“El emotivismo comienza con la reducción de los afectos a la emoción”
Rafael Miner, en omnesmag.com/
El encuentro de Cristo con la Samaritana ofrece horizontes para superar el emotivismo cultural que reduce los afectos a la emoción; para abrirnos al diálogo, y aprender la madurez del don de sí mismo. A estas cuestiones se refirió el profesor Juan José Pérez-Soba en un curso sobre La educación de la afectividad en la Universidad de Navarra.
Pocos dudan de que, posiblemente, el término más usado en nuestro lenguaje sea la palabra amor. En cambio, hay ámbitos importantes de la vida en que no se usa apenas nunca. No suele hablarse en política de amor, tampoco en economía. La razón que se aduce para este fenómeno es que estamos hablando de cosas serias.
“El amor no podría ponerse como fundamento, sino solo como algo decorativo dentro de la vida; sería irremediablemente subjetivo, incapaz de dar una razón sólida para la construcción de una sociedad”. Sin embargo, quizá precisamente por ello, “la gran reivindicación epistemológica [conocimiento científico] de la encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI es la de mostrar el papel fundante del amor, con todo su valor afectivo, en especial en lo que concierne a esas dos actividades sociales, la política y la economía. Por ello, pone el amor como la luz principal para la comprensión del bien común”.
“Debemos ayudar a los jóvenes a superar el analfabetismo afectivo que les impide descubrir qué es lo que el amor pide a cada persona”.
Quien así habla es Juan José Pérez-Soba, profesor ordinario del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las ciencias del Matrimonio y la Familia (Roma), y ponente principal del curso sobre La educación de la afectividad que se ha tenido lugar estos días en Pamplona, organizado por el Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra, al que han asistido más de cinco mil personas de 47 países.
La pista principal para conocer las aportaciones del profesor Pérez-Soba ha sido su libro Encuentro junto al pozo (Palabra, 2020). Además, las reflexiones del autor sobre la afectividad son abundantes. Por ejemplo, en la revista Scripta Theologica del mismo año, y en otros lugares. Vaya esto por delante, porque comprenderán que sintetizar siete sesiones del profesor sobre el amor y sus niveles; los tipos de amor; filial, esponsal y de amistad; amor y virtud, la madurez afectiva, y lo que los jóvenes quieren saber, es prácticamente imposible.
De modo que nos asomaremos sólo a algún tema, adelantando de entrada este deseo del profesor: “Debemos ayudar a los jóvenes a superar el analfabetismo afectivo que les impide descubrir qué es lo que el amor pide a cada persona”.
¿Cómo podíamos describir a un emotivista, es decir, a la persona que se guía prácticamente por las emociones del momento? Lo hizo el Papa Francisco en la encíclica Amoris Laetitia (La alegría del Amor), en el capítulo considerado nuclear del texto, el cuarto, que lleva por título El amor en el matrimonio.
“Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos llamaban pasiones, tienen un lugar importante en el matrimonio […]”. Por otra parte, “Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso le dolía el rechazo de Jerusalén, y esta situación le arrancaba lágrimas. También se compadecía ante el sufrimiento de la gente. Viendo llorar a los demás, se conmovía y se turbaba, y Él mismo lloraba la muerte de un amigo”.
Sin embargo, afirma el Papa más adelante, “creer que somos buenos sólo porque ‘sentimos cosas’ es un tremendo engaño. Hay personas que se sienten capaces de un gran amor sólo porque tienen una gran necesidad de afecto, pero no saben luchar por la felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios deseos. En ese caso, los sentimientos distraen de los grandes valores y ocultan un egocentrismo que no hace posible cultivar una vida sana y feliz en familia” (Amoris Laetitia, núm. 145).
“El emotivismo comienza con la reducción de los afectos a la emoción”, señala el profesor Pérez-Soba. “En verdad, es la consecuencia primera de considerar la afectividad exclusivamente a partir de la introspección de la conciencia. De esta forma, se pierde su intencionalidad más profunda y el modo de configurar la base de la virtud moral que nos dirige a la perfección”.
Ahora se llama emoción al afecto que aparece intensamente a la conciencia y la mueve en una dirección concreta. Venía a sustituir el término pasión, que estaba más unido a la apertura a la recepción de un don y a una trascendencia, señaló en su exposición. A su juicio, es consecuencia de la secularización misma que sufrió el amor en la interpretación luterana de la caridad, que explica la caridad reducida a beneficencia, un intercambio de bienes útiles desde un punto de vista altruista.
“El emotivismo comienza con la reducción de los afectos a la emoción”
“Todo ello impedía reconocer su papel dentro del matrimonio al que Lutero niega su carácter de sacramento y, por primera vez en la historia, lo considera una realidad no sagrada.”.
