En el corazón de una Europa agitada por la guerra en Ucrania, se encendió una llama por la paz entre los cristianos. La catedral de Ginebra, que con la reforma calvinista había excluido el culto católico hace casi cinco siglos, acogió por primera vez de nuevo la Santa Misa.
El pasado sábado 5 de marzo a las 6 de la tarde, en el corazón de una Europa agitada por la guerra en Ucrania, se encendió una llama por la paz entre los cristianos. No es un evento menor, ni un episodio efímero: la catedral de Ginebra, que con la reforma calvinista había excluido de sus muros el culto católico hace casi cinco siglos, acogió por primera vez de nuevo la Santa Misa. Queda lejos la retórica exaltada de la que se hacía eco una de las inscripciones aún hoy grabadas en los muros del templo: «En el año 1535 abatida la tiranía del anticristo romano y abolida la superstición, la Santa religión de Cristo ha sido restablecida en su pureza…». En efecto, la última Misa celebrada en la catedral, el verano de aquel año, había acabado con disturbios, expulsión de los clérigos, y destrucción y pillaje de las estatuas y objetos de culto, símbolos de la «idolatría». Un escenario en las antípodas de la cordialidad con la que calvinistas y católicos se encontrarían, bajo esas mismas bóvedas, a la vuelta de los siglos. No cualquier tiempo pasado fue mejor.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Aunque han tenido que pasar muchas generaciones para apaciguar ánimos y acercar posiciones, el origen del relato que lleva hasta esta celebración se remonta a unos pocos años atrás: una conversación de terraza entre Pascal Desthieux, párroco entonces de una iglesia de Ginebra y Emmanuel Rolland, pastor reformado. Desthieux evocaba a su amigo la Misa que desde 2004 se celebra anualmente en Lausanne, segunda ciudad de la Suiza francófona, cuya catedral también se encuentra en manos de una iglesia reformada. Como quien tiene una ocurrencia (une boutade), Desthieux apostilló: «Desde luego, si en Ginebra llega a darse algo así, no es para pasado mañana…». Es cierto: la carga simbólica de acoger una Misa en la catedral sería mucho más fuerte en esta ciudad, centro mundial del calvinismo, la denominación protestante con mayor irradiación internacional. La conversación siguió entonces por otros derroteros, pero el challenge ya estaba servido. Ciertamente, la cosa no era para dos días más tarde, pero sí lo fue para pasados unos años, cuando Rolland contactó a Desthieux con la noticia de que, a su modo de ver, los tiempos ya estaban maduros.
Tras una serie de consultas y deliberaciones, el consistorio de la Iglesia protestante aprobaría la celebración de esta primera Eucaristía para el 29 de febrero de 2020. Ya Omnes había informado de este evento entonces inminente, que se vio cancelado poco más de 24 horas antes, a causa de la irrupción de la pandemia del Covid y de las restricciones impuestas en ese momento para las reuniones multitudinarias. La celebración se pospuso dos veces más, y solo ha podido tener lugar a la vuelta de dos años casi exactos, al levantarse las restricciones debidas a la pandemia.
En la elección de esta nueva fecha se ha mantenido la elección del momento preciso del año litúrgico: la víspera del primer domingo de cuaresma. Todavía bajo la estela del miércoles de ceniza, la celebración del sábado retomó el rito de inicio de la cuaresma, signo del que se invitó a participar también a los fieles reformados presentes. Se quiso significar así que no solo se trataba de un acontecimiento festivo, sino también de un proceso penitencial. Católicos y protestantes querían pedir perdón por sus respectivos excesos y faltas contra la unidad en el pasado. En esta misma línea, los concelebrantes recitaron la primera plegaria eucarística de la Reconciliación, con extractos en portugués, italiano y español, quizá las lenguas más representadas entre los fieles, además del francés.
Ya en las primeras palabras que Daniel Pilly, presidente del consejo parroquial de la Catedral, dirigió a la asamblea, saltaba a los ojos el contraste entre el tumulto de aquella última Misa de cinco siglos atrás y la cordialidad de esta primera. Al lanzar esta invitación a los católicos, inició Pilly, el consejo era consciente de «estar creando un acontecimiento de una carga simbólica muy fuerte», que pone en evidencia la realidad de una «fructífera cooperación ecuménica durante largos años» y el desarrollo de una «confianza recíproca» entre católicos y protestantes. «La celebración de una Misa a la vuelta de 486 años —continuó Pilly— es un gesto significativo. Hoy estamos felices de poder dar este paso».
Como no debía ser de otro modo, presidió la Eucaristía, acompañado de cerca de una veintena de sacerdotes concelebrantes y varios diáconos, el mismo abbé Pascal Desthieux. Aunque tuvo la modestia y el sentido histórico de no ponerse en el centro con sus palabras, es obvio que verla hecha realidad significa también finir en beauté su ministerio como vicario episcopal de la diócesis para el cantón de Ginebra. «Vuestra invitación, que aceptamos humildemente y con mucho agradecimiento», replicó Desthieux al consejo parroquial de la Catedral, «tiene un gran significado para nosotros, y ha suscitado un gran entusiasmo, como lo muestra el número impresionante de fieles aquí reunidos».
Desthieux pidió también oraciones por el conflicto en Ucrania. Señaló con emoción que entre los fieles que abarrotaban la iglesia se encontraba una mujer ucraniana recién llegada a Ginebra, en huida del conflicto; y, entre los concelebrantes, un sacerdote también ucraniano, Sviatoslav Horetskyi, desde hace unos meses responsable de los fieles de rito greco-católico en Ginebra y en Lausanne.
Cabe esperar que esta Eucaristía en la catedral no se limite a un evento aislado. Al menos así parecen querer darlo a entender las palabras con las que Pilly finalizó su discurso de bienvenida: «Queremos manifestar también que esta catedral es un lugar de reunión de todos los cristianos de Ginebra. Lo que nos une es el evangelio, y el evangelio es más fuerte que todas las tradiciones que nos separan. Y eso no nos impide de ningún modo que cada cual guarde su identidad». Una celebración así, apostilló, se da necesariamente «en comunión con todos los cristianos que han rezado aquí durante los 1500 años de la historia cristiana de Ginebra. Sin su fe hoy no estaríamos aquí».