De la poesía de todos los tiempos se puede decir lo que alguien de algún siglo: o será religiosa o no será
Resulta natural que en las páginas de Religión de El Debate comente el significativo lapsus que he tenido en las páginas de la revista católica Misión. Me encargaron un reportaje sobre el premio y la colección Adonáis de poesía, que ha cumplido 75 esplendorosos años. Es el sello vigente más antiguo dedicado a la poesía en España. Lo hice encantado, poniendo por las nubes la trayectoria del premio (que es impresionante) y su catálogo de obras publicadas (que apabulla).
Sin embargo, me olvidé mencionar su conexión con el catolicismo. Ni mu. Ni palabra. Es un lapsus significativo en sus dos dimensiones. Por la revista que me pedía el trabajo y por la editorial que ampara a Adonáis, que es Rialp, y que está vinculada al Opus Dei. No se puede achacar tampoco a que yo ejerza el catolicismo secreto ni que me vaya el camuflaje.
¿A qué? Pues a que ni el catálogo ni los premiados han sido nunca confesionales. Se ha premiado y se ha publicado poesía católica, sí, y también más genéricamente cristiana, y poesía agnóstica, indiferente y atea. De todo.
¿Por indiferentismo? Oh, no, qué va. Es algo muchísimo más interesante, y que explica el interés de Rialp por mantener el sello Adonáis y su prestigio y el interés de la revista Misión por dedicarle unas páginas y la conveniencia de que El Debate recoja esta columna en su sección de Religión. La realidad es que la poesía no necesita ser explícitamente religiosa para serlo ontológicamente.
Hay un hecho latente que Dámaso Alonso acertó a formular con claridad meridiana: «Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa. Si trata de reflejar el mundo, imita la creadora actividad. Cuando lo canta con humilde asombro, bendice la mano del Padre. Si se resuelve, iracunda, reconoce la opresión de la poderosa presencia. Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos en busca de Dios…». Con más brevedad, abundó el poeta brasileño Mario Quintana: «Los poetas son los únicos que no pueden hablar contra los absurdos de la religión. Incluso aquellos que se juzgan materialistas deben estar ingenuamente aludidos: la poesía es un síntoma de lo sobrenatural». De la poesía de todos los tiempos se puede decir lo que alguien de algún siglo: o será religiosa o no será.
Las razones son múltiples. Dios, para empezar, crea el mundo con su palabra. Dijo: «Hágase la luz» y la luz se hizo, dejándonos el modelo insuperable de la capacidad poética. El Hijo –nada menos que el Verbo– escribió sobre la arena y no sabemos qué puso, pero en el gesto se hermanó (casi una kénosis) con la suerte rastrera que tienen la mayoría de los poemas que hacemos, pasto del olvido; la inspiración del Espíritu Santo es el don suyo al que más aspiramos los escritores se lo supliquemos explícitamente o no, etc. Pero la explicación más bonita es la de Santo Tomás de Aquino.
Nos recuerda el aquinate la unidad que existe entre la verdad, la bondad y la belleza. En última instancia, remiten a Dios al unísono. Una verdad, la diga quien la diga, la dice el Espíritu Santo, dijo el filósofo; y lo mismo pasa cuando se escribe o se reproduce cualquier belleza. Por eso, todo poema, aunque de Dios se aparte –como también dijo Mario Quintana–, si es verdadero, es hermoso y, por tanto, apunta a Dios. Si es en los espacios en blanco de las entrelíneas o es las líneas negras del texto propiamente escrito, eso da básicamente igual.
La colección Adonáis realiza perfectamente su vocación si premia y publica poemas hermosos. Y la revista Misión cumple la suya recordando a sus muchísimos lectores que se sigue haciendo poesía muy estimable y que Adonáis ha celebrado su cumpleaños. El Debate pone su pica en Flandes recordando la fuente de la poesía que mana y corre incluso en este mundo tan agitado. Y el lector hará muy bien en leer alguna vez poesía, y todavía mejor en estar atento siempre a la belleza cotidiana. Ahí también nos espera Dios.