En la audiencia general de hoy, el Santo Padre ha continuado explicando los elementos constitutivos del discernimiento, en esta ocasión reflexionó sobre “el deseo”, la brújula que nos guía hacia la plenitud
Catequesis del Santo Padre en español
En estas catequesis estamos repasando los elementos del discernimiento. Después de la oración y el conocimiento de sí, es decir rezar y conocerse a uno mismo, hoy quisiera hablar de otro “ingrediente”, por así decir, indispensable: hoy quisiera hablar del deseo. De hecho, el discernimiento es una forma de búsqueda, y la búsqueda nace siempre de algo que nos falta pero que de algún modo conocemos, tenemos el olfato.
¿De qué tipo es ese conocimiento? Los maestros espirituales lo indican con el término “deseo”, que, en la raíz, es una nostalgia de plenitud que no encuentra nunca plena satisfacción, y es el signo de la presencia de Dios en nosotros. El deseo no son las ganas del momento, no. La palabra deseo viene de un término latín muy hermoso, y es curioso: de-sidus, literalmente “la falta de la estrella”, deseo es una falta de la estrella, falta del punto de referencia que orienta el camino de la vida; lo que evoca un sufrimiento, una carencia, y al mismo tiempo una tensión para alcanzar el bien que nos falta. Así pues, el deseo es la brújula para saber dónde estoy y adonde voy, es más, es la brújula para saber si estoy quieto o estoy caminando, una persona que nunca desea es una persona quieta, quizá enferma, casi muerta. Es la brújula de si estoy caminando o si estoy quieto. ¿Y cómo es posible reconocerlo?
Pensemos, un deseo sincero sabe tocar en profundidad las cuerdas de nuestro ser, por eso no se apaga ante las dificultades o los contratiempos. Es como cuando tenemos sed: si no encontramos algo de beber, no por eso renunciamos, es más, la búsqueda ocupa cada vez más nuestros pensamientos y acciones, hasta que estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio para apaciguarlo, casi obsesionados. Obstáculos y fracasos no sofocan el deseo, no, al contrario, lo hacen aún más vivo en nosotros.
A diferencia de las ganas o de la emoción del momento, el deseo dura en el tiempo, un tiempo también largo, y tiende a concretarse. Si, por ejemplo, un joven desea ser médico, tendrá que emprender un recorrido de estudios y trabajo que ocupará algunos años de su vida, como consecuencia tendrá que poner límites, decir algún “no”, en primer lugar, a otros estudios, pero también a posibles entretenimientos o distracciones, especialmente en los momentos de estudio más intenso. Pero, el deseo de dar una dirección a su vida y de alcanzar esa meta —llegar a ser médico era el ejemplo— le consiente superar esas dificultades. El deseo te hace fuerte, valiente, te hace ir adelante siempre porque tú quieres llegar a eso: “Yo deseo eso”.
En efecto, un valor se vuelve bello y más fácilmente realizable cuando es atractivo. Como dijo alguien, «más que ser bueno es importante tener ganas de serlo». Ser bueno es algo atractivo, todos queremos ser buenos, ¿pero tenemos ganas de ser buenos?
Llama la atención que Jesús, antes de realizar un milagro, a menudo pregunta a la persona sobre su deseo: “¿Quieres ser curado?”. Y a veces esta pregunta parece estar fuera de lugar: ¡se ve que está enfermo! Por ejemplo, cuando encuentra al paralítico en la piscina de Betesda, que llevaba allí muchos años y nunca encontraba el momento adecuado para entrar en el agua. Jesús le pregunta: «¿Quieres curarte» (Jn 5,6). ¿Por qué? En realidad, la respuesta del paralítico revela una serie de resistencias externas a la curación, que no tienen que ver solo con él. La pregunta de Jesús era una invitación a aclarar su corazón, para acoger un posible salto de calidad: no pensar más en sí mismo y en su vida “de paralítico”, llevado por otros. Pero el hombre de la camilla no parecer estar muy convencido. Dialogando con el Señor, aprendemos a entender qué queremos realmente de nuestra vida. Ese paralítico es el ejemplo típico de las personas: “Sí, sí, quiero, quiero”, pero luego no quiero, no quiero, no hago nada. El querer hacerlo se convierte en una ilusión pero no se da el paso para hacerlo. Es la gente que quiere y no quiere. Eso está mal, y ese enfermo, 38 años allí, siempre quejándose: “No, Señor, porque cuando las aguas se mueven —que es el momento del milagro—, viene alguien más fuerte que yo, entra y yo llego tarde”, y se queja y se lamenta. Pues estad atentos que las quejas son un veneno, un veneno para el alma, un veneno para la vida porque no hacen crecer el deseo de ir adelante. Cuidado con las quejas. Cuando hay quejas en la familia, se quejan los cónyuges, se quejan uno de otro, los hijos del padre o los sacerdotes del obispo o los obispos de tantas otras cosas… ¡No, si os quejáis, estad atentos, es casi pecado, porque no deja crecer el deseo!
A menudo es justamente el deseo lo que marca la diferencia entre un proyecto exitoso, coherente y duradero, y las mil frivolidades y tantas buenas intenciones de las que, como se dice, “está empedrado el infierno”: “Sí, yo quisiera, yo quisiera, yo quisiera…”, pero no haces nada. La época en la que vivimos parece favorecer la máxima libertad de elección, pero al mismo tiempo atrofia el deseo —quieres satisfacerte continuamente—, que queda reducido a las ganas del momento. Y debemos estar atentos a no atrofiar el deseo. Estamos bombardeados por miles de propuestas, proyectos, posibilidades, y corremos el riesgo de distraernos y de no dejar valorar con calma lo que realmente queremos. Muchas veces encontramos gente —pensemos en los jóvenes, por ejemplo— con el móvil en la mano y buscan, miran… “¿Pero tú te paras a pensar?” –“No”. Siempre extrovertido, hacia el otro. El deseo no puede crecer así, tú vives el momento, saciado en el momento y no crece el deseo.
