‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá'
Después de que Alexis Carrel viajara a Lourdes, otros dos médicos también lo hicieron: Maurice Caillet y Luis de Moya. Natural de Burdeos, Maurice en su libro Yo fui masón, cuenta con detalle su vida antes y después de su conversión en Lourdes. Ofrezco algunas pinceladas biográficas, con pasajes textuales de su libro. “Nací en 1933, de padres que habían rechazado cualquier tipo de religión, se habían casado por lo civil y no me habían bautizado, todo ello a pesar de que mi padre, médico, recibió en Bretaña una formación católica clásica”. De niño, en Bretaña, nunca entró en una iglesia. “Durante el último año de bachillerato (…), tuve un brillante profesor de Filosofía que no hizo más que fortalecer en mí el ateísmo, el materialismo y el positivismo.” Siguió después la profesión médica del padre. “Abordé esta carrera desde una óptica cientificista, pensando que la ciencia iba a resolver todos los problemas de la vida e incluso de la muerte.”
Desde sus convicciones puramente materialistas inicia en Rennes el ejercicio profesional. “Evidentemente, la urología, (…), no suele ser fuente de inspiración de cuestiones y problemas metafísicos. Sin embargo, la práctica de la cirugía me llevó necesariamente a tener que tomar decisiones de tipo moral —ético, que diríamos hoy—. Apliqué mis convicciones, practicando, incluso antes de su legalización, la contracepción artificial y la esterilización de hombres y mujeres”. Por entonces, un amigo le propuso su afiliación a la masonería, de la que formó parte durante 15 años.
Compartió su vida con una enfermera, Claude, con la que más tarde contrajo matrimonio. Ella enfermó gravemente en 1984, y le propuso unos días de reposo en Cerdeña; de nuevo le cedemos la palabra: “Se me ocurrió entonces una idea impropia de un masón ateo: proponer a Claude que durante nuestro camino de regreso a Bretaña nos detuviéramos en Lourdes. Pensé que eso podía provocarle un choque psicológico salvador o lo que las ciencias ocultas llaman un “choque cosmotelúrico” (…). Por supuesto, yo no creía en el carácter sobrenatural, espiritual, de las curaciones que se producen en Lourdes.” Y con sencillez, prosigue:
“Los efectos psicológicos sobre Claude de esta propuesta fueron desastrosos pues aunque ella, como enfermera profesional era consciente de la gravedad de su estado, no podía imaginar que su marido, médico racionalista, cientificista, francmasón y anticlerical, pudiera sugerirle el paso por las aguas milagrosas de Lourdes. Tuvo el valor de no decir nada al escucharme. Pero al haber conservado siempre la fe cristiana, discreta pero firme, temió otro peligro. Tuvo miedo de que un fracaso de esa iniciativa provocara en mí un aumento del escepticismo y del ateísmo.” Pero llegó el momento en que las luces de María Virgen tocaron el corazón de Maurice; lo rememora así:
“Mientras ella estaba en las piscinas, el frío me obligaba a refugiarme en la Cripta, donde asistí, con interés, a la primera misa de mi vida. Cuando el cura, al leer el Evangelio, dijo: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá', se produjo un choque tremendo en mí porque esta frase la oí el día de mi iniciación en el grado de Aprendiz y la solía repetir cuando, ya Venerable, iniciaba a los profanos. En el silencio posterior -pues no había homilía- oí claramente una voz que me decía: ‘Bien. Pides la curación de Claude. Pero ¿qué ofreces?'. Instantáneamente, y seguro de haber sido interpelado por Dios mismo, sólo me tenía a mí mismo para ofrecer. Al final de la misa, acudí a la sacristía y pedí inmediatamente el bautismo al cura. Éste, estupefacto cuando le confesé mi pertenencia masónica y mis prácticas ocultistas, me dijo que fuera a ver al arzobispo de Rennes. Ese fue el inició de mi itinerario espiritual.”
Tiempo después Maurice recibía el bautismo y “Claude me reveló entonces que, durante nuestra primera visita a Lourdes, mientras yo rogaba por su curación, ella, en la piscina, pedía mi conversión. Dios, que está más allá del tiempo, nos había escuchado a los dos. Y pude experimentar la gracia particular del sacramento, pues mis relaciones íntimas se transformaron por completo”.
Maurice falleció en noviembre de 2021, justo un año después de que lo hiciera Luis de Moya, tercer protagonista de estas visitas a Lourdes. Luis, también médico como ellos, poco después de terminar la carrera, se hizo sacerdote. En 1991, por un accidente de tráfico quedó tetrapléjico y hasta su muerte en 2020 pasó su vida en silla de ruedas. Conviví con él cinco años y fueron casi treinta los que, sin moverse de la silla, desarrolló una intensa actividad sacerdotal, gracias a los adelantos tecnológicos que le permitieron crear Fluvium.org, un portal de internet, desde donde difundió de múltiples modos su fe y alegría cristianas. Su libro Sobre la marcha contiene gran riqueza de valores y es como un canto a la vida, esperanzador y lleno de optimismo. También invito a su lectura, como lo hice con los otros libros autobiográficos de sus dos colegas médicos.
En un epígrafe titulado “Romerías” refleja su cariño filial a la Virgen María. Desde Pamplona, donde vivía, visitó numerosos santuarios: menciona hasta nueve y termina así este pasaje del libro: “a nuestra Señora de Aranzazu cerca de Oñate, a Izaskun en Tolosa, al Pilar en Zaragoza, a nuestra Señora de Torreciudad y otras más, sin olvidar, por supuesto, Lourdes, donde voy cada verano”. Aunque Lourdes aparezca al final de todos, se diría que es más bien como la “joya de la corona” de tantas advocaciones marianas. Allí le acompañé un año y puedo decir que él no pedía por su curación; sí, en cambio, por la Iglesia y otras intenciones. Refiriéndose a sus acompañantes, que rezábamos con él el rosario escribe: “Cada uno sabrá qué intenciones ha puesto en cada parte del rosario, en cada misterio, en cada Avemaría, porque es claro que un Avemaría da -puede dar- para mucho”. En su caso, fueron incontables las que rezó y ciertamente le dieron para mucho, comenzando por su talante optimista y animoso que no perdió a pesar de vivir -como decía- 29 años en silla de ruedas.
Si las luces de vida y esperanza de la Virgen se encendieron por primera vez en Lourdes para Alexis Carrel y Maurice Caillet, para Luis se hicieron más y más potentes, porque ya iluminaban su vida cuando por primera vez acudió allí. Sólo así se explica que, navegando contra corriente a causa de la tetraplejia, encarase la vida con una alegría que -como le oímos más de una vez- le llevaba a decir : “Yo no me cambiaría por nadie en el mundo”; o bien, en los años 90 antes de la llegada del euro: “Yo me considero un millonario que ha perdido mil pesetas”. Por medio de la Virgen de Lourdes se han visto milagros de muchos colores: desde los que entran por los ojos, como el de Carrel, hasta -si se quiere considerar como silencioso milagro- el de la alegría de un tetrapléjico como Luis, pasando por la no menos interior y silenciosa conversión de Maurice, el hombre que fue masón y cambió el sentido de su vida con las luces de la gracia divina.
¡Cuántas íntimas transformaciones no habrá contemplado María desde su Gruta de Lourdes! Pero es Madre generosa que va más allá, y no regatea su mediación de luces y esperanzas desde cualquier lugar de la tierra: basta acudir a Ella confiadamente, con la seguridad de que un Avemaría bien rezada, da, puede dar para mucho.