversarios, ni caminado victoriosos con el mundo moderno, pero hemos influido silenciosamente en la mente del país y preparado corrientes de sentimientos que han minado la posición de nuestros adversarios; hemos conservado nuestra comunicación con el futuro».
Eso es: se trata de conservar «nuestra comunicación con el futuro», de vivir más allá de las apariencias y el corto plazo, confiando en una influencia silenciosa, dejándose la piel tal y como el propio Newman explicó en una de sus cartas:
«Somos como hombres que trepan por unas rocas, que se rasgan la ropa y la carne, y resbalan de vez en cuando, y sin embargo avanzan, sin reparar en los comentarios de quienes les observan y sin importarles perder con tal de que su causa gane».
Sólo tengo, pues, una estrategia para el futuro. Puedo «vivir en el corazón de una o dos personas en cada sucesiva generación», o puedo «ser incluso completamente olvidado», pero debo hacer «que la verdad avance», aunque sea un poquito.