Arreglar el mundo es complicado, una aventura. Es posible, pero lo tenemos que tomar en serio
Comentaba un buen amigo, excelente periodista, que siempre hay que ser fieles a los hechos, a los datos, a la verdad; pero que no basta con hacer un buen análisis, también hay que buscar posibles soluciones. Hay demasiados profetas de mal agüero.
Dejamos el feliz y caluroso verano y se nos presenta un futuro muy oscuro. “Viene un otoño incierto en lo económico: de este modo tu calidad de vida será peor”, “Llega el invierno”, “La inflación se situó en julio en el 10,8%, la cifra más elevada en 38 años, los precios parecen no tener techo. Y puede que esto solo sea el principio”. Esto en la economía, que es lo que más preocupa. Pero está también el peligro de una guerra nuclear, la escasez de carburantes, la degradación moral.
La situación no es muy boyante. Ana Iris Simón escribe en su libro Feria: “Igual me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad porque a veces, sin casa y sin hijos en nombre de no sé muy bien qué, pero también como consecuencia de no tener en el horizonte mucho más que incertidumbre, daría mi minúsculo reino, mi estantería del Ikea y mi móvil, por una definición concisa, concreta y realista de eso que llamaban, de eso que llaman progreso”. Esto sin entrar en las lagunas éticas, morales y religiosas.
La misma autora comentaba en una entrevista: “Con 28 años he vivido tres ERES y mi contrato temporal finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto. No tengo coche ni hipoteca porque no puedo. Así que, si realmente quieren plantarle cara al reto demográfico, apuesten por las familias”. Tenemos que tener la valentía, la clarividencia, de apostar sobre seguro, aunque tengamos la impresión de ser los únicos que vayan por ese camino: la fe, la familia, las virtudes.
Hace pocos días, durante una visita a las ruinas del teatro Marcelo de Roma, el que hacía de cicerone, un profesor romano, nos hacía ver la maravilla del arco de medio punto. Invento que revolucionó la arquitectura. Gracias a él se han levantado puentes, acueductos, teatros que todavía perduran. Y todo gracias a la piedra angular, la clave que mantiene el arco o la bóveda. Sin ella todo se viene abajo.
Leemos en el salmo: “La piedra que los constructores desecharon, se ha convertido en piedra angular; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos”. Hemos querido construir una sociedad al margen de Dios y todo se desmorona. La solución es volver a Él; tener la valentía de decir que nos hemos equivocado, que el paraíso de libertad que queríamos construir nos encierra en una oscura mazmorra, que cada vez somos menos libres. “Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy”, dice Benedicto XVI.
El evangelio no nos pone las cosas fáciles: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío...”, lo que nos dice Jesús es que la fe es algo serio, contundente. ¡Es la bomba! San Benito, que lo había entendido, dejó claro a sus monjes el lema: “No anteponer absolutamente nada al amor por Cristo”.
Arreglar el mundo es complicado. Es toda una aventura. Es posible, pero lo tenemos que tomar en serio. El evangelio nos habla de radicalidad, algo contracultural, nada de apañitos. Hay bien y mal, amor y odio, verdad y mentira, esto lo experimentamos en nuestra vida: no nos gusta que nos mientan, ni que nos quieran poco, ni que nos traten mal. Pues apliquemos estos principios vitales a nuestro actuar, a nuestra relación con Dios. Esta es la solución.
Está claro que somos los creyentes los que debemos dar el paso al frente, luego ya vendrán otros. Si no somos consecuentes con lo que creemos, somos la escoria de la sociedad, con perdón. No anteponer nada al amor por Cristo más que un lema es un principio de acción. Es saber que, sin la piedra angular, Jesús, nuestra vida se desmorona.
Si me planteo el dilema de ir a misa o estar un rato más en el sofá, si rezar no es tan necesario y saludable como beber agua fresca, si hay mandamientos que quitaría de la lista, si no quiero amar con todas las de ley, si en algún caso una mentira no viene mal, es que Cristo no es mi vida ¡La Iglesia de hoy no necesita cristianos a tiempo parcial, sino cristianos de una pieza! Proclamaba san Juan Pablo II. La solución pasa por nosotros, somos pocos y pecadores, pero contamos con Dios.