«Tenía una especial debilidad, valga la redundancia, por los más débiles y los más necesitados» «¡Gracias, Jutta!»
Con motivo del artículo de Jutta que publiqué en el post anterior, han ido muchísimo los que han entrado para leerlo, mas de 3.000. Algunos me han preguntado sobre la autora, solicitando alguna información. Publico un artículo de Marta Salazar que nos habla de ella como una feminista singular. Es largo, pero merece la pena su lectura y su difusión.
El 5 de noviembre se cumplen dos años de que falleció Jutta Burggraf. Una mujer alemana, dulce y alegre, con una mente privilegiada que dejó huella con sus múltiples libros y textos publicados, y con el modo abierto y sencillo con que abordó ideas y problemas de nuestra época. La presenta nuestra colaboradora Marta Salazar, quien reside en Alemania y la conoció ampliamente.
Pedagoga, teóloga, escritora y maestra universitaria; defensora de los derechos sociales y políticos de las mujeres, del nuevo feminismo, de la persona homosexual y de la apertura amorosa a todos, Jutta Burggraf (Alemania 1952-2010) fue una mujer notable que supo adelantarse a su tiempo, abrir los brazos a muchas ideas novedosas y entenderlas en clave cristiana.
El amor de Jutta hacia Latinomérica era muy grande, seguía en esto a Juan Pablo II que llamaba al subcontinente el «continente de la esperanza». Uno de los escritos más conocidos de su «época alemana» –antes de emigrar a España– tiene un título desafiante: El feminismo, ¿destruye a la familia? En él cuenta lo que vivió en Santiago de Chile, al visitar a la rectora de una universidad, con quien se entrevistó, y a quien cita: «me llaman feminista, porque devuelvo todas las cartas que recibo dirigidas al rector, porque esta universidad no tiene un rector, sino una rectora».
De esta anécdota, Jutta toma pie para explicar que el feminismo no destruye a la familia, sino que la puede fortalecer. En efecto, su tesis es que el feminismo es extremadamente favorable para la comunión de los esposos y para la familia misma, ya que devuelve a la mujer la dignidad que, en ciertas épocas y culturas, y parcialmente en la actualidad, le ha sido y le es negada.
Tuve la gran suerte (no lo puedo llamar de otra manera, fue eso: una gran suerte) de colaborar en casi todos sus libros y escritos de su «época española». En la redacción de cada uno, le propuse –y ella aceptó– poner especial atención en que sus textos estuvieran libres de españolismos, sin quitarle el dinamismo propio del lenguaje que Jutta había aprendido en la Península. El objetivo era escribir en un lenguaje internacional, para llegar a todos y a todas y en todas partes. Esto quedó especialmente claro en su libro sobre el ecumenismo, dada la mayor cantidad de hermanos separados con los que convivimos en el nuevo continente.
La mamá de una amiga mía –española, que vivió gran parte de su vida en México– me contaba que, al salir de clases con Jutta, ella y otros de sus alumnos, se decían unos a otros: «somos fans de Jutta Burggraf». ¿Por qué tantos de nosotros fuimos sus admiradores?
Me parece que la clave está en aquello que nos dice otra de sus alumnas: «un buen maestro influye más por su vida, por su mera existencia, que por las lecciones que da. Es camino para otros que, mirándole a él, se encuentran a sí mismos. Estas palabras escritas por Jutta se han hecho realidad en ella misma, hasta el punto de que no podemos predecir dónde acabará su influencia», escribe –con mucha razón– Margarita Martín Ludeña, la última estudiante a quien Jutta dirigió su tesis doctoral (Jutta Burggraf 1952-2012 In Memoriam).
Por su parte, su colega y amiga Elisa Luque nos explica que sus alumnos tenían absoluta prioridad para Jutta: cuando un estudiante llamaba a su puerta, ella indicaba con la mirada, al colega que tenía enfrente, que tenía que irse, ya que el alumno gozaba de primacía («¡Gracias, Jutta!», publicado en Noticias Universidad de Navarra, 08.11.2010).
Uno de sus alumnos hispanoamericanos, Esteban Larrea, cuenta que Jutta era auténtica, que tenía una gran capacidad de escuchar. Pienso que esto iba de la mano con la humildad y era, en cierto modo, producto de esta misma virtud. En ella, no había nada que se asemejara a un complejo de superioridad. Pero sí vivía una inmensa empatía que se dejaba sentir en cada una de sus acciones y de las líneas que escribía.
