Entrevista a Gregorio Luri, un apasionado por la educación
Maestro, filósofo, pedagogo, ensayistas… Hay muchas maneras de presentar a Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955), pero todas nos llevan a lo mismo: a la pasión por la educación. Además, su conocimiento profundo de la realidad lo lleva a hacer una reflexión sobre el sistema que se aleja de la aceptación acrítica de las nuevas tendencias. Por eso su último libro interpela ya desde el título, La escuela no es un parque de atracciones. Es un firme defensor del «conocimiento poderoso», de la memoria, de la voluntad más que del interés, y del esfuerzo. El objetivo, dice, «es la autonomía personal».
¿Qué diagnóstico hace de la educación en España?
Tenemos un sistema muy por debajo de sus potencialidades. Generamos más deficiencia que excelencia. Hay factores alarmantes, como que el 25 % de nuestros jóvenes tiene dificultades para leer un texto mínimamente complejo cuando terminan la educación obligatoria. O que la formación matemática deja mucho que desear. Hay otro elemento relevante: la diferencia entre dos mundos educativos. Dudo que podamos hablar de un solo sistema educativo español, pues de Madrid para abajo nos encontramos con un sistema educativo muy pobre, con resultados deprimentes, mientras que de Madrid para arriba los resultados son presentables. Una ley debería plantearse esto en primer lugar.
¿Y qué le parece la LOMLOE?
Es una ley extraña, formulada con una ambigüedad buscada. Probablemente porque intenta salvar el escollo del Tribunal Constitucional, que, creo, dirá cosas significativas. Por otra parte, tengo la sensación de que abre la puerta a que cada comunidad tenga su propia ley y hay una clarísima reticencia a la función educativa de las familias, que me parece alarmante. Se da una contradicción flagrante: se fomenta la autonomía de los centros, pero se restringe la elección de las familias. Si vamos a tener centros, incluso públicos, distintos, parece lógico que se pueda elegir.
¿Qué piensa cuando ve que los contenidos serán menos exhaustivos?
Me deja perplejo. ¿A quién beneficia reducir contenidos? Desde finales de los años 70 asistimos a un fenómeno interesante. Las familias más ricas, con padres con formación universitaria, dedican cada vez más dinero y tiempo a la educación de sus hijos. Por tanto, las que son culturalmente más complejas están siempre aprendiendo, mientras que las culturalmente pobres se quedan en unos mismos contenidos. Si la escuela reduce contenidos, afectará a los pobres.
También se impugna, de alguna manera, el aprendizaje memorístico.
Hay una imagen de la memoria que no tiene nada que ver con las aportaciones de la ciencia o de la moderna psicología cognitiva y que consiste en verla como un archivo en el que se depositan datos. Se dice que para qué queremos tantos datos si tenemos internet y que lo importante es lo que hacemos con ellos. Pero la memoria es una ameba que va fagocitando lo nuevo y se va reconstruyendo. También se suele decir que es absurdo aprender cosas que luego olvidas, pero no se puede concluir que haya conocimientos inútiles por el mero hecho de que se hayan olvidado.
Como doctor en Filosofía, ¿le duele la reducción de las humanidades?
Si nos hubiera proporcionado un conocimiento mayor de las matemáticas o de las ciencias lo aplaudiría. Pero si no lo produce, estamos reduciendo absurdamente algo. De todas formas, no soy partidario de la separación entre letras y ciencias. Las matemáticas también son un lenguaje y, por tanto, forman parte de las humanidades. Cuando se reduce la relevancia de las humanidades se está reduciendo la relevancia del conocimiento. Más que de las humanidades, tenemos una crisis de humanistas.
Usted habla mucho de atención, esfuerzo…
Lo que me interesa es la autonomía personal y cómo conseguirla. O nuestra vida está en nuestras manos o está en las manos de otros. Es libre aquel que no echa la culpa de sus fracasos a nadie. Y para gestionar todo esto es importante el control de la capacidad de atención. Si todo te llama la atención y estás de aquí para allá, no prestas atención a ti mismo. También me interesa un término olvidado hoy: la voluntad. Creo que las potencias del alma que defendía la vieja escolástica −memoria, entendimiento y voluntad– están sin superar. Estamos sustituyendo la voluntad por el interés, que es algo que tiene que garantizar el profesor. Este tiene que ser lo mejor posible, pero el alumno tiene que poner de su parte. Estamos en una sociedad que ensalza todo el rato la libertad, pero no hay libertad si no somos responsables.
Plantea una cierta crítica a las nuevas metodologías y tecnologías.
Se está sustituyendo, en general, lo bueno por lo nuevo, y es un fenómeno muy relevante que va más allá de la escuela. Si algo se presenta como nuevo, ya no necesita justificar su bondad. Y si se presenta como innovador, tampoco. Damos por supuesto que tiene que ser bueno. El olvido de esta categoría tan esencial en nuestra cultura, la de la bondad, me deja sorprendido. ¿Por qué abrimos los brazos de esa manera tan acrítica a todo lo que se presenta como nuevo? Yo lo llamo novolatría. Nuestra preocupación debería ser mejorar más que innovar. Esta ocultación de lo bueno por lo nuevo es un fenómeno cultural grave.
Esto supone dejar de lado la tradición, ¿no?
En el caso de España explica muchas de las cosas. Solo un ejemplo. Teniendo un fenómeno cultural como la Escuela de Salamanca tan extraordinario, ¿por qué permitimos que en nuestros planes de Filosofía no se haga ni una sola mención a ella? El desconocimiento de lo propio te lleva a no quererlo. Ortega y Gasset diferenciaba entre el descendiente y el heredero. Descendientes somos todos, lo queramos o no, de un pasado colectivo. Puedes no ser consciente de la tradición que heredas, y si no tienes conciencia nunca estarás dispuesto a pleitear por ella. Uno de los factores de la educación tendría que ser transformar a los descendientes en herederos.
No se ve un futuro muy halagüeño para la educación…
Mi madre, que era una mujer humilde, me decía: «Estudia para que puedas presentarte en cualquier sitio». La principal misión de la educación tiene que ser capacitar a los jóvenes para presentarse en cualquier sitio. Eso quiere decir ser capaces de moverse no solo geográficamente, sino también cronológicamente, ir al pasado y poder dialogar con Platón, san Jerónimo o Descartes. El poder presentarte en cualquier sitio tiene que ver con ser capaz de relacionarte con el humilde sin prepotencia y con el poderoso sin humillación. Son valores eternos de la educación que van a seguir siendo esenciales en el presente y en el futuro. Los retos no dependen de nuestra voluntad. La realidad interpela y hoy tenemos las llamadas STEM –ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas–, que no son un capricho, sino una necesidad si queremos situarnos en línea con los países avanzados. En España no solo tenemos niveles bajos de STEM, sino una inseguridad matemática en toda la población. Hay un miedo que habrá que vencer, lo mismo que para hablar idiomas extranjeros.
Fuente: alfayomega.es
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