Catequesis del Santo Padre en español
Concluimos hoy el ciclo de catequesis sobre la figura de San José. Estas catequesis son complementarias a la Carta apostólica Patris corde, escrita con ocasión de los 150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Católica, por parte del beato Pío IX. ¿Pero qué significa este título? ¿Qué quiere decir que San José es “patrón de la Iglesia”? Sobre esto quisiera reflexionar hoy con vosotros.
También en este caso los Evangelios nos dan la clave de lectura más correcta. De hecho, al final de cada historia que como tiene como protagonista a José, el Evangelio anota que toma consigo al Niño y a su madre y hace lo que Dios le ordena (cfr. Mt 1,24; 2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María. Él es su principal custodio: «De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe» (S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus, 8-XII-1870. Pío IX, Carta ap. Inclytum Patriarcham. 7-VII-1871) (Patris corde, 5), y este tesoro es custodiado por san José.
En el plan de la salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), como nos recuerda el Concilio Vaticano II.
Jesús, María y José son en cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia. Jesús es Hombre y Dios, María, la primera discípula, es la Madre; y José, el custodio. Y también nosotros «debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia» (Patris corde, 5). Y aquí hay una característica muy hermosa de la vocación cristiana: custodiar. Defender la vida, proteger el desarrollo humano, custodiar la mente humana, resguardar el corazón humano, asegurar el trabajo humano. El cristiano es −podemos decir− como san José: debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino proteger la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia. El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad: Jesús nació así, débil, débil. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. Dios se fio de José, como hizo María, que en él encontró al esposo que la amó y respetó y siempre cuidó de Ella y del Niño. En este sentido, «san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibíd.).
Este Niño es Aquel que dirá: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Por tanto, toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia. Y estamos invitados a proteger a esta gente, a esos hermanos y hermanas nuestros, como lo hizo José. Por eso, es invocado como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los moribundos −hablamos de esto el pasado miércoles−. Y también debemos aprender de José a “custodiar” esos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia. Cada una de esas realidades es siempre el Niño y su madre (cfr. Patris corde, 5). Debemos custodiar, porque con esto custodiamos a Jesús, como lo hizo José.
Hoy es común, es cosa de todos los días, criticar a la Iglesia, remachar las incoherencias −hay muchas−, recalcar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, amamos a la Iglesia tal como es: Pueblo de Dios en camino, con muchas limitaciones, pero con muchas ganas de servir y de amar a Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma imparcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del cura y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiaros uno al otro, protegernos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de protegerlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre amparar!
Queridos hermanos y hermanas, os animo a pedir la intercesión de san José precisamente en los momentos más difíciles de vuestras vidas y comunidades. Allí donde nuestros errores se convierten en escándalo, pidamos a san José la valentía de enfrentar la verdad, de pedir perdón y recomenzar humildemente. Allí donde la persecución impide que el Evangelio sea anunciado, pidamos a san José la fuerza y la paciencia de saber soportar abusos y sufrimientos por amor al Evangelio. Allí donde los medios materiales y humanos escasean y nos hacen experimentar la pobreza, sobre todo cuando estamos llamados a servir a los últimos, los indefensos, los huérfanos, los enfermos, los descartados de la sociedad, recemos a san José para que sea para nosotros Providencia. ¡Cuántos santos se han dirigido a él! ¡Cuántas personas en la historia de la Iglesia han encontrado en él un patrón, un custodio, un padre!
Imitemos su ejemplo y por eso, todos juntos recemos hoy; recemos a san José con la oración que puse en la conclusión de la Carta Patris corde, encomendándole nuestras intenciones y, de forma especial, la Iglesia que sufre y que lo está pasando mal. Y ahora, tenéis en la mano en diferentes idiomas, creo que cuatro, la oración, y creo que estará también en la pantalla, así juntos, cada uno en su idioma, puede rezar a san José.
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa, concretamente a los jóvenes de Sundgau, a los peregrinos de Lorient, a los de Marsella y a los Sacerdotes del Ordinariato de los Orientales de Francia. Pidamos la gracia de no cerrar los ojos y las manos ante la miseria de nuestros hermanos y hermanas. Con el ejemplo de San José, sepamos descubrir en ellos los rostros de Jesús y de María que imploran nuestro amor, nuestra ternura y nuestra protección. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Que San José nos proteja de todos los ataques del maligno para que, dentro de la comunión de la Iglesia, podamos siempre ser fieles en el amor a Jesús y María.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Acudamos a la intercesión de san José en los momentos difíciles de la vida, sobre todo cuando nuestros errores crean escándalo, para que tengamos la valentía de enfrentar la verdad, de pedir perdón y comenzar de nuevo; cuando la persecución impida que el Evangelio se anuncie, para que tengamos la fuerza y la paciencia de afrontar las dificultades; y cuando nos falten los recursos materiales, para que confiemos siempre en la divina Providencia. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, os saludo a todos y os animo a venerar a San José; en él encontraréis al hombre de la presencia diaria, discreta y escondida, en la compañía de Jesús y de la Virgen María. Invocad a los tres como intercesores, apoyo y guía en los momentos de dificultad, para que nunca se gaste el aceite de la fe y de la alegría, que mana de una vida en comunión con Dios.
Saludo a los fieles de lengua árabe. San José es el patrón, el custodio y el padre que se levantó de noche, tomó consigo al Niño y a María, su madre, y se refugió en Egipto, para huir de Herodes. Pidámosle que nos guíe en el camino de la vida y nos defienda de todo mal. ¡El Señor os bendiga a todos!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El lunes celebramos la memoria de los santos hermanos Cirilo, monje y Metodio, obispo, apóstoles de los Eslavos y Patrones de Europa. Pidamos a Dios que, por su intercesión las naciones de este Continente, conscientes de sus raíces cristianas, despierten el espíritu de reconciliación, fraternidad, solidaridad y paz. Os bendigo de corazón a todos y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los sacerdotes de Vicenza y a los Seminaristas de Adria-Rovigo. Al saludar a los Religiosos de la Orden de los Clérigos Regulares Menores, pienso en su joven hermano, el Padre Richard, de la República Democrática del Congo, asesinado el pasado 2 de febrero, tras celebrar la Misa en la Jornada de la vida consagrada. Que la muerte del Padre Richard, víctima de una violencia injustificable y despreciable, no desanime a sus familiares, ni a su familia religiosa ni a toda la comunidad cristiana de aquella Nación a ser anunciadores y testigos de bondad y de fraternidad, a pesar de las dificultades, imitando el ejemplo de Jesús, Buen pastor.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. En el mundo que continúa siendo herido por contrastes profundos y aparentemente insanables, enfermo, que cada uno de vosotros sea, por su parte, signo de reconciliación que hunda sus raíces en la Palabra del Evangelio. ¡A todos mi bendición!
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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