«Jutta tenía una exquisita sensibilidad para captar las necesidades de las personas, sus modos de ser, hacerse cargo de las respuestas que precisaban, etcétera. Con esa misma sensibilidad fina, actuaba con tacto en cada circunstancia, sin aparecer para nada como protagonista» (Luque, artículo no publicado). Tal vez se pueda resumir esta actitud en la frase, que era su programa de vida: «Cuanto más cristianos somos, más nos abrimos a los demás».
El libro más conocido de Jutta Burggraf es Libertad vivida, que se publicó primero en español, por aquello de que nadie es profeta en su propia tierra y actualmente se está traduciendo al alemán. Recuerdo que, cuando lo estaba escribiendo, Jutta me habló de un matrimonio mexicano, a quienes puso como ejemplo: una señora católica se casó con un pastor de una confesión protestante. Ella nunca insistió en la conversión de su marido, lo amó y lo dejó en la más absoluta libertad para vivir su fe. «Predicando» sólo con su ejemplo que es el predicador más eficaz. Al cabo de los años y después de que él se jubilara de su oficio de pastor, y sin ninguna presión, decidió ingresar a la Iglesia católica.
Jutta hablaba con frecuencia de la «santa libertad». Cuando le pedía un consejo, me daba su opinión y advertía al mismo tiempo, que actuara con «santa libertad». No quería imponer su punto de vista, sabiendo que algunas cosas se ven como si fuesen convexas; pero si te pones del otro lado, las verás cóncavas. Con esto, reconocía que ella veía el tema de tal manera; pero podría haber otra forma posible
de enfocarlo. Estaba, a su vez, dispuesta a aceptar otras opiniones y a seguirlas, como comprobé en más de una oportunidad.
Otro de sus libros más conocidos es Conocerse y comprenderse. Una introducción al ecumenismo. Ambos temas –libertad y ecumenismo– están directamente relacionados. Cuando escribía este último, me enseñó que la comunidad a la que pertenecía el pastor mexicano mencionado no es una «secta», ya que esta palabra implica desprecio y los católicos la evitamos. Me hizo ver que los documentos del Concilio Vaticano II no hablan, en ningún momento, de «secta».
Sí, Jutta no fue una súper mujer, como no lo somos alguna de nosotras. No ocultaba sus enfermedades grandes o pequeñas, sino que se refería a ellas con la sana naturalidad de las mujeres alemanas que no piensan que, al hacerlo, son «menos heroicas». Es un poco ese «todos somos débiles y fallamos con frecuencia», de que nos hablaba en un artículo «Aprender a perdonar» (istmo, No. 270).
Luque cuenta que «Le costó la noticia de que la enfermedad gravísima, e inesperadamente aparecida –hacía un tiempo que en la última revisión médica le confirmaron que se curó de la enfermedad que había sufrido hacía ya unos años– podía acercarle la muerte y puso los medios con tesón para el tratamiento doloroso que se le aplicó».
Su naturalidad es, me parece, una de las claves para entender cómo llegó a tanta gente; cómo logró cautivar a muchas personas que estuvimos dispuestas a hacer cualquier cosa por ella. Se podría decir que hacía mucho por los demás; pero creo que había algo más… hay muchas personas que escriben textos muy buenos; pero pocas que cautiven de tal forma como lo hizo Jutta, sin proponérselo.
Luque dice que Jutta «amaba la vida recibida de Dios, a su familia; a sus padres rendía un amoroso agradecimiento por todo lo que le dieron: un clima de libertad amplia y de confiada responsabilidad, junto con un cariño y entrega generosos» (artículo no publicado).
Barbara Schellenberger, quien conoció a Jutta en la década de 1970, cuenta que su niñez y juventud explican por qué Jutta escogió la carrera de Heilpädagogik, que se puede traducir como psicopedagogía o como educación diferencial o especial. Pero más allá de ello, la elección de estos estudios marca también su vida y actuación posterior, como también su «itinerario científico» (Jutta Burggraf 1952-2012 In Memoriam).
En general, puedo decir que los educadores diferenciales alemanes son personas idealistas y tienen un marcado sentido de la justicia social y de la defensa de los que sufren. A mi modo de ver, esto explica lo que Luque escribe: «tenía una especial debilidad, valga la redundancia, por los más débiles y los más necesitados» («¡Gracias, Jutta!»). Pienso que ésta es una característica de su vocación profesional. Es significativo que el artículo más popular de su «época alemana»– se titule «En la escuela del dolor».
Se puede resumir su pensamiento sobre el dolor y la empatía en el convencimiento que expresó en su escrito: «Quien quiera influir en el mundo actual, tiene que amarlo: ¿Cómo puede alguien comprender y consolar a los demás si nunca ha sido destrozado por la tristeza?
