La editorial Didaskalos ha editado una meditación de San Juan Pablo II guardada en el Vaticano hasta el 2006, pero escrita, en polaco, en 1994, titulada “Meditación sobre el don”, que trata uno de esos temas favoritos del Papa santo que tanto nos ayudan a pensar en lo esencial. La dignidad de la persona, hombre y mujer, pero con cierto hincapié respecto a la mujer, quizá por la tendencia que se veía venir del feminismo absurdo de nuestro tiempo.
“El balance general de la civilización humana sigue siendo positivo. Es un balance que crean pocas personas, pero que son los grandes genios y los santos. Todos ellos son testigos de cómo romper el círculo de la mediocridad, y de manera particular cómo vencer el mal con el bien, cómo encontrar el bien y la belleza, a pesar de todas las degradaciones que padece la civilización humana. Tal como se ve, ese umbral en el que tropieza el ser humano no es infranqueable. Tan solo hay que tener conciencia de que existe y valor para superarlo constantemente” (p. 52).
Estas palabras del Papa polaco podrían sonar demasiado optimistas. Aunque, ciertamente, escribía a finales del siglo pasado. Aún así conviene tener presente esa advertencia: “Es un balance que crean pocas personas (…) lo genios y los santos”. Los santos nos enseñan a salir de la mediocridad. El balance sigue siendo positivo, quizá podemos decir aún hoy, gracias a que hay santos, gracias a que hay valientes que todavía defienden la dignidad del hombre y de la mujer.
En el comentario previo de Stanislaw Grygiel podemos leer, como atribuidas al Papa estas palabras: “El hombre que habita en la experiencia moral de la persona humana regresa continuamente al Principio, es decir, al acto de la creación. Es en este camino donde puede renacer”(p. 22). Solo en la medida en que volvemos a la creación, en la medida en que la persona es consciente de su origen, puede tener claro el sentido de su vida y, por lo tanto, su dignidad.
Y solo desde su dignidad originaria se puede entender el respeto del hombre a la mujer y el de la mujer al hombre. “Una persona puede convertirse en un objeto de uso para otra persona. Es la mayor amenaza de nuestra civilización, especialmente de la civilización del mundo de las riquezas materiales. Entonces, el lugar de la complacencia desinteresada ocupa en el corazón humano el deseo de apoderarse de otro y de utilizarlo” (p. 53). Es el gran problema y somos bastante conscientes de ello, aunque algunos quieran engañarse y no enterarse.
La avaricia, que no tiene otro nombre ese afán desmedido de comodidad, de aparentar, de seguridad económica, lleva a un planteamiento profundamente egoísta. Y cuando es la egolatría lo que mueve tantas veces a las personas, no nos puede extrañar que haya múltiples divisiones, especialmente en el matrimonio. La generosidad, el respeto, el llegar a apreciar debidamente a cada persona, es la clave para un cambio profundo en la sociedad.
“Cada persona es irrepetible. La no repetición no es una limitación, si no que muestra la profundidad. Tal vez el Señor quiere que precisamente tú se lo digas a ella, le digas en qué consiste su valor irrepetible y su singular belleza” (p. 59).
Es la valoración del don que se me hace con las personas que me rodean.
San Juan Pablo II, Meditación sobre el don, Didaskalos 2021