Porque nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad. Flp 1, 12-18
“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han contribuido más bien al progreso del evangelio, de tal manera que en todo el pretorio y entre todos los demás se ha hecho evidente que estoy preso por causa de Cristo. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor. Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y rivalidad; pero otros lo hacen de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por rivalidad, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo y me gozaré siempre.”
El Señor tiene muchas maneras de hablar con los hombres. Usó de un asna para hablar al codicioso Balaam. Usó de una mano que escribía sobre lo enlucido de la pared de un palacio para hablarle a un rey blasfemo. Usó de grandes nubarrones y voz de trompeta para hablar a los hijos de Israel en el Sinaí. Y por cierto, siempre usa al mismo Satanás para adelantar su causa: toda vez que el enemigo se empecina en ocultar la verdad, termina haciéndola más visible.
El Diablo persiguió a Cristo toda su vida. Trató de destruirlo al nacer. Puso trampas en su camino cada día y a cada paso que daba. Su odio se acrecentó durante su ministerio de tres años y medio, hasta que al fin de ese tiempo, su corazón malvado enloquecía de ira.
Trabajó con los hombres que voluntariamente se pusieron bajo su dominio a fin de reunir fuerzas para acabar con la vida del Señor. Convenció a los líderes religiosos del culto a Jehová. Envolvió a los dirigentes políticos de la nación y aún a los romanos. Se valió de su servidor Judas, el traidor, para que apresaran a Jesús en Getsemaní. A fin de no llamar la atención de pueblo hizo que lo juzgaran de noche. Aprovechándose de la debilidad de Pilato apresuró su crucifixión al día siguiente.
Pero no se dio cuenta de que al obrar así estaba dando la mayor publicidad posible al hecho. Era la pascua. Miles y miles de peregrinos habían venido a Jerusalén desde todos los ángulos del imperio romano. La ciudad santa bullía de gente. Por las noches, las calles de la ciudad y los alrededores estaban cubiertos con las tiendas de los viajeros. La pascua era la fiesta judía que atraía mayor número de adoradores entre las fiestas anuales.
Y algo más: cuando Jesús oraba en el Getsemaní, y sudaba gotas de sangre, los pecados del mundo estaban siendo puestos sobre él. Tres horas pasó allí en terrible agonía. Y quizá hubiera muerto allí mismo bajo el peso de nuestras culpas. Pero Dios usó la insensatez del diablo para que aquel infinito sacrificio no sucediera en las tinieblas del huerto, sino sobre un monte, a la luz del mediodía y ante la vista de los miles que estaban ese día en Jerusalén. El odio del pecado se encontró frente a frente con el amor inmensurable de la virtud. La maldad de los hombres movidos por Satanás resaltó en vivo contraste con la longanimidad amante de Dios.
Así ocurrió con Pablo en Roma. El enemigo trató de destruirlo así como trató de destruir a Jesús. Pero sólo logró llamar la atención de los habitantes de Roma a aquel humilde prisionero y a su fe. Los hermanos aprovecharon esta circunstancia para hablar a todos y sin temor de la fe de Pablo. Otros fueron movidos por el gran acusador a hablar de Pablo con menosprecio y denuestos. Pero aún a estos usó el Señor para divulgar entre la gente el nombre de Jesús. Y aún acerca de esto el apóstol daba gracias al Señor y se gozaba. “Porque nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad;”había escrito Pablo en su carta a los Corintios tiempo atrás. (2Co 7, 8.)
Si nuestra vida está en las manos de Dios, en fe sencilla y obediencia fiel, no debemos preocuparnos por lo que el enemigo hará. Dios tiene un plan para nuestra vida. El lo sabe todo. Nuestra salvación está segura en sus manos. Nadie puede arrebatarnos del amor del Señor. Suceda lo que suceda todo resultará para la gloria de Dios. Aunque el enemigo parezca prevalecer sobre nosotros, la victoria será siempre del Señor. Cuanto mayor sea el odio contra nosotros, tanto mayor será la luz que brillará en nuestro semblante. Cuando más haga el enemigo por ocultar la luz de Cristo en nosotros, tanto más fuertemente brillará al fin, y más almas serán atraídas al Salvador.