La familia sabrá seguir adelante, irá haciendo frente a tanta vacuna antifamiliar, irá haciéndose fuerte. Pero nosotros debemos preparar el camino, allanar los senderos
Estamos perplejos por la gran resistencia a darse por vencido del covid-19. Cuando parece vencido muta en formas más resistentes y contagiosas, ahora con la variante Ómicron. Es el misterio de la vida: avanzando siempre, propagándose sin descanso. Así sucede con la familia, la célula de la sociedad, acabará defendiéndose de todos sus ataques, pero nos interesa protegerla.
Leemos: “Dice el profeta Isaías: Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios”. Ahora que estamos preparando la gran fiesta de la familia −la Navidad− podemos reflexionar cómo la podemos cuidar mejor.
Lo propio de la familia humana es albergar en su seno el amor, que es fuente de vida. En ella nos sentimos seguros, amados, defendidos. Valorados por lo que somos: hijos, hermanos, abuelos; no por lo que hacemos o aportamos. La familia tiene la virtud de proteger, dignificar, hacer valiosa la vida. El mayor empeño de una sociedad sensata debe ser cuidarla. En esto se juega su pervivencia.
Entre los diversos obstáculos y dificultades que encuentra esta institución está el retraso y la escasez con que llegan los hijos. No es infrecuente que las mujeres decidan ser madres a los treinta y bastantes años. Oí este comentario: “más que padres, parece que vamos a ser abuelos de nuestro hijo”. Hemos construido un escenario en el que difícil que los jóvenes formen una familia en sus mejores momentos para la generación, entre los 25 y 35 años. En esta edad hay una estupenda capacidad creativa y generativa, luego viene el desencanto por la vida, el cansancio y aumenta la mala prudencia.
Me contaban unos novios su ilusión por casarse pronto. Él lleva varios años trabajando, ella está terminando la carrera. El mayor obstáculo que encuentran es la oposición de los padres: que son muy jóvenes, que no tienen el futuro asegurado, que les falta experiencia… Visto fríamente es así, pero ni la juventud, ni el riesgo y la inexperiencia son verdaderos obstáculos para ellos, lo son para los mayores, para los que hemos olvidado las locuras de la lozanía, de la vitalidad. Hoy hay muchos chicos y chicas decrépitos, viejos sin la ilusión de engendrar vida.
Esta tardanza hace más difícil la vida matrimonial, las vidas demasiado hechas son más difíciles de armonizar. Es más difícil acoger con una sana inconsciencia y entusiasmo a los hijos. Falta vitalidad y energía.
Es verdad que hay mucho paro juvenil. Habría que estudiar el modo de formar mejor para el mercado laboral, hay un exceso de titulitis y poca experiencia. Su principal preocupación es encontrar un trabajo, y el que hay muchas veces es precario, sujeto a grandes exigencias. Lamentablemente muchos viven en una especie de esclavitud voluntaria. Hay una falta de equilibrio en el sistema laboral que conjugue la competitividad con la justa retribución. No podemos limitarnos a esperar a que esto se arregle mientras vemos sufrir a nuestros hijos.
Las generaciones ya instaladas pueden buscar soluciones para dar un vuelco copernicano al envejecimiento de la sociedad, a las trabas que encuentran las nuevas generaciones para formar una familia. Debemos cambiar de mentalidad, no hace falta que esté todo controlado, los problemas solucionados, que se den todas las condiciones para una boda espectacular. En ocasiones, el esfuerzo que hacen los progenitores para dejar a los suyos una buena herencia llega tarde, cuando los hijos ya están instalados y no la necesitan.
El síndrome de Peter Pan −los hijos no se van de casa ni a tiros− del que tanto nos quejamos ha sido cultivado por los adultos: la sobreprotección, los mimos, la falta de confianza en los hijos… En muchas ocasiones preferimos, quizá de un modo subliminar, que los hijos sigan dependiendo de nosotros, siempre en etapa de formación. La misión de los adultos es prepararlos para el camino de la vida, empujarles y animarlos, verlos volar alto, aunque caigan, ya se levantarán.
Dice Mariolina Ceriotti: “Nuestro mundo necesita de familias jóvenes, aunque posiblemente, durante una temporada, tengamos que echarles una mano para que puedan sostenerse. Por lo demás, está suficientemente verificado que asumir responsabilidad nunca frena el crecimiento. Más bien, ocurre lo contrario: quien sabe asumir responsabilidades en un campo de la vida se hace más capaz de asumir responsabilidades en los demás campos. Un joven marido y papá (igual que una joven esposa y madre) podrán ser también, si quieren, excelentes profesionales, si las dos familias de origen se ponen de acuerdo para dar a la nueva familia una ayuda adecuada”.
La familia sabrá seguir adelante, irá haciendo frente a tanta vacuna antifamiliar, irá haciéndose fuerte. Pero nosotros debemos preparar el camino, allanar los senderos.