Las zancadillas, injusticias y atropellos o el fuego amigo forman parte del juego de la vida
Estos días estamos consternados con la invasión de Ucrania. Aunque los entresijos de la guerra son complicados, el malo de la película es Vladimir Putin. Nos duele ver a inocentes morir, gente que sufre, los derechos de una nación conculcados. El comienzo de la Cuaresma puede ser una buena ocasión para pedirle a Dios que no nos deje caer en la tentación de hacer daño a los demás, de dañarnos a nosotros mismos. Vamos a pedirle que nadie haga daño a los otros.
La fuerza y la atracción del mal la vemos por todas partes. Si somos honrados, la reconoceremos también en nuestro corazón. En ocasiones nos vemos superados por la maldad. Como dice san Pablo, el mal que no queremos hacer es el que hacemos, y el bien con el que soñamos se nos escapa de las manos. Sobrevivir no es difícil, pero llevar una vida buena, y no me refiero a la de la abundancia de riquezas y de placeres, es todo un reto.
Hoy leemos las tentaciones de Jesús: “Y Jesús le respondió: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios. Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno”. Es bonito ver que el Hijo de Dios hecho hombre se solidariza con nosotros. Quiere experimentar en su cuerpo la tentación y así decirnos que nos entiende, que sabe y comprende nuestra debilidad. Más bonito todavía es ver que, este suceso que sufrió en sus carnes, nos lo contó Él mismo. En su humildad y sencillez no se lo guardó, de lo contrario hubiera pasado desapercibido. Él nos muestra el camino para superar las asechanzas del enemigo.
Este tiempo de gracia, que es la Cuaresma, lo podemos aprovechar para crecer en el bien, para hacer mucho bien, el único modo eficaz de combatir el mal. Es un tiempo de conversión, de volvernos hacia el Señor, de acercarnos a Dios. Así haremos un mundo mejor. El lamento y la crítica a “los malos” no arregla nada.
La mayor tentación en la que podemos caer es la de apartarnos de Dios por la increencia, el agnosticismo, la indiferencia, la tibieza o por el pecado. Si falta la referencia a Dios perdemos toda esperanza de salvación. No hay quien nos libre de caer en el hoyo de la tentación y a ver quién nos saca de él.
Habla Juan Arana en su libro Teología para incrédulos del argumento de la deportividad para mostrar la existencia de Dios: “diría que Dios es el elemento indispensable para tomar la vida con deportividad, lo único más importante que lo que nos jugamos aquí abajo −felicidad, placer, realización personal, empresas, etc.− Sin Dios no hay forma de evitar que la vida se convierta en un juego a cara de perro, en el que todo vale, en el que lo más importante no es participar, sino única y exclusivamente ganar”. Sabemos que perdemos muchas veces, pero a pesar de ello seguimos jugando porque nos apasiona la vida. Ya alcanzaremos la corona que Él nos tiene preparada.
Las zancadillas, las meteduras de pata, las injusticias y atropellos, el fuego amigo y enemigo, los pecados propios y ajenos forman parte del juego de la vida. No nos conformamos con ellos, pero los tenemos en cuenta y, con la ayuda de Dios, los sufriremos con paciencia, con deportividad y al final ganaremos. La debilidad y la pobreza son nuestra condición. Los que se sienten todopoderosos se derrumban.
Pidamos no caer en la tentación de la prepotencia, de pensar que todo se consigue por la fuerza o por dinero. No seamos invasivos, sino respetuosos. O reconocemos que hay un Dios bueno o nos convertiremos en pequeños dioses tiranos. La experiencia nos lo muestra constantemente. Creer nos limita ciertamente, limita nuestros delirios invasivos y dañinos.
En boca de Benedicto XVI: “Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa”.
Estos días tenemos la oportunidad de reflexionar, de cambiar, de dejar de ser el centro. Haremos mucho bien, nos libraremos de las cadenas y prejuicios de nuestro egoísmo. Disfrutaremos de una grandiosa sinfonía, de nuevos colores y matices.
Sigamos el consejo del Papa: “La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar −y no evitar− a quien está necesitado; para llamar −y no ignorar− a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar −y no abandonar− a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados”.