En la catequesis durante la Audiencia general de hoy el Papa ha reflexionado sobre la carta de San Pablo a los Gálatas (Gal 3,19) que presenta la novedad radical de la vida cristiana
Catequesis del Santo Padre en español
«¿Para qué la ley?» (Gal 3,19). Es el interrogante que, siguiendo a San Pablo, queremos profundizar hoy, para reconocer la novedad de la vida cristiana animada por el Espíritu Santo. Pero si está el Espíritu Santo, si está Jesús que nos ha redimido, ¿para qué la Ley? Sobre esto debemos reflexionar hoy. El Apóstol escribe: «Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley» (Gal 5,18). En cambio, los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas deberían seguir la Ley para ser salvados. Volvían atrás. Eran como nostálgicos de otros tiempos, de los tiempos antes de Jesucristo. El Apóstol no está en absoluto de acuerdo. No eran esos los términos que se habían acordado con los otros Apóstoles en Jerusalén. Él recuerda bien las palabras de Pedro cuando sostenía: «¿Por qué tentáis ahora a Dios imponiendo sobre los hombros de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos llevar?» (Hch 15,10). Las disposiciones surgidas de aquel “primer concilio” –el primer concilio ecuménico fue el de Jerusalén y las disposiciones surgidas de aquel concilio eran muy claras, y decían: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las necesarias: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación» (Hch 15,28-29). Algunas cosas que tocaban el culto a Dios, la idolatría y tocaban también el modo de entender la vida de aquel tiempo.
Cuando Pablo habla de la Ley, se refiere normalmente a la Ley mosaica, a la Ley de Moisés, a los Diez Mandamientos, que estaba en relación con la Alianza que Dios estableció con su pueblo, un camino para preparar esa Alianza. Según varios textos del Antiguo Testamento, la Torá –que es el término judío con que se indica la Ley– es la colección de todas aquellas prescripciones y normas que los Israelitas deben observar, por fuerza de la Alianza con Dios. Una síntesis eficaz de lo que es la Torá se puede hallar en este texto del Deuteronomio que dice así: «El Señor, tu Dios, volverá a complacerse en tu bienestar, como lo hizo en el bienestar de tus padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y si vuelves al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma» (30,9-10). La observancia de la Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y garantizaba el vínculo particular con Dios. Ese pueblo, esa gente, esas personas, están unidos a Dios y hacen ver esa unión con Dios en el cumplimiento, en la observancia de la Ley. Al hacer la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torá, la Ley, para que pudiera entender su voluntad y vivir en justicia. Pensemos que en aquel tiempo hacía falta una Ley así, fue un gran don que Dios hizo a su pueblo, ¿por qué? Porque en aquel tiempo había paganismo por todas partes, idolatría por doquier y las conductas humanas que derivan de la idolatría, y por eso el gran don de Dios a su pueblo es la Ley para ir adelante. Muchas veces, sobre todo en los libros de los profetas, se ve que la no observancia de los preceptos de la Ley constituía una auténtica traición a la Alianza, provocando la reacción de la ira de Dios. El vínculo entre Alianza y Ley era tan estrecho que las dos realidades eran inseparables. La Ley es la expresión de que una persona, un pueblo está en alianza con Dios.
A la luz de todo esto es fácil entender la facilidad que tendrían esos misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas para sostener que la adhesión a la Alianza comportaba también la observancia de la Ley mosaica, como era en esa época. Sin embargo, precisamente sobre esto punto podemos descubrir la inteligencia espiritual de san Pablo y las grandes intuiciones que expresó, sostenido por la gracia recibida para su misión evangelizadora.
El apóstol explica a los Gálatas que, en realidad, la Alianza con Dios y la Ley mosaica no están vinculadas de forma indisoluble. El primer elemento sobre el que se apoya es que la Alianza establecida por Dios con Abraham se basaba en la fe en el cumplimiento de la promesa y no en la observancia de la Ley, que todavía no existía. Abraham empezó a caminar siglos antes que la Ley. Escribe el Apóstol: «Con esto quiero decir: el testamento establecido antes por Dios con la forma debida [con Abraham], no lo invalida la Ley, otorgada cuatrocientos treinta años después [con Moisés], de modo que la promesa quede anulada. Porque si la herencia viene de la Ley, entonces no viene de la promesa; sin embargo, Dios se la concedió gratuitamente a Abrahán por medio de la promesa» (Gal 3,17-18). La promesa a Abraham estaba antes que la Ley, y luego vino la ley 430 años después. La palabra “promesa” es muy importante: el pueblo de Dios, los cristianos, caminamos por la vida mirando una promesa; la promesa es precisamente lo que nos atrae, nos atrae para ir adelante al encuentro con el Señor.
