La pequeña Noemí, que estuvo diez días en coma y otros 50 convaleciente en el hospital, fue recibida por el Papa el pasado 8 de junio
El pánico se desató en segundos. Tania había entrado con su segunda hija –Greta, de 1 año– a pedir un café a la barra del bar. Noemí, tres años mayor, se quedó con sus abuelos sentada en la terraza de una de las plazas más concurridas de Nápoles. «Me sobresalté con los disparos. Todo el mundo empezó a gritar y a tirarse al suelo. El camarero me trajo a Noemí, que estaba muy pálida», recuerda. «Yo solo le preguntaba: “Cariño, ¿qué ha pasado?”. Ella estaba consciente, pero no reaccionaba». Se fue al baño con la niña en brazos, «que no conseguía mantenerse de pie». Le quitó el abrigo con cuidado y entonces lo vio: «Le habían perforado el hombro. No he sentido tanto miedo en toda mi vida». Una bala de calibre 9, munición que se usa en las guerras, había impactado en su tórax y atravesó los dos pulmones. Después llegaron dos años de infierno: operación de urgencia; diez días en coma farmacológico con ayuda mecánica para respirar; otros 50 días convaleciente en el hospital; dos operaciones más en la columna vertebral; fisioterapia para poder volver a caminar y un corsé ortopédico que le impide subirse a los columpios o jugar al pillapilla con los otros niños. Esa tarde de un viernes de mayo cualquiera, a Noemí le robaron la infancia.
Las cámaras de seguridad grabaron a un hombre corpulento vestido de negro que se bajaba de la moto y caminaba tensionado y con el casco puesto. Empuñaba un arma en la mano derecha y se dirigía directamente hacia un tipo que estaba sentado en la misma terraza que Noemí y su familia. La pistola se encasquilló y la potencial víctima pudo escapar. El primero fue identificado como Armando de Re, uno de los matones de la Camorra, que fue condenado a 18 años de cárcel, en primera instancia. El objetivo de la lluvia de proyectiles –17 según las investigaciones– era Salvatore Curco, exponente de la banda rival, también procesado por asociación mafiosa.
«He pensado muchas veces en escapar con mi familia. Pero ahora pienso: “¿Por qué me tengo que ir yo?”. Son ellos los que tienen que avergonzarse. No sienten amor por nadie, están muertos por dentro». Tania no habla desde el rencor, sino desde la aceptación de que la Camorra es un sistema putrefacto que corrompe todo lo que toca: «Antes seguía mi camino, indiferente a la presencia mafiosa. Pensaba: “Mientras se maten entre ellos…”. Pero entonces me tocó a mí. Podía haberle pasado a cualquiera». Un yugo que ha forjado su compromiso «como madre y como ciudadana», para que lo que «le sucedió a Noemí, no le pase a nadie más». En la misma plaza de Nápoles donde el 3 el de mayo de 2019 a Tania «se le paró el mundo», ahora hay un grafiti con los grandes ojos verdes llenos de vida de su hija. Un símbolo de la resistencia.
A pesar de todo, Noemí tuvo suerte, o más bien «sucedió un milagro». Es la única niña que ha sobrevivido a un tiroteo entre mafia de toda la región de Campania. En Italia se cuentan por centenares las víctimas por balas perdidas. «No creo que seamos una familia afortunada. Esto va más allá», asegura Tania. El primer diagnóstico dejaba pocas posibilidades a Noemí de sobrevivir. «A mi hija la ha mecido la mano de Dios», relata. La fe ha sido el bastón sobre el que ha apoyado, no solo todo el sufrimiento que retorcía sus entrañas sino también la rabia. «Sentí odio. Pero ahora he podido perdonarlos, aunque ellos nunca se han arrepentido». El 7 de junio el Papa recibió a la familia en el Vaticano. Otra luz de esperanza.