»Hay personas que, después de sufrir mucho, se han vuelto comprensivas, cordiales y sensibles al dolor ajeno. En una palabra, han aprendido a amar».
Schellenberger nos hace ver que su doctorado en Pedagogía, en Colonia, se basa en la «convicción acerca del valor de la vida humana y de la asunción del dolor mediante la búsqueda de su sentido intrínseco». Jutta se preguntaba si, en el caso de niños con síndrome de Down, psicóticos o con otras dolencias, y que no parecen sino una carga para su familia y para la sociedad, su vida ha dejado de ser digna. «¿Cómo podemos ayudarlos, cuando se han agotado ya todos los medios que la medicina hace posible?».
Las respuestas a las que llegó en su investigación de 1979, son igualmente un adelanto de lo que sería su pensamiento: el valor determinante de toda vida humana es independiente de sus condiciones externas. El sentido último del sufrimiento se halla oculto en la trascendencia. Podemos ayudar a la persona que sufre, tanto mental como espiritualmente, colaborando para que encuentre un sentido a su dolor (Schellenberger).
«Jutta no se limitaba a ofrecer un análisis negativo de la situación contemporánea», nos explica nuevamente Schellenberger. Sobre este punto, me viene a la memoria uno de sus artículos favoritos (el autor prefirió permanecer en el anonimato) que, sin duda, influyó en su pensamiento. Traduzco del alemán uno de sus párrafos: «Es cierto que una de las características centrales de la secularidad consiste en amar nuestro mundo en su atributo esencial como un mundo en constante cambio. Quien tiene una actitud laical, reconoce a Dios en las innovaciones de nuestra época. Tenemos una actitud positiva hacia los cambios y percibir la voz de Dios en los signos de los tiempos nos resulta más fácil que a otros».
En este mismo sentido, Jutta escribe: «quien quiere influir en el presente, tiene que tener una actitud positiva hacia el mundo en que vive. No debe mirar al pasado con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos que marcan sus alegrías y preocupaciones, sus ilusiones y decepciones, y todo su estilo de vida. ‘En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente’, dice Dietrich Bonhoeffer» (Hacia una cultura de diálogo).
Para Jutta el tema de la mentalidad laical fue igualmente muy importante. Realizó una de sus mayores contribuciones, en 1987, al participar en Roma en el Sínodo de obispos, donde presentó una ponencia acerca de «La vocación de los laicos en la Iglesia y en el mundo».
Nos cuenta Schellenberger que, cuando Jutta regresó a Alemania en 1984 (luego de su breve periodo romano), no le fue fácil encontrar en su patria un ámbito de trabajo en la universidad. El entonces presidente de la Asociación Mariológica Internacional, Germán Rovira, la invitó a escribir un breve artículo que llevó por título «María, Madre de la Iglesia y la mujer en la Iglesia». Así, abordó el tema de la mujer del que ya no pudo separarse más.
A mi modo de ver, lo abordó con una gran apertura de mente. Cuando conversaba con ella, me quedaba muy claro que ya no se podía seguir viviendo de acuerdo a las costumbres de 1950, a las que muchos sectores conservadores alemanes permanecían adheridos. En una conversación que tuvimos en los años 80, Jutta me explicó que «lo nuestro no es conservar la sociedad burguesa».
En una charla amistosa, Rovira confirmó lo que yo intuía: su época española fue un tiempo en que Jutta adquirió una gran libertad, en parte por su posición como catedrática y en parte, por la admiración que muchos hispanoparlantes le brindaron y que le permitían, de alguna manera, sostener algunas tesis que quizás habrían podido escandalizar si hubiesen procedido de otra pluma. Como hace ver Patricia Montelongo, «sin salirse nunca de la ortodoxia, Jutta siempre fue a la vanguardia».
Aquí podemos mencionar el artículo que escribió con su colega Enrique Sueiro (el único que publicó en coautoría) «Ser y parecer defensores de la vida», publicado en Zenit. En él, ambos autores se refieren a la necesidad de coherencia de quienes están en contra del aborto, ya que, «paradójicamente, al amparo de los mismos valores de la justicia y la vida, algunos defienden medidas como la pena de muerte o la guerra…».