Con este razonamiento, Pablo alcanzó un primer objetivo: la Ley no está en la base de la Alianza porque llegó posteriormente, era necesaria y justa pero antes estaba la promesa, la Alianza.
Un argumento como este pone en evidencia a los que sostienen que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza. No, la Alianza está primero, es la llamada a Abraham. La Torá, la ley, no está incluida en la promesa hecha a Abraham. Dicho esto, no se debe pensar que san Pablo fuera contrario a la Ley mosaica. No, la observaba. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y sostiene que esta posee un papel bien preciso en la historia de la salvación. Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en condición de poder realizarla. La Ley es un camino que te lleva adelante hacia el encuentro. Pablo usa una palabra muy importante, la Ley es el “pedagogo” hacia Cristo, el pedagogo hacia la fe en Cristo, es decir el maestro que te lleva de la mano al encuentro. Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo.
Queridísimos, esta primera exposición del Apóstol a los Gálatas presenta la novedad radical de la vida cristiana: todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor. Esto es muy importante: la Ley nos lleva a Jesús. Pero alguno podría decirme: “Pero, padre, una cosa: ¿esto quiere decir que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los Mandamientos?” No, los Mandamientos tienen actualidad en el sentido de que son los “pedagogos” que te llevan al encuentro con Jesús. Pero si dejas de lado el encuentro con Jesús y quieres volver a dar más importancia a los Mandamientos, eso no va bien. Y precisamente ese era el problema de estos misioneros fundamentalistas que se mezclaron entre los Gálatas para desorientarles. Que el Señor nos ayude a caminar por la senda de los Mandamientos, pero mirando el amor a Cristo, al encuentro con Cristo, sabiendo que el encuentro con Jesús es más importante que todos los Mandamientos.
Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa. Por medio de la intercesión de Santa Clara, que vivió la radicalidad evangélica, podemos dar testimonio de la novedad de la vida cristiana en el Espíritu Santo, mediante un amor lleno de solicitud y de ternura con los que sufren y atraviesan momentos difíciles. ¡A todos mi bendición!
Saludo a los fieles de lengua inglesa. Mientras nos preparamos a celebrar la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, encomiendo a vosotros y a vuestras familias a su materna intercesión, para que Ella sea guía en nuestra peregrinación hacia la plenitud de las promesas de Cristo. ¡Dios os bendiga!
De corazón saludo a los fieles provenientes de los países de lengua alemana. Que el Espíritu Santo nos haga fuertes en la fe en Jesucristo y siempre dispuestos a ayudar a nuestros vecinos. Feliz estancia en Roma.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a dejarse guiar por el Espíritu Santo para reconocer la novedad de la vida cristiana, liberándonos de una esclavitud a la Ley, cumpliendo la Ley pero con miras, llevándola a plenitud en el precepto del amor y en el encuentro con Jesucristo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los fieles de lengua portuguesa –veo que allí hay brasileños: los saludo–. Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa: creer en Jesucristo, viviendo en el Espíritu Santo nos lleva a la vida verdadera. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe para que podamos participar de la herencia prometida. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La ley externa no haca vivir, porque no cambia el corazón. Desde el día de la venida de Jesucristo, todos los que tienen fe en Él, están invitados a vivir en el Espíritu Santo, que nos libera de la ley y, a la vez, la lleva a cumplimiento aplicando la ley del amor. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. En particular quiero expresar mi cercanía espiritual a los peregrinos, que en este tiempo, desde diversas partes de Polonia, acuden a pie al Santuario de Jasna Gora, para rendir homenaje y encomendarse a la Madre de Dios. A la que veneráis como Reina de Polonia acoja vuestras fatigas y oraciones, y con el amor materno os proteja a vosotros, a vuestras familias, a la Iglesia y a toda la nación. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. ¡Son muchos! En particular, saludo con cariño a los participantes en el “Latium Festival” de Cori (Latina). Sobre todos invoco la abundancia de los dones del Espíritu Santo para un renovado fervor espiritual y apostólico.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la memoria de Santa Clara de Asís, luminoso modelo de quien ha sabido vivir con valentía y generosidad su adhesión a Cristo. Imitad su ejemplo para que podáis, como ella, responder fielmente a la llamada del Señor. A todos mi Bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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