Con demasiada frecuencia aisladas y desesperadas, las mujeres han sentido que no tenían otra opción
Para todos los que hemos hablado, escrito, trabajado, marchado y rezado por revertir Roe v. Wade, la decisión de la Corte Suprema de hoy en Dobbs v. Jackson es profundamente significativa y alentadora. Esta decisión creará la posibilidad de proteger la vida humana desde la concepción; nos llama a reconocer la carga única que enfrentan las mujeres durante el embarazo; y nos desafía como nación a trabajar juntos para construir más comunidades de apoyo —y acceso disponible a ellas— para todas las mujeres que experimentan embarazos no planificados.
Durante el último medio siglo, mientras continuaba el debate sobre el aborto, la Iglesia Católica a menudo ha sido acusada de imponer una creencia religiosa en nuestra sociedad pluralista. De hecho, es cierto que, al dirigirse a la comunidad católica, la Iglesia ha utilizado argumentos tanto religiosos como morales para oponerse al aborto. Pero al involucrar a la sociedad civil estadounidense en general, los funcionarios electos y nuestro sistema legal, la Iglesia ha defendido la vida humana desde sus inicios como una cuestión de derechos humanos. Nuestros continuos esfuerzos para defender nuestra posición sobre la protección de los niños no nacidos son coherentes con nuestra defensa de los problemas que afectan la dignidad de todas las personas en todas las etapas y en todas las circunstancias de la vida. La Iglesia emplea este principio de coherencia al abordar cuestiones de raza, pobreza y derechos humanos en general. Es una posición que presenta un argumento moral como fundamento de la ley y la política para proteger la vida humana.
Acojo con beneplácito la decisión de la Corte, pero no subestimo cuán profundamente divisivo ha sido y seguirá siendo el tema del aborto en nuestra vida pública. Aún más trágico ha sido el sufrimiento personal de las mujeres que enfrentan embarazos no planificados en situaciones difíciles. La Iglesia se ha opuesto m consistentemente a las dimensiones morales y legales de Roe v. Vade; también rechazamos rotundamente estigmatizar, criminalizar, juzgar o avergonzar a las mujeres que han tenido un aborto o están considerando hacerlo. Con demasiada frecuencia aisladas y desesperadas, las mujeres han sentido que no tenían otra opción. Necesitan y merecen el apoyo espiritual, afectivo y material de la Iglesia y de la sociedad.
En la Arquidiócesis de Boston, hemos buscado, a través de Project Rachel y Pregnancy Help, apoyar a mujeres que enfrentan una crisis de embarazo y mujeres cuyas vidas se han visto afectadas por un aborto. Además, la Iglesia ofrece la misericordia y la sanación ilimitadas del Señor a quienes sufren los daños espirituales el aborto. Ante las estadísticas recientes que indican un aumento en los abortos, nuestro apoyo pastoral y social a las mujeres continuará, será acogedor y estará disponible para todos los que lo necesiten.
La decisión de la Corte Suprema de hoy inicia un nuevo capítulo en nuestros foros legislativos y legales ya que los debates públicos sobre el aborto no terminarán. Desde 1973, ha habido una continua oposición al razonamiento de Roe v. Wade y sus consecuencias. Esas consecuencias han permeado el tejido político, legal y social de la vida estadounidense. El carácter radical de la decisión de Roe catalizó algunas de las reacciones y respuestas más profundas a cualquier problema en la historia de nuestra nación. Los argumentos públicos ahora se trasladarán a los estados, el Congreso y los tribunales. Espero que este nuevo capítulo sea un tiempo de un tono y enfoque diferente en nuestra vida cívica.
En primer lugar, debemos adoptar una visión más amplia de las múltiples amenazas a la vida humana en nuestra sociedad actual. El reconocimiento de que la vida humana comienza con la concepción y continúa hasta la muerte natural. Toda vida humana merece protección moral y jurídica en todo momento. La protección de la vida debe ser integral, no selectiva. La Iglesia, en sus propias posiciones, debe reflejar esta visión más amplia, y estamos llamados a involucrar a nuestra sociedad civil en torno a esta visión más holística del valor y la dignidad de la vida humana. Quienes están a ambos lados del debate sobre el aborto reconocen comúnmente que las condiciones de pobreza e injusticia han sido y son hoy un factor importante que contribuye a los abortos. Quienes se han opuesto y apoyado a Roe pueden y deben encontrar un terreno común para un compromiso renovado con la justicia social y económica en nuestro país.
En segundo lugar, proteger la vida humana en todo momento solo puede tener éxito si redescubrimos el valor del civismo en el discurso, la protesta y la promoción de políticas. El respeto a la vida exige el reconocimiento mutuo y el respeto de nuestra dignidad común como personas y ciudadanos. En los últimos años, la idea de civismo y discurso respetuoso ha sufrido abandono, al igual que el respeto por la vida humana. La renovación de ambos es posible y urgentemente necesaria.
Como obispo y ciudadano, espero y rezo para que podamos crear una cultura que proteja a los más vulnerables desde el comienzo de la vida y en cualquier momento en que la vida se vea amenazada de alguna manera.