Muchas personas sufren porque no saben qué quieren hacer con su vida; probablemente nunca han entrado en contacto con su deseo profundo, nunca lo han sabido: “¿Qué quieres de tu vida?” –“No lo sé”. De ahí el riesgo de pasar la existencia entre intentos y pretextos de diversa índole, sin llegar nunca a ningún lado, o desperdiciando oportunidades valiosas. Y así algunos cambios, aunque queridos en teoría, nunca son realizados cuando se presenta la ocasión, falta el deseo fuerte de llevarlos adelante.
Si el Señor nos dirigiera, hoy, por ejemplo, a cualquiera de nosotros, la pregunta que hizo al ciego de Jericó: «¿Qué quieres que te haga?» (Mc 10,51) —pensemos que el Señor a cada uno hoy pregunta esto: “¿qué quieres que haga yo por ti?”— ¿qué responderíamos? Quizá, podríamos pedirle que nos ayude finalmente a conocer el deseo profundo de Él, que Dios mismo ha puesto en nuestro corazón: “Señor que yo conozca mis deseos, que yo sea una mujer, un hombre de grandes deseos”, quizá el Señor nos dará la fuerza de concretarlo. Es una gracia inmensa, que está en la base de todas las demás: permitir al Señor, como en el Evangelio, hacer milagros por nosotros: “Danos el deseo y hazlo crecer, Señor”.
Porque también Él tiene un gran deseo respecto a nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de vida. Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los monaguillos de la diócesis de Basilea; a los fieles de la diócesis de Versalles y a la parroquia de Nuestra Señora de la China, en París. Hermanos y hermanas, hoy tenemos este fuerte deseo en nosotros por una civilización de paz, amor, reconciliación y armonía. Que el Señor nos haga partícipes de su plenitud de vida con nuestras aspiraciones más profundas, por una humanidad más bella y pacífica. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Inglaterra, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Países Bajos, Ghana, Vietnam y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros invoco la alegría y la paz de Cristo nuestro Señor. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana. Que la Santísima Virgen María, cuyas apariciones en Fátima recordaremos mañana, sea nuestra guía en el camino de continua conversión y penitencia para encontrar a Cristo, sol de justicia. Que su “suave luz” nos libre de todo mal y disipe las tinieblas de este mundo atormentado por las guerras.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos a Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad. Que Ella interceda por nosotros ante su Hijo, para que podamos descubrir el deseo que Él ha puesto en nuestros corazones, y nos alcance la gracia de llevarlo a cumplimiento. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los miembros de la Confederación Nacional de Asociaciones de Familias que han venido de Portugal y a los peregrinos de otros países de lengua portuguesa, en particular de Brasil. Hoy se celebra a Nuestra Señora de Aparecida con muchos hermanos y hermanas que van en peregrinación a su Santuario y allí, junto a la Virgen Madre, rezan el rosario y cantan a la Virgen de Aparecida. Unámonos a ellos y recemos por la paz. Pidamos a la Virgen que nos ayude a realizar el gran deseo de nuestro Padre celestial: hacernos a todos partícipes de su plenitud de vida. Dios os bendiga y la Virgen os guarde.
Saludo a los fieles de lengua árabe. El Señor tiene un gran deseo para nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de vida. Le pedimos que nos ayude a conocer ese deseo y que nos dé la fuerza para hacerlo realidad. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. El mes de octubre está dedicado al Santo Rosario. Al rezar esa oración, dejad que vuestra vida y vuestras decisiones diarias estén iluminadas por Cristo, esplendor de la Verdad. Meditando los misterios luminosos, acordaos de san Juan Pablo II que quiso añadirlos a la contemplación de los demás momentos de la vida de Jesús. Os bendigo de corazón.
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo al grupo de los que se ocupan de las enfermedades reumáticas, con un pensamiento especial y agradecido para el área médica de la pastoral de la salud de la diócesis de Roma. Saludo a la Asociación “Centros y obras sociales de solidaridad” de Molfetta; a la Asociación “Padres de personas con autismo” de Messina y a la Asociación “Padres de niños con encefalitis pediátrica”. Animo a todos a perseverar en la digna labor en apoyo de los más vulnerables. Saludo a los oficiales y soldados del mando militar de Roma, así como a la Delegación del Municipio de Cervia, venida para el tradicional don de la sal.
Mi pensamiento, por último, se dirige, como siempre, a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Juan XXIII, que sirvió a Cristo y a la Iglesia con entrega ejemplar, trabajando con preocupación por la salvación de las almas y por la paz en el mundo. Que su protección os ayude a todos en el esfuerzo de la fidelidad diaria a Cristo y os sostenga en vuestro trabajo diario. A todos mi bendición.
En estos días, mi corazón siempre está dirigido al pueblo ucraniano, especialmente a los habitantes de los lugares donde ha habido un auge de bombardeos. Llevo dentro de mí el dolor y, por intercesión de la Santa Madre de Dios, lo presento en la oración al Señor. Él siempre escucha el grito de los pobres que lo invocan: que el Espíritu pueda transformar los corazones de quienes tienen en su mano el destino de la guerra, para que cese el huracán de la violencia y se pueda reconstruir una convivencia pacífica en la justicia.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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