Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos
La semana pasada se publicó una entrevista interesante en S Moda, la revista de El País sobre moda, tendencias, feminismo, estilo de vida y muchas otras cosas que vienen a significar lo mismo. La entrevista abría con este titular: Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes.
La pieza es interesante en sí misma, pero además es actual porque en las últimas semanas ha aumentado la cantidad de investigaciones, artículos y conversaciones en torno a la meritocracia. Es sin duda uno de los conceptos de moda para este otoño, y complementa al otro gran debate del año, ese que mezcla la nostalgia, la precariedad y las guerras generacionales para dibujar un jardín-laberinto del que es muy difícil salir y en el que también es difícil entrar, si uno intenta conducirse con prudencia.
En la entrevista habla Anne Helen Petersen, una periodista milenial que al parecer ha tenido mucho éxito con un ensayo sobre los fracasos de su generación. Antes de empezar con las preguntas, la revista destaca esta idea a modo de presentación: “Petersen viene a decirnos que en esta epidemia del cansancio el culpable no eres tú, es el sistema”. Y claro, cómo no va a tener éxito alguien que les dice a los mileniales que las culpas de sus fracasos las tiene otro. La autora sostiene que son la generación que “ha derribado el mito de la meritocracia”. Se han dado cuenta de que no importa cuán duro trabajen, dice, de que a pesar de haber ido a buenos colegios o de haberse esforzado, nada de eso garantiza el éxito. Llama la atención que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de algo tan obvio y tan viejo.
La promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad
La periodista se hace una pregunta importante: “¿Quién nos dijo que éramos especiales? (...) Si nuestros abuelos y padres nos dijeron que éramos tan especiales y válidos, ¿por qué yo no tengo esta vida tan única y perfecta que debería alcanzar después de haber hecho todo lo que precisamente me pidieron que hiciera?”
Y ahí es donde se observa el gran salto generacional. ¿Nuestros padres mintieron? No, hombre. Sencillamente, nuestra generación hizo más caso a las tazas de Señor Maravilloso que a la experiencia de sus padres y abuelos. A muchos nos dijeron que teníamos que esforzarnos y que teníamos que intentar hacer bien las cosas, sí; eso era todo. Lo otro, la promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad, alimentada por los grandes almacenes de los derechos expansivos y de las reflexiones a precio de saldo.
Orwell y Camus, el mejor periodista y el mejor moralista del siglo XX, nacieron pobres, crecieron enfermos y murieron a los 46 años. Nadie diría que vivieron poco o mal, nadie diría que tuvieron una vida perfecta. Nuestra generación está cansada de los fracasos personales y de una vida insatisfactoria, pero hay más razones para estar cansado de las lamentaciones semanales de gente que se creyó un cuento que no resistía ni cuatro páginas de cualquier clásico. La vida es difícil, lo normal es ser mediocre y es inútil pensar que merecemos algo mejor. Todo lo demás es un cuento. Y hoy podemos ver cómo será la siguiente edición, ampliada y revisada: no es sólo que si estudias tendrás éxito, sino que además puedes estudiar lo que sea, lo que te guste; puedes estudiar con mucho o poco esfuerzo, lo que importa es la experiencia. La educación es lo que tú quieras, el éxito es un derecho y la realidad es una construcción social. Pero la realidad existe, y en realidad todo es mucho más sencillo y más gris. Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos. Unos son socialmente útiles, otros proporcionan consuelo o sentido y otros son engaños que conducen a la frustración.
En la primera respuesta de la entrevista, Petersen habla de la presión que tiene que sufrir nuestra generación, expuesta al horror de los likes en las redes sociales:
Nuestros padres, abuelos y tatarabuelos pasaron penurias como la guerra, enfermedades, trabajo físico muy intenso y multitudes de factores que les llevan a decirnos: “No tienes ni idea de lo duro que fue esto, tú lo has tenido más fácil”. Aquí nadie niega que la vida lo sea ahora en muchos aspectos, pero también es más complicada. Hay muchos factores de presión sobre los individuos, como consumir noticias a todas horas o tener que representar nuestra vida todo el rato, no solo en el trabajo, sino también en las redes sociales.
Al comienzo de cada episodio de Hermanos de Sangre se pueden escuchar los testimonios de varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen solos, en primer plano y sobre un fondo negro, y dejan una o dos frases. Una de esas frases, ya en el primer episodio, se queda grabada para el resto de la serie. “Veníamos de un pueblo muy pequeño, y tres chavales que fueron declarados ‘no aptos’ se suicidaron. Porque no podían ir. Eran otros tiempos”. A continuación habla otro veterano. “Hice cosas, no las hice por las medallas, no las hice por los honores, las hice porque… era lo que debía hacerse”.
Unos proporcionan sentido, y otros conducen a la frustración. Conviene elegir bien cuáles nos creemos.