Hay una belleza que podemos admirar, una armonía a imitar, un orden y unos principios
Recuerdo a un buen viejo amigo del que decían que solo emitía, pero que no escuchaba. Era como si le faltara la antena para captar lo que los demás decían. Las conversaciones con él eran realmente monólogos, un soliloquio. Nos hacíamos cargo de lo que le preocupaba, de lo que opinaba y sentía, pero era incapaz de escuchar lo que nosotros decíamos.
Ahora se han puesto de moda los anuncios invasivos. Estás esperando ver el pronóstico del tiempo y de pronto el experto arranca con una inmensa perorata en la que te atosiga y te hace ver las inmensas ventajas del producto patrocinador. Llega un momento que casi gritamos: ¡Qué se calle ese hombre! Opino que la Carta de los Derechos Humanos debería protegernos de las invasiones acústicas y promover el sano derecho a ser escuchados o, al menos, no ser invadidos. Algo semejante sucede con ciertos números de teléfono que, sin escucharte, te ofrecen un sinnúmero de opciones que no te interesan en absoluto y te quedas con tu problema sin resolver.
Esa capacidad de emitir, sin apenas escuchar, propia de las máquinas, se va contagiando a los humanos deshumanizándolos. Lo propio de las relaciones es establecer vínculos, empatizar −tener empatía es una de las cualidades de la inteligencia emocional, la cual permite ponerse en el lugar del otro y comprender su mundo interior−. Cada vez hay más deficiencias auditivas y, cuando uno quiere contactar con los demás y tiene un problema, se pone un audífono. Quizás, el problema no es físico, es falta de interés. De querer escuchar, de aprender a escuchar.
En muy pocas ocasiones Dios Padre habla a los hombres, su palabra es Jesucristo. Hoy, en cambio, le vemos dando un consejo a los apóstoles: “Éste es mi Hijo, el elegido: escuchadle”. Una buena práctica para la Cuaresma es cuidar la oración: ese diálogo con Dios que tanto nos enriquece. Jesús pasa cuarenta días retirado en soledad para estar con su Padre. Busquemos también nosotros un rato de tranquilidad para tener una conversación con Él. Dice Camino: “Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” −¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”.
Procurar la cercanía. Preguntarle y esperar su respuesta, para eso hay que estar atentos. Dios responde siempre, es bien educado. Pero tiene sus tiempos y sus modos a los que nos tenemos que adaptar. Habla cuando menos te lo esperas: una imagen que nos viene, unas palabras que leemos, un ejemplo de un amigo… Si estamos atentos nos asombraremos de lo mucho que habla.
Escuchar al mundo, a la naturaleza. Tener una mirada atenta, unos oídos finos para saber leer en ese libro espléndido de la creación. Hay una belleza que podemos admirar, una armonía a imitar, un orden y unos principios a seguir. Si no somos capaces de captar la belleza de una flor, el canto de un ruiseñor, la laboriosidad de una hormiga… tenemos un problema. El Papa nos da el diagnóstico: “Cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad; difícilmente podremos escuchar los gritos de la naturaleza”.
Escuchar al que tenemos a nuestro lado. La falta de comunicación hace estragos en la vida conyugal, un daño parecido surge entre los hermanos y amigos cuando no se habla, cuando aparecen los malentendidos, las sospechas. Hay que hablar, explicarse, escuchar al otro. Si callamos por fuera, no cejamos de murmurar por dentro. Crece la distancia. Y lo peor es que casi todo es irreal, fruto de una imaginación calenturienta. “El horno prueba los vasos del alfarero, y la prueba del hombre está en su conversación. El fruto muestra cómo se cultivó un árbol; así, la palabra, los pensamientos del corazón humano”, dice el libro de la Sabiduría.
La capacidad de conversar, de escuchar al otro, de hacernos cargo de lo que le pasa, de empatizar, dicen mucho de la riqueza interior de una persona. Dificulta la escucha la falta de atención: estamos mirando el móvil, la televisión, pensando en el plan del fin de semana. Si no miramos a la cara, si no paramos y nos ponemos en modo avión, la comunicación será muy difícil.
También, sin darnos cuenta, lo que nos dice el otro nos recuerda algo que nos sucedió y esperamos la primera pausa para colocar lo nuestro. No estamos escuchando. Con buena voluntad, en otras ocasiones, nos apresuramos a dar un consejo y cortamos la explicación del otro.
Para hacernos cargo de lo que le pasa, para entenderle, para poder quererle y admirarle hay que mirarle, callar y escuchar con atención. Esto requiere humildad, paciencia y sabiduría. Sigamos el consejo del Evangelio: “Éste es mi Hijo, el elegido: escuchadle”.