En consecuencia, según el emotivismo, una persona sería buena si se siente bien al obrar de determinado modo y esta emoción se confunde con su conciencia desde una visión intuicionista, ha explicado el profesor Pérez-Soba. Este reduccionismo está muy claro en la obra de Daniel Goleman [Emotional intelligence], que se centra en las emociones y su sustrato energético, hasta perder de ellas su sentido intencional.
El Directorio de pastoral familiar de la Iglesia, editado por la Conferencia Episcopal Española, y citado por el profesor del Instituto Juan Pablo II, señala que “esta concepción debilita profundamente la capacidad del hombre para construir su propia existencia porque otorga la dirección de su vida al estado de ánimo del momento, y se vuelve incapaz de dar razón del mismo. Este primado operativo del impulso emocional en el interior del hombre sin otra dirección que su misma intensidad, trae consigo un profundo temor al futuro y a todo compromiso perdurable”.
A continuación, el directorio subraya “la contradicción que vive un hombre cuando se guía solo por sus deseos ciegos, sin ver el orden de los mismos, ni la verdad del amor que los fundamenta. Ese hombre, emocional en su mundo interior, en cambio, es utilitario en lo que respecta al resultado efectivo de sus acciones, pues está obligado a ello por vivir en un mundo técnico y competitivo. Es fácil comprender entonces lo complicado que le es percibir adecuadamente la moralidad de las relaciones interpersonales, porque estas las interpreta exclusivamente de modo sentimental o utilitarista”.
“No estamos acostumbrados a analizar una conversación dentro de los cauces de una comunicación afectiva, normalmente solo lo hacemos cuando hay una evidente ruptura entre los interlocutores y nos servimos de la emoción para explicar el fracaso de la misma. Nos restringimos muchas veces al lenguaje verbal, ignorando el contenido personal presente de modo afectivo con un valor muy grande en el diálogo. Hemos de considerar una grave carencia quedarnos en ese nivel consciente del análisis que tiende a la reflexión, y perder en cambio el dinamismo afectivo que lo guía”.
Así comienza el profesor Juan José Pérez Soba su análisis sobre la conversación de Jesús con la samaritana en el pozo de Sicar. “Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: ‘Dame de beber’” (Jn 4,7).
“Podemos tomarlo como un ejemplo de una conversación evangelizadora que tiene el resultado asombroso de la transformación completa de la mujer que llega a convertirse en un apóstol para sus conciudadanos de Sicar. Así la tomamos como referencia prototípica para la acción pastoral en el ámbito familiar”.
De hecho, la Exhortación apostólica Amoris Laetitia presenta este encuentro como un punto clave de su exposición. Dice el Papa Francisco: “Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cfr. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio” (núm. 294).
Sin duda, explica el profesor, somos herederos de una apologética racionalista donde el papel evangelizador consistiría en demostrar mediante razones concluyentes los ‘praeambula fidei’ a una persona que se resiste a creer, pero que es capaz de razonar.
La insuficiencia de este camino es la base de la propuesta de san John Henry Newman, para el que una adhesión de fe debe implicar a toda la persona, no solo a su inteligencia.
Benedicto XVI, en su primera encíclica, tomó el camino del deseo de forma clara al considerar que “la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor”, recuerda Pérez-Soba, puesto que el diálogo con la samaritana “es eminentemente afectivo. La sed de la que habla Cristo es, como afirma san Agustín, de la fe de la Samaritana. Queda así enmarcada en un marco propio, la fe en un amor que es la lógica interna de todo el relato”.
A juicio del profesor del Instituto Juan Pablo II, “esto nos lleva a considerar que hablar de los afectos no excluye de ningún modo la objetividad, más bien la exige de un modo propio y, de hecho, sostiene esta conversación. Los deseos no son intimistas, no se encierran en una autorreferencialidad, son fundamento de una comunicación con un claro valor objetivo que enriquece cuando se comparte. La negación de este principio ha complicado mucho cualquier diálogo afectivo, porque se ha proyectado sobre él el prejuicio de que se trataría siempre de un intimismo subjetivista al que deberíamos poner reparos”.
“No es así en la tradición clásica que ha preferido el marco del diálogo al de la introspección para poder hablar de los afectos”. Recordemos, añade Pérez-Soba, “el brillante inicio del libro De spiritali amicitia de Elredo de Rieval en el siglo XII: ‘Aquí estamos tú y yo, y espero que como tercero entre nosotros esté Cristo”.
