¡Queridos hermanos! «¡La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros!» (2Cor 13, 13).
Con este saludo de san Pablo deseo daros mi cordial bienvenida y manifestaros la alegría de vuestra visita. Las palabras del Apóstol abren a menudo, en el rito romano, la Sinapsis eucarística que, espero, podremos celebrar juntos el día que el Señor quiera.
Es bueno que vuestra visita se realice en vísperas de la Solemnidad de Pentecostés que, según el calendario latino, es este próximo domingo. Quisiera ofreceros cuatro breves reflexiones que me inspiran estas fiestas sobre la unidad plena que anhelamos.
El primer pensamiento es que la unidad es un don, un fuego que viene de lo Alto. Eso sí, sin cansarnos debemos rezar, trabajar, dialogar, prepararnos para que se pueda recibir esa gracia extraordinaria. Sin embargo, el logro de la unidad no es principalmente fruto de la tierra, sino del Cielo; no es sobre todo fruto de nuestro compromiso, de nuestros esfuerzos y de nuestros acuerdos, sino de la acción del Espíritu Santo, a quien debemos abrir con confianza nuestro corazón para que nos conduzca por los caminos de la plena comunión. La unidad es una gracia, un don.
Una segunda enseñanza de Pentecostés es que la unidad es armonía. Vuestra delegación, compuesta por Iglesias de diferentes tradiciones en comunión de fe y sacramentos, ilustra bien esta realidad. La unidad no es uniformidad y ni siquiera es el resultado de compromisos o frágiles equilibrios diplomáticos. La unidad es armonía en la diversidad de los carismas suscitados por el Espíritu. Porque al Espíritu Santo le gusta suscitar tanto la multiplicidad como la unidad, como en Pentecostés, donde las diferentes lenguas no se redujeron a una, sino que se asimilaron en su pluralidad. La armonía es el camino del Espíritu, porque Él mismo, como dice San Basilio el Grande, es armonía.
Una tercera enseñanza del día de Pentecostés es que la unidad es un camino. No es un proyecto para escribir, un plan estudiado sobre el papel; no se hace en el inmovilismo, sino en el movimiento, en el nuevo dinamismo que el Espíritu, a partir de Pentecostés, imprime a los discípulos. Se hace al caminar: crece al compartir, paso a paso, en la voluntad común de acoger las alegrías y las penas del camino, en las sorpresas que se presentan en el trayecto. Como escribe san Pablo a los Gálatas, estamos obligados a caminar según el Espíritu (cfr. Gal 5,16.25). O, como dice san Ireneo, a quien recientemente proclamé Doctor de la Unidad, la Iglesia es «tôn adelphôn synodia», expresión que se puede traducir como “una caravana de hermanos”. Ahí, en esa caravana, crece y madura la unidad, que –según el estilo de Dios– no llega como un milagro repentino e impactante, sino en el compartir paciente y perseverante de un camino hecho juntos.
Un último aspecto. La unidad no es simplemente un fin en sí mismo, sino que está ligada a la fecundidad del anuncio: la unidad es para la misión. Como rezó Jesús: «Que todos sean uno... para que el mundo crea» (Jn 17, 21). En Pentecostés la Iglesia nace misionera. Y hoy el mundo todavía espera, incluso inconscientemente, conocer el Evangelio de la caridad, la libertad y la paz que estamos llamados a manifestar los unos de los otros, no unos contra otros ni unos lejos de otros. En este sentido, agradezco el testimonio común ofrecido por vuestras Iglesias, pienso de manera especial en aquellas –y son muchas– que han sellado su fe en Cristo con su sangre. Gracias por todas las semillas de amor y de esperanza esparcidas, en nombre del Crucificado Resucitado, en varias regiones aún marcadas, desgraciadamente, por violencias y conflictos a menudo demasiado olvidados.
Queridos hermanos, que la cruz de Cristo sea la brújula que nos guíe en el camino hacia la plena unidad. Porque sobre ese madero nos reconcilió Cristo, nuestra paz, reuniendo a todos en un solo pueblo (cfr. Ef 2, 14). Y así pongo idealmente en los brazos de la cruz, altar de la unidad, las palabras que quería compartir con vosotros, como cuatro puntos cardinales de la plena comunión, que es don, armonía, camino, misión.
Agradezco vuestra visita y os aseguro el recuerdo en la oración, confiando también en los vuestros por mí y por mi servicio. El Señor os bendiga y la Madre de Dios os proteja. Si os parece bien, cada uno en su lengua, podemos rezar juntos el Padre Nuestro.