"Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá" (Is 11, 6)
La invasión rusa está llevando dolor y devastación a Ucrania y amenaza con extenderse. Otras guerras siguen cobrándose víctimas en Siria, Yemen, Etiopía, etc. Siempre son los más indefensos, especialmente los niños, los que pagan el precio. La gente sencilla quiere la paz
Hoy, más que nunca, soñamos con la profecía de Isaías: "Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra" (Is 2, 4).
Durante demasiado tiempo, aquí en Europa, hemos dado por descontada la paz. La guerra era cosa de otros, de pueblos lejanos, podíamos olvidarnos de esas guerras, involucrados sólo por los gritos de los fugitivos en busca de una nueva esperanza, tal vez insensibles al dolor de esas personas. Esas guerras siguen ahí: Siria, Yemen, Etiopía y muchas otras. La gente sigue huyendo, tratando sólo de vivir.
La vida a veces cambia de repente. La noche anterior al ataque ruso, había multitudes en las calles y restaurantes de las ciudades ucranianas. La gente intentaba no pensar en las tropas de Moscú que se concentraban en la frontera. Nadie imaginaba que el drama llegaría en pocas horas. Por la tarde había paz, por la noche ya había guerra. Por la noche del brazo con el amado o la amada, al día siguiente con el fusil. Una joven pareja se casó inmediatamente después de la invasión y se alistó para defender su patria. Muchos niños fueron sacados del país, muchos otros siguen bajo las bombas. Una nueva matanza de inocentes.
Nos hemos acostumbrado demasiado a la paz. Todos los días nos quejamos de muchas cosas. Pero cuando de repente estalla la guerra, vemos claramente lo que es esencial. La paz es esencial. Un salmo nos recuerda: "que no haya brechas ni aberturas en los muros ni gritos de angustia en nuestras plazas. Feliz el pueblo que tiene todo esto" (Salmo 144). Ahora hay combates en Europa. Y tenemos miedo, angustia. Tal vez sea una guerra lejana para otros. Para los ucranianos está en su tierra, que alguien quiere robar. Para los demás europeos está cerca. Existe la pesadilla de una guerra nuclear. Un misil podría alcanzar una central atómica. En medio de esta angustia hay mucha solidaridad con los agredidos. La lectura de la oración de la mañana de hoy dice: "socorred al oprimido" (Is 1,17). ¿Qué podemos hacer para ayudar?
¡Queremos la paz! No queremos la guerra del poderoso de turno que pretende aumentar su poder sobre la sangre de los demás: incluso la de sus propios hijos, que son utilizados y engañados y enviados a matar y morir. ¿Cómo podemos detener esta locura? Algunos recurren a las sanciones, otros a las armas, otros a la diplomacia. ¿Qué puede hacer la gente sencilla? Ayudar, solidarizarse con el pueblo ucraniano y rezar por la paz.
Hoy más que nunca, soñamos con otra profecía, cuando los enemigos por fin vivirán juntos en paz: "Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá" (Is 11, 6). Señor, ¡danos la paz!