Siguiendo con el ciclo sobre la oración, durante la Audiencia general de este miércoles, el Papa exhortó a no olvidar que Jesús reza por nosotros al Padre, "aún en el momento de la prueba y en el momento del pecado"
Queridos hermanos y hermanas:
Los Evangelios nos revelan la importancia de la oración en la vida de Jesús y en su relación con los discípulos. Jesús, antes de elegirlos, se pone en oración, dialoga con el Padre. Como los ha recibido del Padre, así los lleva en su corazón. Y sabiendo que son débiles, siempre ora a favor de ellos. Con sus actitudes y con el testimonio de su oración perseverante, Jesús se revela como maestro y amigo. Él, a pesar de los errores y las caídas de sus discípulos, espera con paciencia su conversión y ruega por ellos al Padre, para que permanezcan a su lado en las pruebas y no pierdan la fe.
Recorriendo las páginas del Evangelio vemos cómo Jesús vive inmerso en diálogo continuo con el Padre, en comunión con Él; toma las decisiones más importantes de su misión después de orar intensa y prolongadamente. Por eso, Jesús es el modelo perfecto de la persona que ora: quiere que aprendamos a orar como Él, y nos lo enseña con sus palabras y su ejemplo.
Jesús nos asegura que, aun cuando sintamos que nuestras oraciones parezcan vanas o ineficaces, Él no nos abandona, está siempre a nuestro lado. Reza en nosotros y con nosotros. Intercede a nuestro favor, nos alienta a que perseveremos en la oración, sobre todo en los momentos más difíciles de nuestro camino, porque es su oración la que hace que nuestras humildes peticiones sean eficaces y lleguen al cielo.
Los Evangelios nos muestran lo fundamental que era la oración en la relación de Jesús con sus discípulos. Ya se aprecia en la elección de los que luego se convertirían en los apóstoles. Lucas sitúa la elección en un contexto preciso de oración y dice así: «Sucedió que por aquellos días se fue Él al monte a orar, y pasó la noche en oración a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de ellos, a los que llamó también apóstoles» (6,12-13). Jesús los elige después de una noche de oración. Parece que no haya otro criterio en esa elección que la oración, el diálogo de Jesús con el Padre. A juzgar por cómo se comportaron después esos hombres, parecería que la elección no fue de las mejores, porque todos huyeron, lo dejaron solo antes de la Pasión; pero es precisamente eso, especialmente la presencia de Judas, el futuro traidor, lo que demuestra que esos nombres estaban escritos en el plan de Dios.
Continuamente aflora en la vida de Jesús la oración en favor de sus amigos. A veces los apóstoles se convierten en motivo de preocupación para Él, pero Jesús, tal como los recibió del Padre, después de esa oración, los lleva en su corazón, incluso con sus errores y caídas. En todo esto descubrimos cómo Jesús fue maestro y amigo, siempre dispuesto a esperar con paciencia la conversión del discípulo. El culmen de esa paciente espera es la “tela” de amor que Jesús teje en torno a Pedro. En la Última Cena le dice: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32). Impresiona saber que, en el tiempo del desfallecimiento, el amor de Jesús no cesa. “Pero, Padre, si estoy en pecado mortal, ¿el amor de Jesús sigue ahí? —Sí. ¿Y Jesús sigue rezando por mí? −Sí. −Pero si he hecho cosas muy malas y muchos pecados, ¿sigue amándome Jesús? −Sí”. El amor y la oración de Jesús por cada uno no cesa, es más, se hace más intenso y estamos en el centro de su oración. Debemos recordarlo siempre: Jesús está rezando por mí, está rezando ahora ante el Padre y le está mostrando las llagas que llevó consigo, para que el Padre pueda ver el precio de nuestra salvación, el amor que nos tiene. Y en este momento que cada uno piense: “¿Jesús está rezando ahora por mí? −Sí”. Es una gran seguridad que debemos tener.
La oración de Jesús vuelve puntualmente en un momento crucial de su camino, al comprobar la fe de los discípulos. Escuchemos de nuevo al evangelista Lucas: «Cuando estaba haciendo oración a solas, y se encontraban con Él los discípulos, les preguntó: ¿Quién dicen las gentes que soy yo? Ellos respondieron: Juan el Bautista. Pero hay quienes dicen que Elías, y otros que ha resucitado uno de los antiguos profetas. Pero Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: El Cristo de Dios. Pero Él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie» (9,18-21). Las grandes decisiones de la misión de Jesús siempre están precedidas de oración, pero no de una oración cualquiera, de paso, sino de una oración intensa y prolongada. En esos momentos siempre hay oración. Esta prueba de fe parece una meta, en cambio es un renovado punto de partida para los discípulos, porque, a partir de entonces, es como si Jesús subiera un tono en su misión, hablándoles abiertamente de su pasión, muerte y resurrección.