La inclusión de Cristo como presente en la misma amistad no es un añadido, sino la razón de la conversación, subraya Pérez-Soba. Por eso el monje inglés insiste en el consejo de incluir este modo de pensar en todos los ámbitos de la vida: “Habla con seguridad y con el amigo mezcla todas tus preocupaciones y pensamientos, si aprendes algo o lo enseñas, lo des o lo recibas, lo profundices o lo saques”.
Quedaría aún más incompleta esta reflexión del profesor, si no se recogiera al menos lo siguiente. “Jesús, a partir de la verdad del deseo, aprovecha el asombro inicial que muestra la mujer y toma la lógica nueva de la revelación de la persona en el amor, la intención que le guía es mostrar al amado como un fin en sí mismo. Quiere que podamos decir en verdad ‘te quiero por ser quien eres’”.
“En el caso de Dios, hemos de hablar de un amor originario, al mismo tiempo incondicional y exclusivo, que sana el corazón del hombre y se introduce en las relaciones humanas”.
Y en ese punto la conversación cambia porque se personaliza y se inserta en la construcción de la propia vida real. “El pozo de la sed y del esfuerzo, se van a revelar, por medio de un encuentro personal, como la fuente del don y de la alianza. La promesa de Dios sigue la dinámica de un amor que crece y que permite explicar la unidad de la vida manifestada a los hombres en un horizonte de salvación”, añade el profesor.
“En el caso de Dios, como revelación de la novedad radical que introduce su acción en el mundo, nos hallamos ante el ofrecimiento de su alianza. Hemos de hablar de un amor originario, al mismo tiempo incondicional y exclusivo, que sana el corazón del hombre y se introduce en las relaciones humanas”.
“Su comprensión adecuada implica un amor total, exclusivo, corporal y fecundo: Dios esposo, consigue la fidelidad de su esposa Israel a una Alianza que es para siempre y que va ser el centro del misterio cristiano” (cfr. Ef 5, 32).
Estas características marcan, a juicio de Pérez-Soba, la revelación de Dios en su valor más personal, hasta el punto de que Benedicto XVI pudo decir: “A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano”.
“La verdad de un amor personal que nos llama, en la que se realiza la implicación de la persona en el afecto, es el inicio de un delicado proceso de crecimiento que hay que cuidar y acompañar”, añade el ponente.” Se trata de un proceso de maduración que ya se apunta en el Cantar de los Cantares como respuesta de la llamada del amor: La voz de mi Amado (Cant 2, 8).
“Hemos de tomar en serio la ayuda que los jóvenes necesitan para aprender a amar”. El profesor Pérez-Soba recuerda aquí al Papa Francisco cuando dice: “Pero ¿quién habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de tomarse en serio a los jóvenes? ¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un amor grande y generoso?”
“Obviar la educación afectiva genera un vacío en los jóvenes que les dificulta encontrar el sentido de aquello que están viviendo”
Si se comprende la gran riqueza de ser capaz de interpretar los afectos desde ese amor que promete una historia, el hecho de aprender a amar se hace urgente y se agradece, señala el profesor, quien añade que los afectos deben tener un papel central en la formación de los jóvenes. “La educación tiene que ser una educación ante todo en los afectos; y obviarlo genera un vacío en los jóvenes que les dificulta encontrar el sentido de aquello que están viviendo”, afirmó en el Curso.
Por cierto, Pérez-Soba aludió al comentario del “Cantar de los Cantares” de Orígenes, y comentó que este libro bíblico no se lee nunca en la liturgia, cuando es uno de los más comentados por los Padres de la Iglesia. “Es como si hubiera un miedo a los afectos”, señaló.
“El sujeto emotivo es en la actualidad la dificultad mayor para la evangelización”, consideró el ponente. “La razón de ello es que considera la experiencia religiosa según la intensidad de su sentimiento. Por eso, no va a misa si no lo siente, no reza si no encuentra emociones, la doctrina le parece ajena del todo a la vida porque no le despierta sentimiento alguno y le aburre. Es la causa del éxito de la espiritualidad New Age, de una religiosidad de puro consumo emotivo”.
El objetivo de la pastoral de la Iglesia, según Juan José Pérez Soba, “consiste en gran medida en convertir el sujeto emotivo en un sujeto cristiano: ‘a la medida de Cristo’ (cfr. Ef 4, 13) que vive del amor de Cristo que le hace hijo, y no de la emoción del instante que no sabe a dónde le conduce. Este es el paso de la conversión, de la que es un testimonio único nuestro diálogo con la Samaritana”.
En el curso intervinieron también el catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra e investigador Jokin de Irala, y la directora académica del Instituto Desarrollo y Persona de la Universidad Francisco de Vitoria, Nieves González Rico. De sus intervenciones, centradas básicamente en afectividad y sexualidad, nos ocuparemos próximamente.
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