Su mensaje se resume en una breve historia: «paradigmático el caso de Mary, una adolescente desesperada que se había quedado embarazada y sufría fuertes presiones para abortar. Durante semanas buscó ayuda, sin saber a quién dirigirse. Al hablar con ella y preguntarle por qué no había acudido a una amiga que colaboraba fervorosamente en una asociación pro vida, respondió: imposible. No puedo hablar con ella sobre estos temas. Sería un escándalo para ella». Es, sin duda, una llamada de atención a todos nosotros. Y se agradece.
En la misma ocasión, ambos autores escriben: «cuánto enriquece tener amigos de otros partidos políticos, otras profesiones, religiones, nacionalidades y culturas. Ser y parecer abierto abre un mar sin orillas. Tratar y querer a la gente más variada amplía la mente y ensancha el corazón. Alguien así recibe mucho y entrega más. Es quien mejor puede orientar a los que parecen encontrarse sin salida». Pienso en la apertura de mente de la que ella hablaba con tanta insistencia.
La periodista chilena María Ester Roblero cuenta que la entrevistó para la revista Hacer Familia en 1994, poco antes de la cumbre de la mujer en Pekín: «De esa entrevista hay un recuerdo imborrable para mí: le pregunté qué opinaba de los movimientos homosexuales y sus reclamos por la igualdad sexual. Se quedó mirándome muy seria, muy fijo, en silencio. Yo pensé que le había molestado la pregunta, o que le molestaba en extremo el tema. Pero luego, me dijo que ella prefería hablar de la persona homosexual. Y entendí que era porque Jutta siempre ponía por delante de todo a la persona. Algún tiempo después me envió un texto que se titula ‘Carta a un amigo homosexual’, escrito con un cariño y una profundidad impresionantes».
En sus Cartas a David: acerca de la homosexualidad, Jutta abandona el ensayo y experimenta, por primera y única vez, una nueva forma literaria: epistolar y en primera persona. Mary, una mujer casada, escribe varias cartas a un amigo homosexual. En él demuestra, un inmenso cariño y un gran respeto hacia los homosexuales representados por David.
Es sin duda, el pensamiento de Jutta Burggraf y de otras mujeres valientes lo que Juan Pablo II y muchos teólogos en él inspirados, comenzaron a llamar nuevo feminismo o feminismo cristiano. Recordemos el señero artículo de Jutta, en el que se refiere al pensamiento del Papa que vino de lejos: «Para un feminismo cristiano: reflexiones sobre la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem».
En él, Jutta aclara que «Juan Pablo II se pone sin vacilaciones al lado de los que luchan por la igualdad de los derechos sociales y políticos de las mujeres». Y cita al Vaticano II: «Las mujeres reivindican, donde aún no la han alcanzado, la paridad con los hombres, no sólo de derecho, sino también de hecho».
En el citado artículo sobre si el feminismo destruye a la familia, publicado en la revista Humanitas, de Chile, afirma nuestra autora que «Juan Pablo II rechaza toda clase de discriminación y de prejuicios frente a las mujeres. Rompe no sólo con el protocolo, sino con una antigua tradición que creía comprobar la inferioridad moral y espiritual de la mujer, y por esta razón, le impedía adoptar decisiones importantes, y exigía que la esposa se sometiera incondicionalmente a su marido y señor. Estas disposiciones restringían la libertad de la mujer. No obstante, también afectaban al varón: porque, en cuanto éste se sujetaba a tales normas, renunciaba a una auténtica amistad y colaboración con la mujer. En vez de amiga, tenía una esclava. Juan Pablo II pone de manifiesto que la injusticia que sufre la mujer, hiere y daña profundamente, no sólo a ella misma, sino también al varón».
Refiriéndose al varón, escribe en 1996, en un artículo cuyo título es ya programa, «Hombre y mujer: sin esquemas rígidos»: «también los hombres han de liberarse de los clichés pasados de moda. Así por ejemplo, los varones han considerado desde siempre el éxito como obligación, por ser un símbolo de masculinidad. Sin embargo, lo más importante para la familia no son ni el éxito profesional ni el aumento constante en los medios económicos. Mucho más decisivo es que el esposo tenga tiempo para sus hijos, que sepa sustraerse del estrés de nuestra sociedad competitiva» (istmo, No. 224).
Quizás, el mejor resumen es el de su colega Elisabeth Reinhardt, quien explica que Jutta tenía «la virtud de la fortaleza, que consistía en seguir siempre adelante, a pesar de los obstáculos y las dificultades, cuando se trataba de lo bueno, lo verdadero y lo recto, sin doblegarse. Esta cualidad se unía, en Jutta, a la comprensión, a sentir con el otro y a un trato cordial». Un ejemplo de vida para todos nosotros.
Juan García Inza, en religionenlibertad.com/
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