«Y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret»
Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba (cfr. Gn 20, 3; Gn 28, 12; Gn 31, 11.24; Gn 40, 8; Gn 41, 1-32; Nm 12, 6; 1S 3, 3-10; Dn 2, 4; Jb 33, 15). El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno, ese espacio interior que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas ante la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de José.
En el primer sueño (cfr. Mt 1, 18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone ante situaciones que no comprendemos y parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique qué es lo correcto hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la vía de salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí solos en el horno. No nos echa a las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.
Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En esas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.
En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y Jesús y regrese a la patria (cfr. Mt 2, 19-20). José «se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, ese no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.
Pienso en este momento en tantas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para recuperar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen chiquilladas y terminan en accidente de coche. Los padres que ven a los hijos que no avanzan en la escuela y no saben qué hacer… Tantos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. A esos padres les digo: no os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la cárcel: había una fila de personas que querían entrar para visitar a los presos. Y estaban las madres ahí que me daban mucha ternura: ante el problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esa valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las madres esa valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos ayude en esos momentos.
Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer esos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor a los hijos en el caso que he dicho ahora, o el amor al prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres: rezar, trabajar y amar— y por eso recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.
San José, tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es inútil;
ayuda a cada uno a corresponder a lo que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,
nuestro corazón animado por su fuerza
y nuestros miedos salvados por su misericordia.
P.P. Francisco, vaticannews.va/es
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