Hay destellos, actitudes, detalles que llegan al alma, que dan un vuelco al corazón
Con motivo del lamentable accidente, a la salida de un colegio de Madrid, que segó la vida de María, escolar de cinco años, se han recogido muchas reacciones. Por la vía política o social unos han promovido manifestaciones pidiendo más protección vial en torno a los colegios, otros han atacado al alcalde o han aprovechado la ocasión para resaltar el caos circulatorio que rodea las entradas y salidas de los centros educativos. Sin duda acciones respetables, pero que poco aportan a la tragedia que están viviendo las familias implicadas.
La reacción de la madre de la niña ha conmovido al mundo. Según los testimonios presenciales: “la madre pudo tumbarse junto a su hija y despedirse de ella antes de que falleciera y decirle que la quería. Después se levantó para ir a abrazar a la madre que había atropellado a su hija”. Este abrazo de perdón indica que hay gente que está hecha de otra pasta. Alguien comentaba en Twitter: “Los cristianos están hechos de otra madera, pensaréis. Desde luego, de la madera de la Cruz”.
Los lamentos, la indignación, las manifestaciones de protesta y de solidaridad sean bienvenidos, pero solo el amor encerrado en los abrazos de esa madre nos dice algo nuevo. Se puede ser libre para perdonar, para amar, para pintar el mundo color esperanza.
Un WhatsApp de un padre del colegio decía: “A partir de ese momento, y mientras las peores informaciones se confirmaban, cientos de plegarias se dirigían al cielo, miles de abrazos consolaban a decenas de familias hundidas. Pero es ese roce, la fricción de los abrazos, y la llama de las lágrimas unidas, las que juntas han iluminado nuestra gran familia. Sorprende la unión de nuestros colegios. La fe con la que, conociéndonos, y sin conocernos, nos arropamos y lloramos juntos… Permanezcamos unidos, abracemos a quienes hoy sufren, sigamos ensañando estos valores a nuestros hijos, y recemos mucho para que María nos cuide a todos, y especialmente a sus padres, desde el cielo”.
El Evangelio nos recuerda el fin de los tiempos: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellan caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”. Sabemos que el mundo ha salido de las manos de Dios y que Él lo restaurará, le devolverá su prístino resplandor, mientras tanto, los creyentes estamos obligados a darle su modernidad. Debemos sorprender al mundo, decirle cosas nuevas, darle esperanzas.
Dice Andrés Cárdenas: “¿qué es verdaderamente ser moderno? La modernidad del mundo seguramente no está simplemente en detectar los temas que están marcando una tendencia, algunas veces superficiales y pasajeros, para repetirlos en nuestra vida. Tampoco está, probablemente, en la imitación de las opiniones y formas de quienes aparentemente acarrean mayor número de seguidores. Todo eso puede ser, sin duda, valioso, pero quedará detrás en un abrir y cerrar de ojos… la modernidad de nuestro mundo son todas las cosas nuevas que Dios quiere traer de manera particular y especial en cada época. Sonreír al futuro es esforzarse por descubrir esos deseos por abrirse al amor de Cristo”.
Hay destellos, actitudes, detalles que llegan al alma, que dan un vuelco al corazón, que cambian a una persona y así, renuevan el mundo. Esta es tarea de los que se saben de otra madera, de los que han sentido sobre ellos todo el amor de Dios, su fuerza y su luz. De los que, sintiéndose frágiles y poca cosa, no renuncian a soñar. Creemos en el hombre, en su capacidad de rehacerse, de superar los obstáculos, de ser redimido por el amor.
Los que tenemos la suerte de haber recibido tanto estamos obligados a darlo a los demás. Un mundo justo, respetuoso con los débiles, plural no será obra de pretenciosas agendas, de planes y proyectos geopolíticos, es tarea de los ciudadanos conscientes de su misión. Es el esfuerzo, la lucha contra la mediocridad, la fe en la grandeza del hombre, las virtudes y la gracia de Dios lo que cambiará a la humanidad. Dios y el hombre mano a mano.
Una vez más se comprueba que esta visión de la vida es la que hace al hombre más grande, más libre, más feliz. Misión de los que así piensan es abrazar al mundo, devolverle su grandeza y su auténtica modernidad. Las redes recogen este testimonio: “Sin duda no todo está perdido, ante una terrible tragedia la madre da muestra de lo que está hecha. Su dolor no se disminuirá, pero el acto de perdón la liberará. Mi oración por estas familias”.