En esa perspectiva, que instintivamente suscita repulsión, tanto en los discípulos como en los que leemos el Evangelio, la oración es la única fuente de luz y de fuerza. Es necesario rezar más intensamente, cada vez que el camino se empina.
Y en efecto, tras anunciar a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, tiene lugar el episodio de la Transfiguración. Jesús «se llevó con Él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar con Él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén» (Lc 9,28-31), es decir de su Pasión. Por tanto, esta manifestación anticipada de la gloria de Jesús tuvo lugar en la oración, mientras el Hijo estaba inmerso en la comunión con el Padre y consentía plenamente a su voluntad de amor, a su plan de salvación. Y de esa oración salió una palabra clara para los tres discípulos implicados: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle» (Lc 9,35). De la oración viene la invitación a escuchar a Jesús, siempre de la oración.
De este rápido recorrido por el Evangelio, deducimos que Jesús no sólo quiere que recemos como Él reza, sino que nos asegura que, aunque nuestros intentos de oración sean completamente vanos e ineficaces, siempre podemos contar con su oración. Debemos ser conscientes: Jesús reza por mí. Una vez, un buen obispo me contó que en un momento muy malo de su vida y de gran prueba, un momento de oscuridad, miró a lo alto de la Basílica y vio escrita esta frase: “Yo, Pedro, rezaré por ti”. Y eso le dio fuerza y consuelo. Y esto sucede cada vez que uno sabe que Jesús reza por él. Jesús reza por nosotros. Ahora mismo, en este momento. Haced este ejercicio de memoria repitiéndolo. Cuando hay una dificultad, cuando estéis distraídos: Jesús está rezando por mí. “Pero, Padre, ¿eso es verdad? −Es verdad, lo dijo Él mismo”. No olvidemos que lo que nos sostiene en la vida es la oración de Jesús por nosotros, con nombre y apellido, ante el Padre, mostrándole las heridas que son el precio de nuestra salvación.
Aunque nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, o se vieran comprometidas por una fe vacilante, nunca debemos dejar de confiar en Él. “Yo no sé rezar, pero Él reza por mí”. Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo. No lo olvidéis: Jesús está rezando por mí: ¿Ahora? ¡Ahora! En el momento de la prueba, en el momento del pecado, incluso en ese momento, Jesús está rezando por mí con tanto amor.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. En estos tiempos difíciles, os invito a rezar por las personas que dudan, manifestándoles que Jesús nunca nos abandona, y no deja de interceder por nosotros ante el Padre. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Que la inminente celebración de la Solemnidad del Corpus Christi nos haga más conscientes de la presencia real de Jesús entre nosotros en la Eucaristía. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo con afecto a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Como Jesús nos acompaña en nuestra vida ordinaria, así también su oración nos sostiene en nuestras actividades de cada día. Dirijamos durante nuestro trabajo algún pensamiento a Jesús y procuremos descubrir su rostro en cada persona que encontremos. Que el Señor nos guíe en nuestro camino.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que son tantos hoy aquí. En este mes de junio, dedicado al Corazón de Jesús, y en vísperas de celebrar la Solemnidad del Corpus Christi, pidamos al Señor que nos conceda tener un corazón orante, lleno de confianza y audacia filial, así también como la gracia de permanecer siempre unidos a Él y también unidos entre nosotros por la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. No olvidéis que el Señor reza siempre por nosotros, y une nuestras tímidas oraciones a la suya, para presentarlas al Padre. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Dios nos ama y tiene un plan para nuestra vida. Cuando le invoquemos, Él nos responderá. De hecho, Él mismo nos dijo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Dirijo un cordial saludo a los polacos. Hoy en concreto me uno espiritualmente a los jóvenes que, ya desde hace 25 años, en estos días se reúnen en Lednica, fuentes bautismales de Polonia, para renovar su adhesión a Cristo. Queridos jóvenes, este año la palabra clave de vuestro encuentro es “¡Escucha!”. En la Biblia esta palabra introduce al Decálogo, sensibiliza las conciencias y exige escuchar al Señor y amarlo con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas (cfr. Dt 6,4-5). Que el Espíritu Santo os acompañe en la oración, abra vuestros corazones a la escucha, encienda vuestro amor a Cristo y consolide vuestra fidelidad a su Palabra. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana; en particular a los neosacerdotes de Verona y a la peregrinación de la diócesis de Chioggia, con su Obispo Mons. Adriano Tessarollo, que celebra el 50° aniversario de sacerdocio: ¡muchas felicidades! Queridos hermanos y hermanas, mañana se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que en Italia y en otros Países se traslada al domingo. Que encontréis en la Eucaristía, misterio de amor y de gloria, la fuente de gracia y de luz que ilumina los senderos de la vida.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean para cada uno de vosotros presencia y apoyo en las dificultades, sublime consuelo en el sufrimiento de cada día y prenda de eterna resurrección. A todos mi Bendición.
Fuente: vatican.va
Traducción de Luis Montoya
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