Algunos piensan que los amigos tienen que coincidir en todo, que tienen que ser perfectos
El pasado domingo fue el funeral de Rafa, un joven fallecido en un accidente de moto. Me impresionó la gran cantidad de amigos que llenaban la parroquia y sus alrededores, muchos lloraban desconsoladamente. La entrada en el templo del féretro portado por sus hermanos y amigos, el silencio y respeto con que se siguió en el funeral llamaban la atención.
Conocí a Rafa en el colegio, era un chaval de gran corazón, con fe, abierto a todos. Sus amigos le acompañamos en el último adiós y él nos acompañará desde el cielo. Era un buen costalero, acostumbrado a llevar los pasos de Semana Santa. El Señor y su Madre se lo agradecen y le esperan.
Siempre es tiempo de amigos, pero en los malos momentos se aprecian más. El Evangelio nos dice que Jesús busca nuestra amistad: “Vosotros sois mis amigos”, “nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos”. Es conmovedor su llanto ante la tumba de Lázaro: “Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: ¿Dónde lo habéis puesto? Le respondieron: Ven, Señor, y lo verás. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: ¡Cómo lo amaba! El amor de amistad atrae, y porque es amor, es eterno. Dura siempre.
No deja de admirarme observar lo bien que se lo pasan los amigos estando juntos. ¡Qué diferente es ver a una persona caminando sola por la calle a verla paseando con sus amigos! Le cambia la cara. La amistad es fuente de alegría, lo dice también Jesús: “Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa”. Por eso, si la tristeza gana terreno en nosotros, debemos pensar que puede que el egoísmo no ande lejos: nos hemos encerrado en nuestras cosas, estamos tan ocupados en lo nuestro que no caben los demás. Estamos matando la amistad, el amor.
El prelado del Opus Dei, monseñor Ocáriz, escribía: “Querer a los demás supone reconocerlos y afirmarlos tal como son, con sus problemas, sus defectos, su historia personal, su entorno y sus tiempos para acercarse a Jesús. Por eso, para construir una verdadera amistad, es preciso que desarrollemos la capacidad de mirar con afecto a las demás personas, hasta verlas con los ojos de Cristo. Necesitamos limpiar nuestra mirada de cualquier prejuicio, aprender a descubrir lo bueno en cada persona y renunciar al deseo de hacerlas a nuestra imagen. Para que un amigo reciba nuestro cariño no necesita cumplir con ciertas condiciones. Como cristianos, vemos cada persona, ante todo, como criatura amada por Dios. Cada persona es única, y es igualmente única cada relación de amistad”.
La amistad nace con el trato, con el roce, por supuesto que es gratuita y la empatía tiene mucho que decir: hay personas que nos caen bien y otras no. Pero si alejamos los prejuicios, si miramos bien no será difícil tener muchos amigos. Algunos piensan que los amigos tienen que coincidir en todo, que tienen que ser perfectos, cumplir tantas condiciones que forzosamente serán muy pocos. Pero la experiencia dice que el corazón se puede ensanchar y albergar a un buen montón de amigos. Hay algunos que siempre están rodeados de amigos, otros no.
También es exigente ya que, como dice Platón: “Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de nuestro tiempo”. Hay que dedicarles horas, atención, esfuerzos. Los amigos no son para pasar el tiempo, son para compartir la vida. Son parte de nuestro yo, en muchas ocasiones nos hacen llevaderas nuestras penas, pero en otras exigen lo mejor de nosotros. Un buen amigo nunca falla y es capaz de olvidarse de lo suyo para apoyarte. Me hizo gracia un comentario que escuché: “Me estuvo contando sus problemas un buen rato y nos despedimos. Al poco me envió un mensaje disculpándose por no haberme preguntado cómo estaba yo”.
Un posible enemigo es “las amistades” de Instagram y parecidos; estas suelen ser muy superficiales, bastante alejadas de la cercanía real y tienen el peligro de robarnos el tiempo que podríamos dedicarles a los que lo son de verdad.
La amistad está relacionada con el bien, ya que es un tipo de amor. Siempre se ha distinguido entre amigos y compinches, a estos les une la complicidad en el mal. La buena amistad exige la lealtad, saber decirle las cosas al amigo para que se dé cuenta de sus errores.
Los amigos se dicen las cosas a la cara, se ayudan, no critican, y no por decir las verdades se pierden las auténticas amistades. A la vez, se comprenden las debilidades y se disculpan. Pero sin faltar a la verdad porque, el obviarla, es señal de falsedad. Agradezcamos el don de la amistad que tanto nos enriquece y consuela.