Nos hará un gran bien tener motivos para ser más sobrios, más solidarios, más generosos
Parece que en algo nos hemos puesto todos de acuerdo, en consumir todo lo que podemos y, en caso de que falten los medios, esperar poder hacerlo cuanto antes. Lo que rige el mundo no son los principios, los ideales, sino las grandes empresas que dominan los medios y nos hacen creer que seremos felices si satisfacemos todas las necesidades que ellos nos crean. Incluso la sombra que algunos tienen contraria al consumismo está dictada por el mercado.
No es nada fácil salir de este bucle. Ayudando a preparar alguna primera comunión o boda me ha llamado la atención que, estando de acuerdo en los principios de hacer una celebración sencilla, la realidad es que no se privan de nada. No sé si es la presión del ambiente o la falta de personalidad o la ausencia de valores. Todos queremos un mundo inclusivo, ecológico y sostenible, pero solo de boquilla, no encontramos motivos serios para privarnos de nada. Hoy, al entrar en la parroquia, me dice la mujer que pide en la puerta que le dé una bendición, a ver si la gente hoy echa más, me dice. Cuenta que está notando una gran falta de generosidad últimamente. Será por la dura crisis que estamos pasando, puntualiza. Quizás se nos olvida que no somos los únicos que vamos ajustados, que hay muchos que lo pasan peor.
Por la noche, conversando con un viejo amigo que está de paso por un congreso −vive en Atlanta (USA)−, nos cuenta que allí hay que tomarse muy en serio a los pobres ya que no está presente Cáritas y hay menos servicios sociales. Nos dice que hace unos días entró en una iglesia a saludar al Santísimo, estaba dando un paseo y no llevaba dinero encima, sólo la tarjeta de crédito. Le llamó la atención ver a una mujer joven postrada ante el sagrario rezando con intensidad. Al poco le preguntó qué le pasaba y ella le dijo que necesita urgentemente 350 dólares. Mi amigo, luego de asegurarse un poco, le dice que no lleva dinero pero que si espera una hora irá a un cajero. Salvando dificultades consigue el dinero y se lo entrega. La mujer quiere saber su dirección para devolverlos cuando pueda y él le contesta que no hace falta: es Jesús quien se los regala. Buena lección, al menos para mí.
El Evangelio nos cuenta: “Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros, acercándose, le lamían sus llagas”. Al final mueren los dos y Lázaro, el pobre, es llevado al seno de Abrahán, el rico al infierno.
No es pecado ser rico, lo que no se puede es vivir para uno mismo y olvidarse de los demás. Decía san Juan Pablo II que hay una hipoteca social sobre los bienes de la tierra. Lo injusto es que el rico Epulón ignore al pobre Lázaro que está a su puerta. Esta situación no es exclusiva de los países del primer mundo, desgraciadamente también pasa en el tercero, quizás aquí las injusticias y diferencias son aún mayores. El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas»: este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma”, explica el Papa.
Nos hará un gran bien tener motivos para ser más sobrios, más solidarios, más generosos. Hay que decir no en muchas ocasiones a lo que nos pide el capricho, las apetencias, los reclamos de los anuncios. No hace falta que me cuide tanto; no es verdad que me lo merezco; ni el “para cuatro días que vamos a vivir”… somos seres racionales y podemos distinguir entre lo que apetece o me ofrecen y lo que es bueno para mí, que no es lo mismo. La peor manera de criar a un hijo es darle todo lo que quiere, pues apliquémonos el cuento. Además, no debemos olvidar que nuestra dignidad nos obliga a compartir con los que son menos agraciados.
“Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado”. Estamos llamados a ir al Cielo y allí se llega ligero de equipaje.